Ayer,
mi hija menor, Elvira se licenciaba formalmente en Historia del Arte. Era el
paso de su adolescencia a la situación de adulta a lo largo de cuatro años,
dejando resueltas una serie de materias muy queridas por ella. Estaba nerviosa,
radiante, esperanzada. La familia al completo estuvimos con ella para arroparla
y para animarle al importante paso que debe iniciar a partir de ahora. Yo, el
padre, uno más. Quizá el primero, un elemento de solidez en cualquier caso, en
el que ella debe sustentarse y encontrar fuerza para su consolidación
profesional, que a partir de ahora empieza. Uno de esos días para recordar de
la vida. Ella lo llevaba escrito, pero…, y yo. Dónde estaba mi alegría. Tenía
que estar allí y estaba, no me lo hubiera perdido por nada del mundo. Mi Elvira
me miraba, me sonreía, me tocaba como si quisiera pasarme retazos de su dicha
en cualquiera de mis gestos pero yo sólo podía ofrecerle mi presencia, mi testimonio,
estar con ella en aquel momento pero…, mi pensamiento…, mi espíritu…, qué lejos
o en cuántos sitios a la vez en aquel momento.
Los
suyos la arropábamos y ella lo percibía porque no cabía en sí de emoción pero
fuera de ella, yo era perfectamente consciente, que todo era válido pero nada
era limpio, cada uno aportábamos nuestra presencia decidida y con ella el
lastre de limitaciones, dudas, miserias en muchos casos, que se hacían
presentes en medio de aquel momento de brillo para Elvira, afianzándola a la
tierra por una parte, pero también consolidándola a un espacio y a un tiempo
concreto. Yo, el mayor, aportaba el más amplio bagaje de luces y de sombras y
significaba la más sólida referencia, rubricando con la presencia de mi cuerpo
una constatación de pertenencia, un hilo conductor de vida para enlazar un ayer
con un mañana y cumpliendo como un testigo, el cumplimiento del ciclo de la
vida en el que algunos estábamos de salida y otros abrían la puerta con todo el
futuro por delante.
En
medio de esta secuencia de privilegio, por ser partícipe de ella, una pregunta
inmisericorde que me martilleaba ayer, y que esta mañana persiste, como un
martillo pilón, en mi cerebro. – Y, mi alegría…, dónde está mi alegría. En qué
tiempo se quedó, si es que existió en algún momento, con qué personas que ya no
están para compartirla conmigo…, apenas un pozo de soledad, aquí, junto a los
míos, arropando la historia pasada que ha llegado hasta aquí a través de mí y
permitiendo que los que vienen detrás se apoyen en lo que a mí me queda para
proyectar un nuevo impulso. A mi Elvira se le dibuja el futuro en su cara y yo
solo puedo acompañarla en su gestualidad, ofreciendo mi soledad como baluarte
para que se apoye y siga como pueda su parte del camino. Esta mañana de final
de mayo me ofrece ser testigo de un ciclo vital conmovedor, pero dentro de un
cúmulo de soledad inevitable. Es la parte que me toca y la asumo como un arma
con la que habrán de formarse nuevas vivencias en las que yo ya no seré más que
un recuerdo.
No puedo mover mis labios para esbozar una sonrisa y la vida sólo me permite ser presencia, que no es poco. Mi Elvira se me acerca y creo que pretende sacar de mí algún gramo de entusiasmo del que a ella le sobra pero yo sólo puedo ofrecerle esta solidez en la mirada y un trasfondo de tristeza que no logro disimular por más que lo pretendo. – No es nada contra ti, aunque la duda la reflejes en tu mente. Es la vida, tan diversa, que en mí se refleja desde la soledad y la tristeza y eso es lo que me permite reflejar a quien se acerque. Mañana seguiré con la vida que arrastro cada día y esta secuencia que hoy comento, se quedará en una anécdota para olvidar, como tantas otras. Quizá la riqueza sólo se encuentre en el imple hecho de haber sido testigo de un cúmulo de secuencias de diverso signo que poco a poco se acumulan y hacen que la marcha sea más pesada y más lenta, producto de las vivencias que llevas acumuladas a tu espalda. –Ánimo, hija.
Se me borró el comentario sentido y largo...
ResponderEliminarSe me estrangularon las entrañas, al saber perfectamente lo que sentiste y sientes. Y también la felicidad, emociones y miedos de nuestra pequeña y gran Elvira. ENHORABUENA.
Y tu mirada. Tu rictus... Tan conocido también en mí.
El resto, te lo diría en privado, si quieres.
Aquí sigo.
Podemos compartir soledades.
La mía la llevo demasiado bien.
Ha sido la tónica de mi vida, incluso estando acompañada. - esa es la peor y más dolorosa-
Nuestra misión y logró, es que vuelen solos... Aunque duela tanto perder el sentido de nuestras vidas, es un orgullo.
Muchos felicidades.
Besos y abrazos que, honestas, me gustaría darte personalmente ahora mismo.
Tu mirada de tristeza, atraviesa el alma, y hace buenas migas con la mía.
Tenemos, no sólo años vividos, también muy, muy intensos.
Eso agota.
Lo superaremos. O no.
Pero estaremos.
Buen domingo, Antonio.
Te sigo extrañando.
Disculpa las consabidas erratas por el teclado.
ResponderEliminarBesotes
Te quiero, papá.
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