



El primer bofetón que la vida nos ofrece al aire libre es probablemente el desgarro más fuerte de todos cuantos vamos a vivir hasta llegar al de la muerte, que seguramente es el segundo y último. Para ninguno de los dos se nos pide permiso. Somos partícipes de algo que, en un momento dado nos hace vivir y en otro nos elimina del mapa.
Pero cada ser que llega está sujeto a un sin fin de deseos que confluyen en él, que lo condicionan y que lo definen. También lo van marcando y hacen que su masa cerebral, a lo larga de los cinco primeros años, más o menos, vayan disponiendo los surcos de una manera determinada. Así será básicamente la persona que ha de vivir alrededor de cien años, casi siempre algo menos, apenas un suspiro de suspiro si miramos el tiempo con una cierta perspectiva.
En esa confluencia indispensable de deseos es donde empiezan nuestras grandes diferencia entre aquellos cuya atención está centrada en la resolución de las necesidades básicas, alimentación, limpieza, higiene y reposo y poco más y aquellos otros que son tratados como verdaderos príncipes, todo el mundo a su alrededor, siempre alerta al menor deseo para resolverlo en el momento y adelantándose y futuras necesidades para ofrecer propuestas de solución de las mismas, incluso antes de que se produzcan:”Poner el parche antes de que salga el gano”. Al final tampoco es que sea mucha la diferencia porque ni unos ni otros pudieron eliminar el trauma de nacer ni el de morir y tanto uno como otro en la más estricta intimidad. Y esto es lo fundamental, que nadie lo olvide.
Pero claro que no es lo mismo el recorrido entre ambos puntos. Ni mucho menos. Aquí podemos hacer las personas enormes diferencias entre unos y otros. Yo no quiero valerme de mi edad ni de mi posible experiencia para tener la arrogancia de ofrecer todo un racimo de indicaciones sobre cómo debe ser eso de la Educación y por qué. No me fiaría mucho de quien se atreviera a hacerlo, la verdad. A lo que sí me inclino es a sugerir que tengamos conciencia, por un lado de la dignidad de los recien nacidos, que no por pequeños dejan de tenerla y de cómo en función de esa dignidad, todas las personas necesitamos apegos, atenciones y agarraderos afectivos que nos impulsen a crecer. Pero del mismo modo necesitamos unos espacios propios que nos permitan movernos con libertad, sentirnos vivos y sentir la necesidad de avanzar por nuestros propios medios, para lo que llegamos a este mundo sobradamente dotados como cada semilla que llega al suelo y que espera la lluvia para germinar y convertirse en una hermosa planta.
Por sintetizar, reclamar un poco de EQUILIBRIO para las personas que nacen que pasará porque los poderes públicos garanticen unos mínimos servicios de calidad para todos y para las familias abarrotadas de deseos para los príncipes de la casa, pues bajarse un poco del burro y ofrecerle al recien llegado unos espacios donde se reconozca como ser capaz de crecer y que pueda hacerlo co las ayudas que necesite, pero sin las atrofias de todos los que querrían vivir por él y que se desenvolviera entre algodones y se convirtiera en un ser despótico y caprichoso que todo se lo merece. Ni tanto ni tan calvo, que dirían en mi pueblo.