Hasta
el domingo pasado, que fue el momento de votar, habíamos vivido un importante
empacho de balandronadas de todos los partidos, de encuestas augurando
victorias y derrotas, hasta el punto que algunos, se dice, ya tenían
configurados hasta los nombres de los ministros, que se daban por ciertos, con
lo cual, llegó a dar la impresión de que las elecciones casi sobraban, salvo en
el caso de que coincidieran con lo que
proclamaban los encuestadores y opinadores de turno. Y resulta que tuvieron que
llegar las ocho de la tarde, hora de cierre de los colegios electorales para
darnos cuenta de que esa y no otra era la hora de la verdad en la que íbamos a
comprobar, sin lugar a dudas, lo que la ciudadanía había decidido con sus
votos. No se tardó mucho en comenzar a sorprendernos porque los resultados que
iban apareciendo en las pantallas a la velocidad del rayo no coincidían con las
verdades que nos habían hecho creer las previsiones, antes de tocar un voto
siquiera. No pretendo hacer sangre con los apriorismos que muchos tenían como
verdades, al margen de los resultados que se veían en las urnas, pero que nadie
conocía en el primer momento y prefiero dejarlo así.
Después
de cuatro horas de recuentro, velocidad fulminante a todas luces, nos topamos
con la palmaria realidad que arrojaban los resultados finales en la que se dice
quién gana, quien pierde y resulta que no coincide exactamente con lo que se
andaba diciendo hasta el momento mismo de comenzar a contar los votos. Hoy ya
tenemos la totalidad de los resultados, antes de ayer se contaron los últimos,
correspondientes a los españoles que viven en el extranjero y que tienen su
derecho a votar como cualquiera. Ahora sabemos lo que han dicho las urnas en su
totalidad, sin que conozcamos incidencia significativa que pueda alterar el
recuento. Como muchos ya tenían sus previsiones y la realidad de los datos no
se los confirma, el recurso es el de intentar ofrecer una realidad a la medida,
lo cual sería para reir, si no fuera para llorar.
En el
sistema español, los ciudadanos eligen a los representantes previstos por cada
circunscripción, en función de la proporción espacial de España y de su
población. Una vez que están elegidos todos los representantes, serán ellos los
que tendrán que reunirse en las Cortes y forjar las mayorías capaces de
sustentar el gobierno que disponga del apoyo necesario. Desde 1978, la
Constitución española establece que el proceso sea éste y así es como hay que
cumplirlo. Por supuesto, en cualquier momento la Constitución se puede cambiar
para que diga otras cosas, pero está previsto también cual es el procedimiento
para poderla cambiar. Desde luego no es por el gusto de nadie en particular
sino cumpliendo unas reglas previstas de antemano. Y en ello estamos. Hay
muchos que se muestran reticentes a cualquier cambio como si lo que fue
acordado en un momento no pudiera ser distinto con el paso del tiempo o por la
voluntad de las mayorías adecuadas. No tiene por qué haber ningún miedo al
cambio cuando los procedimientos para hacerlo están perfectamente previstos y
son los que son.
Lo que no parece razonable es que, cuando a cualquier grupo le interese intente difundir una realidad a su medida para que el cambio se produzca en su beneficio, ignorando lo acordado por todos desde el principio. Otro bulo frecuente que se esgrime para la formación de mayorías es el de intentar que todos los votos de los representantes no valgan lo mismo y unos se consideren mejores que otros. En ningún sitio está previsto tal diferenciación y todos los representantes lo son ‘porque están avalados por los votos ciudadanos, piensen lo que piensen y vivan donde vivan. No sé si la resaca final de los resultados, a muchos nos haya nublado la vista y no nos permite ver la realidad como es y como todos la conocemos. Quizá la propia desazón de que las cosas no hayan salido como yo creía o como algunos me habían hecho creer me pueda llevar a montar una realidad a mi conveniencia…, por si cuela.
Así es.
ResponderEliminarAunque sabes que ya me lo temía.
La situación no pinta buena en ningún sentido o partido...
A ver qué nos depara...
Y aunque no deseo otras elecciones ni en pesadilla, casi estoy por creer que sería lo más sensato, teniendo en cuenta el panorama. No me gusta nada lo que presiento.
En fin...
Esto no tranquiliza.
Gracias de nuevo.
Besotes.