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domingo, 17 de marzo de 2024

ZAFARRANCHO


         Resulta que un grupo de curas de la diócesis de Toledo se comunican entre ellos a través de sus móviles y, medio en risa, medio en serio, se sugieren pedirle a San Pedro que se lleve al papa Francisco lo más pronto que pueda. Francisco, que parece estar preparado para su pronta partida por su avanzada edad, les responde a través de la prensa que le dan lástima y lo deja ahí. La secuencia queda abierta y se presta a todo tipo de interpretaciones, ninguna, a lo que  parece, demasiado santa. Si de algo conviene que estos profesionales miembros de la Iglesia deben dar ejemplo, no es precisamente de su espíritu evangélico. De estas alturas hacia abajo, no me parece que debamos escandalizarnos del zafarrancho en el que estamos inmersos. Una presidenta dice que le gusta la fruta cuando todos hemos visto, en vivo y en directo, que lo que está haciendo es llamarle hijo de puta al Presidente del Gobierno, aprovechando que va de invitada al Parlamento. Desde entonces, hace unos días, las referencias a la fruta andan de acá para allá, como Pedro por su casa, sabiendo todos que de lo que estamos hablando es de tirarnos a la cara los más graves insultos de que dispone la lengua castellana y nos reímos con el conqui de la fruta, como si se trata de una gracieta entre coleguillas.



         Del papa abajo ninguno parece que nos libremos en estos tiempos de ser objeto de odio de los unos para con los otros, poniendo las más profundas jaculatorias evangélicas patas arriba con todo el descaro y el cinismo que nos es posible. No podemos quejarnos de que nuestra convivencia verbal ande sumida en un lodazal  y de que nadie se preocupe lo más mínimo en dedicarnos los más crueles insultos con toda la hipocresía conveniente para que se entienda bien claro lo que se dice, disfrazando los contenidos de tenues caretas indefensas que no hacen sino agravar las verdaderas intenciones de los unos contra los otros. No sé si con tanta falsedad formal en nuestras costumbres aspiramos a alguna forma de entendimiento, pero con esas peladillas que nos enviamos, envueltas en el odio más descarado, no quiero pensar a dónde queremos llegar, construyendo el país en el que vivimos.



         No parece que sea la contención nuestra virtud más sobresaliente, sino más bien lo contrario. Nos hemos aprendido hasta dónde podemos llegar, insultándonos unos a otros y envolviendo toda esa palabrería que va y que viene, con términos que esconden nuestras verdaderas intenciones. Lo que queda como síntesis no es más que un cenagal en el que nos movemos. No parece que nadie se manifieste dispuesto a dignificar nuestro viejo castellano. Más bien al contrario. Afinamos nuestras voces para que quede claro hasta qué punto nos odiamos y qué lejos se encuentra cualquier forma de dulcificar nuestra capacidad de insulto, si bien encontrando en cada momento el más inofensivo envoltorio para que lo que realmente queremos trasmitir quede completamente oculto o disfrazado en las apariencias vistosas que nos hagan aparecer como no somos.



         Esta legislatura, por ejemplo, está mostrando toda la capacidad de hipocresía en nuestras relaciones a ver si el discurso ejemplar que debiera servir como bandera y guía para el conjunto, en realidad se convierte en una fuente de perversión lingüística que oculte lo que realmente nos estamos queriendo comunicar. No sé por qué me niego a cerrar este humilde texto sin llevar mi referencia a las intenciones más o menos jocosas de este grupo de clérigos toledanos para con la probable muerte, más cercana que otra cosa, del papa Francisco. Su respuesta me deja inquieto porque esa lástima que exclama no precisa demasiado sobre quien pretende que recaiga: si sobre sus frágiles hombros, sobre las ideas integristas que se derraman unos de otros, o sobre todos en general, que atravesamos un lodazal nada edificante, y nos coloca en este zafarrancho de falsedad que nos hace pretender una corrección  formal, pero la profundidad de intención no alcanza más allá de una mala uva sin cuento.  



