No
quiero escuchar demasiado esto de la viruela
del mono. Parece que le prensa
necesita titulares novedosos, de esos que nacen, ocupan las primeras páginas,
nos comen las entrañas con una nueva angustia contra la cual apenas podemos
nada y en unos días desaparece de nuestra atención como por ensalmo. En medio
de tanta miseria se nos ha colado la llegada del emérito y se dice que hasta
200 medios de difusión han estado al pie del avión para dar fe de su llegada,
para seguir su recorrido en el coche de su amigo y para conocer dato, cada
movimiento, cada palabra, cada paso dubitativo de los pocos que ha dado. Hemos
conocido hasta cuando ha ido al cuarto de baño o lo que ha desayunado. De la
viruela se nos ha dicho que es muy molesta pero que no es muy grave ni amenaza
pandemia. Ojo, eso sí, con las
relaciones sexuales de riesgo y aislarse en caso de tener síntomas que, en dos
o tres semanas la tenemos dominada. De la prensa que ha seguido al emérito,
nadie se ha preguntado, por ejemplo, cuánto ha costado el viaje, quién lo ha pagado y cuánto cuesta su seguridad personal
que pagamos todos. El lunes volverá al país que ha elegido como residencia
permanente y así no tiene que estar pendiente de la hacienda española, que le
gusta demasiado mirarnos el bolsillo.
Ya no
estamos pendientes de los muertos de Ucrania, pero no porque no haya, que hay
más que nunca, sino porque no soportamos tanta primera página monotemática. He
decidido adherirme al partido que verdaderamente me interesa. Se llama DEJEN DE MATAR. Es casi tan viejo como
el género humano y viene a cuento porque, sencillamente parece que no
aprendemos de casi nada. No soy especialista en geoestrategia, me importan una
higa las fronteras, tanto las de Rusia como las de Ucrania como las de España,
que las tengo aquí, detrás de la puerta. Lo único contra lo que quiero luchar
es contra los que no paran de poner muertos en las calles, destrozan los
puentes y las carreteras, empobrecen los países y siembran el hambre y la
desolación allá por donde pisan. Como no quiero que ningún contendiente me
hable de sus razones, me niego a escuchar ningún discurso que no se fundamente
en DEJAR DE MATAR, que es el fundamento de mi partido y el único
en el que creo.
Ya
estoy viendo cómo la OTAN está a punto de ampliarse para regocijo de occidente
y para inmenso cabreo de Rusia que amenaza con consecuencias. Los conductos de
gas y petróleo rusos se van cortando para occidente poco a poco, lo que obliga
a buscar nuevos mercados porque a la vuelta de unos meses tendremos un nuevo
invierno, el frío se nos meterá hasta los huesos y buscaremos calor
desesperadamente. Para frenar la invasión rusa de Ucrania le hemos impuesto al
invasor una serie de medidas con idea de irlo ahogando económicamente, a ver si
así se entera de que tiene que volver a su casa. Rusia contraataca con que le
paguen su gas y su petróleo en rublos para que su moneda no se hunda. Europa se
revuelve porque se siente dependiente del petróleo y del gas ruso pero con una
moneda que pierde valor en el mundo a pasos agigantados y en esta suerte de
medidas y contramedidas, en medio, los miles de muertos van cayendo a pasos de
gigante, tanto rusos como ucranianos, sin que parece que nos importen.
DEJAR DE MATAR es mi partido, lo único que me importa en esta vida y la razón de esta reflexión que hoy comparto con vosotros no porque no me interese el viaje del emérito, ni la viruela de los monos, ni los proveedores que vamos a tener que localizar para que nos provean de petróleo y de gas el próximo otoño ni la moneda en la que vamos a tener que pagarlo. Lo único que me interesa y a lo que pienso dedicar mis energías, que lamentablemente van mermando inexorablemente, es que vayamos haciendo todos el puñetero favor de dejar de matar hoy mismo porque para mañana ya es tarde y porque hay una ley que todo el mundo valora pero que parece que nadie está dispuesto a cumplir y que es el respeto a la vida. Miro aquí y allá y veo demasiados muertos a mi alrededor. No sé si tendré que avergonzarme hasta de pertenecer al género humano. No me gustaría, para lo poco que me queda de vida.
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