La
fiesta de Reyes se ha convertido en el último coletazo de Navidad.
Tradicionalmente, al menos en esta zona del mundo, era el momento de los
regalos, ansiosamente esperados por los pequeños. Se vivían con desesperación
porque sabíamos bien que las vacaciones se acababan el día 7 y la posibilidad
de disfrutar era demasiado exigua. A poco que te descuidaras, inexistente. No
hay que irse muy lejos para haber vivido el panorama que cuento. Muchos lo
llevaremos grabado hasta el último día de nuestras vidas. Hoy, en esta misma
zona del mundo, no hay que olvidarlo, las cosas han cambiado mucho porque el
comercio se ha adueñado del panorama y no deja títere con cabeza. No hay
persona, pequeña o grande, que no se
sienta deudora de su regalo correspondiente ni hay que esperar a nada porque
para eso está el viejo de la barriga convertido en agente comercial que se
presenta en cualquier domicilio con el saco repleto de regalos, sea la hora que
sea, el día que sea y para cualquier miembro de la familia. De modo que la
Navidad se ha convertido en el Agosto de la sección regalos de cualquier centro
comercial.
Voy
siguiendo mis palabras y me resulta ridículo intentar reconocer el trasfondo
religioso que un día tuviera este periodo. Por abundar en el exceso, este año
en España se ha convertido en una gracieta hacer una competición de
iluminaciones de espacios públicos y una serie de alcaldes han puesto los
centros de sus ciudades como los chorros del oro, todos con dinero público, a
ver quién es más capaz de convertir la noche en día durante el periodo del que
hablamos. No dudo que pueda resultar atractivo y sobre todo rentable tal
inversión. Lo que no termino de ver claro es qué tiene todo eso que ver con lo
que se celebra y da origen a estas fiestas. Seguramente que en algún momento
nos daremos cuenta del sonoro ridículo que hacemos todos y terminaremos por
llamar a las cosas por su nombre y dejarnos de subterfugios para esconder el
verdadero negocio que subyace tras el origen religioso que estuvo en el
principio.
En lo
que toca a los niños, la noción del regalo tenía sentido cuando no había
capacidad económica casi para nada. Se buscaba alguna manera de compensar a los
pequeños de tanta penuria y se buscaban fiestas en las que la familia hacía un
esfuerzo especial para que los pequeños tuvieran posibilidades que el día a día
les negaba por falta de medios. De esta situación, que fue el origen, hemos
pasado a pervertir el trasfondo religioso que en su día sirvió de excusa y
convertir el acontecimiento en un hecho comercial normal y corriente, con un
nivel publicitario cada año más agresivo, en el que no hay comercio que se
precie que no espere acrecentar sus ventas al son de villancicos que cuentan lo
que pasó en Belén hace 2000 años con unos inmigrantes que llegaron a
empadronarse porque no lo estaban y que en el viaje se les presentó el parto y
tuvieron que resguardarse en una cueva porque nadie les daba cobijo porque no
tenían dinero para pagar. Jugamos con muñequitos representando la secuencia con
entusiasmo mientras volvemos la cara cuando por nuestro lado pasan los que
llegan cada día de lugares de pobreza y de persecución, que son de carne y
hueso y tienen nombres y apellidos.
El
nivel de hipocresía y de desnaturalización de las ideas ha llegado a tal punto
que hemos confundido el culo con las témporas. No tiene por qué haber problema
en establecer un periodo de compras porque los comercios necesitan deshacerse
de las reservas de artículos de que disponen porque detrás de la puerta está la
primavera y con ella la nueva campaña. Necesitan hacer caja para invertir en el
nuevo año y son capaces para ello de vender su alma al primero que la pague.
Esto puede ser normal y nadie debería extrañarse. Lo malo es que no se llama a
las cosas por su nombre y necesitamos excusas de cualquier orden para esconder
las verdaderas intenciones que nos mueven. Y en medio del maremágnum ya he podido
ver anuncios en los que Papa Noel se encuentra con los Reyes Magos y todos
dialogan amigablemente a ver quién de ellos coloca el mejor regalo. ¡Y lo que
nos queda por delante!.
Lamento no conocer tu idioma, que hace unos siglos fue el mío. Bien venido de todas formas.
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