domingo, 10 de marzo de 2024

MARZO LLUVIOSO


         Estábamos atravesando un invierno cálido y seco y nuestra alarma subiendo de manera preocupante porque los niveles de agua embalsada han descendido hasta niveles que no se conocían desde hacía años. Y cuando estábamos preparados para echarnos las manos en la cabeza como muestra de preocupación máxima, aparece marzo y se pone a llover y a nevar en casi todo el territorio nacional, no diré para resarcirnos de las deficiencias acumuladas, sobre todo en Cataluña y Andalucía, que andaban por debajo del 20%, pero sí de manera abundante, por lo que se plantea un final de invierno, francamente esperanzador. Aunque no se alcance para tirar cohetes, porque el déficit es muy pronunciado y puede que se necesiten años para alcanzar cotas tranquilizadoras. Las perspectivas, de todas formas, han cambiado de sentido y, por lo pronto, prometen.



         Dos acontecimientos, además, de primer orden, que requieren ser destacados también en marzo. El 8 DIA INTERNACIONAL  DE LA MUJER que cada año va tomando más presencia, hasta el punto que está llenando las calles cada vez más y nos está diciendo que la revolución de la mujer se impone cada año con más fuerza. Lo que en origen fue la manifestación de cuatro sufragistas, apenas testimoniales, frente al desprecio masivo de las fuerzas vivas que las miraban por encima del hombro, se han ido extendiendo y profundizando en sus reivindicaciones, hasta el punto de que se están convirtiendo en la revolución  más profunda que hemos conocido, porque afecta ni más ni menos que a la mitad de la población y los cambios que viene promoviendo significan un mundo nuevo en el que desaparezcan los hombres y las mujeres como los hemos conocido hasta el momento y sean sustituidas por las personas, sean del género que sean, iguales ante la ley y ante las costumbres, que van a significar un mundo nuevo al que hoy apenas si alcanzamos a vislumbrar las primeras señales y en el que todos tendremos que aprender a situarnos como miembros igualitarios.



         Mañana, día 11, se conmemora el 20 aniversario del más grande ataque terrorista sufrido por nuestro país, en los trenes de cercanías de Madrid, alrededor de las 7´30 de la mañana. El resultado, 192 muertos y más de 1500 heridos que sembraron de luto a España entera y que pudiéramos haber llorado con un solo plañido, como hubiera sido lo lógico, de no haber coincidido el atentado con los días previos a las elecciones generales del 14 de marzo. El gobierno de entonces tomó la decisión de asignárselo a ETA, que todo el mundo compartió en un principio, pero cuando los datos, pasadas las primeras horas, fueron dejando pistas, cada vez más claras, de que no se trataba de ETA, sino que apuntaba a Alkaeda y al mundo islámico, el gobierno decidió mantener la tesis de ETA porque le beneficiaba para las elecciones del día 14. El día 12 ya sabía el mundo entero que el atentado era obra de Alkaeda, y el gobierno pretendió mantener la autoría de ETA hasta que se produjeran las elecciones.



         La población fue siendo consciente de la gran mentira en la que el Gobierno pretendía involucrarnos para sacar provecho de los resultados electorales del día 14  fue tomando la calle y exigiendo la verdad. El resultado electoral, que el PP daba por hecho, se volvió en contra y encumbró a José Luis Rodrríguez Zapatero. La sombra de que hubo una conspiración contra el PP en la que pudiera estar involucrado el Partido Socialista se mantuvo en vigor hasta que se celebró el juicio, a pesar de que la sentencia condenó a los culpables y dio el caso por cerrado. Es más, este año se celebra el 20 aniversario de aquel trágico atentado y todavía hay quien mantiene viva la teoría de la CONSPIRACIÓN aunque los autores están cumpliendo condena, salvo los que se inmolaron con sus propios explosivos en un piso de Leganés que tenían alquilado para sus reuniones. Hay quien afirma que desde entonces se impuso la polarización en la vida política y todavía vivimos sin que gobierno y oposición hayan encontrado acuerdos básicos para suavizar su relación. 



