En
algo más de un mes hemos pasado de ser la envidia del mundo porque andábamos
por los 50 de incidencia cumulada cuando la mayoría de los países alcanzaban
hasta los 2000 y subiendo. Pensábamos que nuestra coraza contra ómicron era más del 90% de vacunaciones
y que ya estábamos a salvo definitivamente. Nuestro gozo en un pozo, una vez
más. Y es que, cuando no sabemos, inventamos. Sencillamente la enorme capacidad
infecciosa de ómicron no nos había
llegado todavía. Ahora que casi volamos por las alturas de los 2000 y hasta de
los 3000 por algunas zonas, con una media superior a los 1500, sabemos que las
vacunas siguen siendo un potente escudo, pero no para evitar la infección sino
para defendernos de la UCI y de la muerte, que es muchísimo, pero no tanto como
pensábamos. La tercera dosis ha venido a reforzar la defensa de las dos
primeras, que bajan claramente con el paso de los meses. El total es que los
tres pinchazos nos defienden de la gravedad, pero no de la fuerte capacidad infecciosa
de ómicron.
En
estos momentos, aunque con grandes desigualdades según los territorios, no
sabemos dónde meternos para que el virus pase de nosotros. Hay gran cantidad de
población que ha tomado conciencia de que este bicho no es cualquier cosa y que
las vacunas y las medidas básicas de protección. Mascarillas, ventilación,
distancia de seguridad…, son imprescindibles si no queremos entrar por el circuito
infeccioso. En todos los sectores sociales necesitamos disponer de personal
sano para llevar a cabo los trabajos que permitan que la estructura social
funcione. Ya sabemos que se ha logrado defendernos contra la gravedad y la
muerte. Con el doble de infectados que el año pasado, los enfermos graves y los
fallecidos han descendido drásticamente. Menos mal. Pero no sabemos dónde
escondernos para evitar la infección de ómicron,
que nos localiza allá donde nos escondamos.
Debe
ser la propia angustia de esta plaga, que dura y dura, la que nos hace que
quienes se saltan la normativa no decaigan y siempre encontremos bolsas
significativas de personas que deciden tirar por la calle de en medio e ignorar
al virus hasta ver si a base de no hacerle caso pasara de largo. Naturalmente
esto no es posible y lo cierto es que estamos cayendo como chinches. Ya calculan
los expertos las subidas y bajadas de la curva de infección en función de las
fiestas que celebramos. Para alcanzar el codiciado pico en el que la curva de
ascenso comience a descender han previsto que pueda suceder a mediados de
enero, que será el momento en el que se hayan podido contabilizar todos los
posibles infectados de las fiestas de fin de año y de comienzos del nuevo, lo
que quiere decir que podemos alcanzar casi las nubes porque nos faltan un par
de semanas y ya estamos las estamos rozando. Lentamente también van creciendo
los negacionistas, a medida que se afianza la idea de no hacer obligatoria la
vacunación.
De vez
en cuando se escucha la conveniencia de participar en la vacunación de los
países que no alcanzan el 20%, casi toda África y gran parte de Asia. No se
discute que necesitamos estar vacunados todos para sentirnos a salvo pero la
verdad de cada día es que seguimos mirando para otro lado y hay países, Israel,
por ejemplo, que empiezan a hablar del cuarto pinchazo para sus ciudadanos
cuando la ciencia nos está diciendo que ese camino no tiene una salida clara
porque la capacidad de mutación del virus seguirá viva y coleando mientras
amplias zonas del mundo se encuentren sin protección. No sé si es que somos
duros de oído o sencillamente que pasamos de todo lo que no sea resolver
nuestra situación más apremiante y hacer como que no vemos el inmenso mar de
pobreza que espera nuestra colaboración porque dentro viven millones y millones
de personas con las mismas necesidades que nosotros. Estamos en un sálvese quien pueda de insolidaridad o
de ceguera que alargan la solución de un problema, ya de por sí bastante
difícil de resolver.
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