domingo, 3 de marzo de 2024

FRUSTRACIÓN


         Podríamos decir que se ha puesto de moda la salud mental. Sé que dicho así no deja de ser una frivolidad como otra cualquiera. Lo que sí se aprecia es que, en este momento, se habla más de salud mental que en años anteriores. Parece que con el auge del COVIT y los cambios sustanciales de vida que trajo consigo, hemos caído en la cuenta que disponemos de una mente que se sustenta en una serie de rutinas que podemos identificar como forma de vida. Siempre hemos dispuesto de una estructura identificable y más o menos compartida, pero la costumbre de su cumplimiento nos ha llevado a desarrollar de hecho unos niveles de cumplimiento que podían vivir sin necesidad de afectar nuestros fundamentos. Desde el momento en que la pandemia entró en nuestras costumbres, parece que  nuestra estructura de comportamiento se vio alterada y empezamos a darnos cuenta de que nuestra vida entraba en crisis y nos abocaba a plantearnos una serie de frustraciones que afectaban a nuestro modo de ver el mundo y a comportarnos de una manera distinta a la que dábamos por conocida hasta el momento.



         Seguramente nuestras costumbres no cambiaron tanto por efecto de la pandemia porque nosotros seguimos siéndolos mismos y el contexto en el que nos tuvimos que desenvolver tampoco cambió demasiado. Pero es verdad que el simple hecho de que tuviéramos que cambiar las horas en que podíamos salir a la calle y pasar más tiempo recluidos  en nuestras casas nos forzó a un tipo de vida nuevo y hasta la estructura académica se vio modificada con muchas más horas en el interior de las viviendas y muchas menos  para convivir en la calle. Quizá no importa tanto cuantificar hasta dónde han alcanzado los cambios que se impusieron en aquellos momentos, pero fueron suficientes para hacernos ver que determinadas rutinas podían cambiar y que las frustraciones que ocasionaban los nuevos cumplimientos significaban poner en crisis el sistema de vida conocido. Nos vimos obligados a modificar parte de nuestro esquema tradicional.



         La pandemia no acabó pero la hemos integrado, de modo que la hemos afrontado como un hecho cíclico, como si se tratara de una gripe que necesita ser combatida en un periodo concreto del año, en otoño concretamente, y la hemos incorporado como una incidencia más con la que tenemos que aprender a vivir. Así lo hemos hecho como si el cambio se pudiera resolver con una vacuna. Los efectos de aquel cambio de vida fueron bastante más complejos que los estrictamente clínicos y, con el tiempo, los hemos visto aflorar en todos los sectores de nuestro comportamiento. Los hemos concentrado en la salud mental, en parte por los cambios que nos produjo la presencia de aquel virus, pero también en parte por nuestra resistencia a integrar las  frustraciones que significó en su momento el cambio de la forma de vida que teníamos integrada. Nos costó esfuerzo entonces integrar los cambios y nos cuesta en este momento volver a la normalidad porque, aunque no nos demos cuenta, la normalidad a la que volvemos no es exactamente la que dejamos.



         Nos hemos centrado en la salud mental porque sus consecuencias se han puesto más a la vista como efecto de la pandemia, pero también porque aprovechando los efectos de la pandemia nos hemos fijado más en problemas mentales que ya estaban presentes y apenas les hacíamos caso, pero aprovechando las incorporaciones específicas a las que nos forzó aquel tiempo de cambio, se pusieron de manifiesto frustraciones que tuvimos que integrar y las dificultades que significaban su incorporación a nuestra forma de vida nueva. No hay que tener miedo a las frustraciones que tenemos que asumir por los cambios que nos vienen dados. Nuestras posibilidades de adaptación son ilimitadas y nos permiten integrar nuevas formas de comportarnos o de pensar para adaptarnos a los nuevos tiempos que nos va tocando vivir. Aprender a aprender puede convertirse en uno de los grandes logros a integrar en nuestra forma de ser.   



domingo, 25 de febrero de 2024

FUEGO


         Esta semana hemos sido testigos en España de una secuencia insólita. Las televisiones ofrecen la noticia, como tantas, de un fuego que se produce en un piso séptimo de un bloque. Parecía un drama relativamente cotidiano que la intervención de los bomberos eliminarían de las pantallas en unos minutos, como siempre. Pero esta vez no fue así. A una velocidad completamente insólita pudimos presenciar en vivo y en directo cómo en menos de dos horas de reloj toda la edificación, formada por dos bloques de diferentes alturas y relativamente aislados del resto del barrio, ardían como una tea por las fachadas y desde ellas, achicharrando las 138 viviendas de la urbanización. Ante un hecho tan raro, los vecinos apenas tuvieron tiempo de salir como pudieron y salvar la vida. Hoy sabemos que la salvaron todos menos 10 que sucumbieron al fuego en los pisos más altos sin haber encontrado el modo de ponerse a salvo en los pocos minutos que tuvieron de margen. Mientras veíamos la enorme bola de fuego esperábamos, incluso, que el edificio se viniera abajo de un momento a otro. Hoy sabemos que la estructura sigue en pie, por ahora y que los técnicos están valorando qué se puede hacer con el esqueleto que queda en pie.



         El incendio comenzó a las 5´30 de la tarde y esa misma noche, 138 familias se encontraban en la calle, presenciando en riguroso directo cómo sus viviendas desaparecían pasto de las llamas y ellos no podían creer lo que estaba pasando delante de sus ojos. En realidad, los afectados estaban alucinados ante el espectáculo, pero todo el país no lo estaba menos delante de los televisores. Hasta los bomberos que luchaban por sofocar el incendio tan voraz reconocían que se sentían incapaces de dominar semejante siniestro que no tenía comparación con cualquier otro del que ellos tuvieran memoria. Y como si se tratara de una película de terror, todos fuimos testigos de cómo, en unas pocas horas, la vida les cambiaba por completo a esos 138 vecinos de ese barrio de Valencia.



         El drama sucedió el jueves y hoy va para tres días. Todas las autoridades se han acercado a ver con sus propios ojos si lo que sucedía era de verdad y, una vez comprobado, cómo se puede colaborar ante semejante drama, con centenares de personas delante, que no disponen ni de un cepillo de dientes que echarse a la boca, ni del carnet de identidad para certificar quién es y cómo se llama cada uno, o una simple tarjeta para sacar dinero y comprarse un bocadillo para la cena. Era como si la vida se les hubiera parado de pronto y les propusiera iniciar el movimiento desde cero, una prueba de fuego, nunca mejor dicho, a una serie de personas elegidas al azar, que acaban de nacer, cada una con la edad que cuenta y que se encuentran sin nada ante el futuro más inmediato, es decir, para la misma noche del jueves y, a partir de ahí, hasta el incierto mañana. Lo estoy contando y me cuesta creerme que vi lo que digo y que otros lo están viviendo en sus carnes.



         La cantidad de urgencias que se presentan para ser resueltas es ingente y la angustia de la inmediatez no tiene espera porque la noche se echa encima y hay que seguir viviendo. Se valora mucho la actuación  de los bomberos y de las fuerzas de seguridad. El conserje del bloque tuvo una actuación heroica yendo piso por piso para avisar que tenían que desalojar las viviendas inmediatamente, porque muchos no eran conscientes de la virulencia del fuego y, en aquel momento, su vida estaba pendiente de un hilo. El ayuntamiento ha ofrecido un bloque de 130 viviendas para poder realojar a los que han perdido sus casas y, mientras tanto, en hoteles para salir del paso. A la mañana siguiente del suceso, los vecinos inundaron los espacios disponibles de enseres de solidaridad, de los que consideraban más urgentes, hasta el punto de que los servicios de ayuda tuvieron que parar las entregas porque necesitaban tiempo para ordenar la avalancha de ayuda que iba llegando. La vida vuelve poco a poco y nos damos cuenta de que “nosotros, los de entones, ya no somos los mismos”.     



domingo, 18 de febrero de 2024

POLARIZACIÓN

 

         Esta palabra que titula el texto de hoy pertenece perfectamente a nuestra lengua. Yo la asocio al terreno de la ciencia y, como tal, se la ha venido utilizando con toda normalidad. La cuestión es que, de un tiempo a esta parte, se ha puesto de moda para denominar ese enfrentamiento casi irreconciliable entre las distintas opciones políticas. Lo que tendría que ser la saludable discrepancia en la defensa de opciones diversas sobre la interpretación de la vida, que formaría parte de la verdad de cada problema, no sería más que el conjunto de distintas opciones posibles, todas legítimas y necesarias para dar validez a la diversa realidad, que se completaría con las distintas interpretaciones posibles. El mal uso prolongado en el tiempo, da como resultado la situación de polarización que vivimos. Podríamos definir las distintas posiciones como partes o aspectos parciales de una verdad común, imprescindible sin cada una de las opciones posibles. No sé si el mal uso consentido y dilatado en el tiempo termina distorsionándose y haciendo que cada opción o interpretación de la realidad necesite, para reafirmarse, prescindir de cualquier argumento que no sea el suyo propio, con lo cual, el resultado final, necesariamente tiene que ser parcial e inexacto.



         Se entra en un bucle interpretativo en el que cada opción, perfectamente legítima por otra parte, adopta la costumbre de ignorar cualquier argumento que no sea el propio e intenta imponer una explicación sobre lo que acontece, que no tiene en cuenta más que su propia explicación, con lo cual los distintos discursos que tendrían que formar parte de un resultado final unitario e integrador, se convierten en argumentos excluyentes que ignoran todo lo que no forme parte de su argumentario, sencillamente y, por tanto,  en enemigo a batir. Si nos paráramos un poco y enfriáramos la reflexión de cada uno, tendríamos que concluir que no hay argumento que pueda salir delante de manera estable si no dispone de componentes de los distintos miembros en litigio y que ignorar a cualquiera de ellos, significa mantener vivo el conflicto, sin posible solución.



         De esta deformación de uso ha salido la polarización de marras y ahora andamos con ella debajo del brazo cada uno, ignorando el resultado ineludible. No hay resultado posible si no se cuenta con las posiciones de cada uno de los contendientes ni verdad duradera que ignore los argumentos de cada uno de ellos. No sé en qué momento se llega a enfrentamientos tan excluyentes. De lo que sí estoy seguro es que a base de excluir partes del discurso común no habrá manera de consensuar nada y, por tanto, el conflicto permanente campará por sus respetos sin solución a la vista. Dicho de otra manera: para encontrar un resultado que permita soluciones de futuro es imperativo bajarse del burro todos los componentes en conflicto, reconocer cada uno a su vecino y aceptar partes del discurso que no sean las propias para que los miembros en litigio se sientan integrados en el discurso final. De lo contrario no podrá haber ningún acuerdo porque el sector que se sienta excluido no aceptará solución alguna hasta que una parte de su argumentario no esté presente en la solución final.



         Podríamos decir, por tanto, que bien está la polarización para el campo de la ciencia, de la que nació seguramente, porque en el terreno político, todo lo que huela a polarizar llevará implícito el estigma de .la discordia, por afirmación del discurso propio y por exclusión o ignorancia del contrario. Lo estamos viendo en el mundo entero. Todo lo que no sea alcanzar pactos en los que las distintas opciones se sientan integradas de alguna manera, no pueden significar acuerdos de futuro. Es cierto que las soluciones integradoras suelen resultar incómodas para las distintas partes. Nadie puede sentirse demasiado satisfecho porque tiene que haber cedido un espacio suficiente para verse dentro del conjunto, pero sabiendo que partes de su verdad siguen pendientes. Me siento ridículo con esta explicación, que considero tan simple, porque no entiendo cómo no se entiende.



domingo, 11 de febrero de 2024

ADOPCIONES

 

         Esta semana hemos sido conmocionados  por la noticia de que dos hijos, de 13 y 15 años, han matado a su madre adoptiva de una puñalada en el cuello y, después, intentaron huir. Lo primero que se me ha venido a la mente ha sido el asesinato de Asunta Basterra, aquella niña gallega de 12 años, a manos de sus padres adoptivos, hace unos años. En ambos casos se hizo hincapié en la cualidad de adoptados de los menores. Las noticias no afirmaban en ninguno de los dos casos la condición de adoptados de los menores como determinantes en la tragedia pero el mismo hecho de que lo mencionaran sin más, hace que el sentido de la información, hace que quien  lo lee fije su criterio en esa cualidad, en el primer caso para responsabilizar a los padres de Asunta como si la niña no estuviera suficientemente querida y hasta envidiada por el punto de genialidad que, al parecer, manifestaba. En el caso de los dos hermanos ha quedado la imagen de que puede haber sido la excesiva rigidez normativa de la madre la que puede haber desencadenado la tragedia porque los rendimientos académicos de ambos, al parecer, eran muy buenos.



         Creo que sería justo desligar la idea de la adopción de los trágicos resultados finales en ambos casos porque, desgraciadamente, entre uno y otro caso, hemos tenido noticias de menores maltratados y muertos por sus progenitores con los argumentos más diversos, sin que la paternidad sea cuestionada por más que los resultados, en esos casos, hayan resultado lo mismo de trágicos. Tradicionalmente venían apareciendo en los medios el psicólogo de la Fiscalía de menores de Madrid Javier Urra o el Juez de menores de Granada Emilio Calatayud como expertos universales que nos hacían una serie de comentarios para informar al público ignorante sobre estos comportamientos extremos que nos conmueven durante el tiempo de vida que dura una noticia, cada vez más corto por cierto. En este último caso, el juez Calatayud no se ha hecho presente, a pesar de que sigue ofreciendo comentarios y hasta algún libro sobre las sentencias originales que en algún momento lo pusieron de actualidad..



         Estos hechos que nos alarman en un momento determinado, por su excepcionalidad y dramatismo, creo que debieran tratarse como situaciones posibles del mundo en que nos movemos, hablar de ellos, si se quiere, alejando lo más posible las situaciones extremas con  las que se muestran en los medios porque estoy seguro que si analizáramos con una cierta profundidad y rigor, podríamos aprender que protagonizar situaciones tan límite son las menos y se diluyen si las integráramos como partes de la normalidad de la vida, por más que en el momento en que se produzcan, nos puedan parecer insólitas. El transcurrir de la vida nos lleva y nos trae por situaciones que debiéramos compartir con detenimiento sin tener que ponernos las manos en la cabeza a cada paso, sobre todo porque la actualidad nos destaca cada vez más detalles que nos pueden sorprender y que en realidad se nos convierten en motivos de deslumbramiento repentinos, pero que terminan influyendo muy poco en nosotros, que vamos acostumbrándonos a todo, o, incluso, destacando siempre los picos atractivos de las noticas y menospreciamos el acontecer cotidiano de la vida, en el que  estamos la mayoría de los que vivimos.



         Mi propuesta sería que aprendiéramos a interesarnos lo más posible por los muchos ámbitos de normalidad, tanto si los conocemos por la prensa, cosa que veo difícil si adolece de algún motivo de impacto, o los conocemos cada uno por las propias experiencias que vivimos en nuestro ámbito más cercano. Seguro que podremos comprobar que son la inmensa mayoría de los casos. No digo con esto que las excepcionalidades, que cualquier día nos impresionan por su crudeza, debamos ignorarlas. Seguro que nos pueden ser útiles para saber que la vida nos puede sorprender en cualquier momento, pero sin  olvidar que el grueso de la información con la que vivimos, está compuesta de situaciones sencillas que nos ilustran y nos sujetan al mundo.     



domingo, 4 de febrero de 2024

AGUA

 

         No descubro nada si afirmo que estamos inmersos en  un ciclo de sequía. En otros tiempos también los hubo y, probablemente, las reservas hídricas no eran tan cuantiosas como las que teníamos almacenadas en pantanos. Quizá, por eso, hemos venido anunciando que las reservas descendían, sobre todo en Cataluña y en Andalucía, pero íbamos tirando de reservas hasta que hemos llegado a un nivel en  el que, las hayamos llevado a bajo mínimos y puede que hayamos llegado a un punto en el que tenemos que ver medidas que no conocíamos hasta el momento. Históricamente, si llovía comíamos y si no llovía, nos moríamos de hambre. Con el tiempo nos habíamos dotado de embalses y hemos acumulado reservas que han suavizado las sequías y hemos dado tiempo a que vuelvan las lluvias antes de verle las orejas al lobo, pero vemos que el agua no llega y las medidas tradicionales se agotan. Quizá también hemos llegado a pensar que no dependíamos tanto  del agua como dependemos y, en vez de moderar su uso, hemos llegado a pensar que todo el monte es orégano, y hemos llenado el suelo patrio de necesidades acuíferas y nos estamos quedando a cristo mío porque no llueve lo que necesitamos y porque cada día necesitamos más.



         No me voy a detener mucho en el descubrimiento de los acuíferos, con los que en origen no contábamos y, con el paso del tiempo, supimos que suponían un importante colchón para tiempos de vacas flacas. Aparte del socorrido recurso de salir en procesión para rogar a dios para que se diera cuenta de nuestras faltas y abriera las compuertas de una vez, como si la solución fuera llegar y topar. Ya las rogativas no se ven tanto, pero todavía se hacen presentes de vez en cuando. A pesar de que la ciencia nos ha abierto tantas puertas, todavía acudimos a la magia divina, por si acaso. Mientras tanto, la idea de moderación de las necesidades se ha ido alejando y, de hecho, nos comportamos como si el gasto de necesidades no tuviera límite y parece que nos hemos convencido de que podemos necesitar sin límite y la realidad nos está diciendo que de qué.



         Si las previsiones sobre el cambio climático se confirman, y parece que lo van haciendo, no es que hoy llueve poco y esperemos a mañana, sino que mañana lloverá menos y tendremos que acostumbrarnos a vivir utilizando menos agua porque los ciclos de lluvia se nos están secando, entre otras cosas, porque nuestras previsiones nunca se han moderado, sino todo lo contrario. Ya se habla de acercar grandes barcos a algunas desaladoras que hemos ido construyendo en lugares estratégicos, llenar los barcos de agua dulce y transportarlos a los lugares donde la necesidad es más apremiante. Nos resulta chocante la medida, sencillamente porque, hasta el momento, ni nuestras posibilidades lo permitían, ni disponíamos de sistemas de transporte que hicieran factible tal medida. Quizá un recurso semejante nos pueda permitir unos pocos días de margen para mitigar nuestras necesidades. Tampoco estaría de más que estudiáramos nuestras necesidades y viéramos si no hemos llegado demasiado lejos y pueda haber llegado el momento de pisar un poco el freno.



Las necesidades de gasto han aumentado tanto que no nos va a bastar con un sólo recurso y vamos a tener que usar de todas nuestras posibilidades, haciendo uso de nuevas maneras de ayuda y, al mismo tiempo, moderar los niveles de gasto que se convierten en escandalosos si miramos hasta dónde hemos llegado. No me considero capaz de discernir sobre los complementos que puedan ser necesarios en un futuro próximo o los aspectos susceptibles de moderación que se puedan acordar. Lo que sí parece cierto es que no parece andar muy lejos y los recursos de que nos hemos ido dotando, más los que hemos ido descubriendo, se van agotando por momenos y nuestras necesidades no disminuyen, sino todo lo contrario. Podríamos ser un poco humildes y aprender a  vivir moderando nuestras necesidades en aspectos que sean asumibles y acercarnos a los nuevos ciclos que nos impone la vida.