Con
los últimos renglones del texto anterior recién plasmados, el desaliento en
ascenso como demostración de que las cosas que pueden empeorar, efectivamente
empeoran, la misma tarde del domingo pasado conocíamos la noticia de que Joe
Biden se echaba a un lado y proponía a su segunda, Kamala Harris, para que
tomara el relevo para enfrentarse a Donald Trump, ya nominado, en su lucha por
ver quién gana le elección, a primeros de noviembre, como nuevo inquilino de la
Casa Blanca. Recuerdo mi sardónica sonrisa y lo rápido que hube de cambiar de
parecer porque toda la prensa que había inundado de publicidad con el rostro de
Trump dura te toda la semana, a las pocas horas del cambio, el mismo domingo
pasado, ya estaba cubierto con la imagen de Kamala Harris y, desde entonces
hasta hoy, se nos ofrece que hay tiempo de sobra para subvertir los previsibles
resultados. Hoy es pública y notoria y manifiesta alegría de la Harris y, al
margen de lo que luego demuestre la realidad, lo cierto es que Kamala es la
imagen de la justicia, mientras que su todopoderoso contrincante no es más que
un delincuente convicto y confeso con más de 30 sentencias a sus espaldas y
algunas más pendientes todavía.
En honor a la verd
ad, mis previsiones no han cambiado hasta el momento, entre otras cosas porque la nominación demócrata está por dilucidar aun y se producirá en agosto. Kamala se presenta con el aval de Biden, que la propone, pero está por ver si el partido demócrata, en su conjunto la respalda. También digo que me alegro de haberme equivocado y de poder enfrentarme ante vosotros un poco más humilde que la semana pasada, consciente de que la realidad me ha torcido mis previsiones y que ahora sólo os doy cuenta de por dónde van los tiros hasta el momento, pero que no pienso extralimitarme en las previsiones, cosa que me gustaría si me dejara ir, y voy a optar por asumir los aprendizajes de la semana anterior y, en todo caso, ir ofreciendo las consecuencias que se vayan ofreciendo a medida que vayan pasando los días y se vayan llenando de contenido.
Sería
capaz de ofreceros una lamentable imagen de mí
mismo porque, una vez más, haciendo alarde de mi característica
imprudencia, he intentado mostraros el carro por delante de los bueyes y
ofreceros una realidad desenfocada que probablemente es como yo la veía, pero
que vosotros no tenéis ninguna culpa de que mi visión no alcance la precisión
debida y os llegue con la desviación propia de quien se precipita en sus
conclusiones y pretende que la realidad se confunda con sus deseos. Todos los
días son buenos para aprender y no está mal reconocer que no conviene
precipitarse en los juicios y que vale la pena reconocer los errores y ajustar
un poco más el paso. Es más, el solo hecho de aceptar el error ya es el primer
síntoma de que aprender es posible siempre y de que, por más que cueste, está
bien alegrarse del reconocimiento de las precipitaciones en las que hallamos
incurrido y acoplar el paso a la manifestación de los hechos y que sean ellos
los que señalen nuestros criterios.
Quiero quedarme aquí para que mi aportación sea de humildad y de equilibro. Con mucho gusto entraría en las guerras internas y externas que tendrían que ofrecernos paz, en vez de mantener nuestro ánimo con el alma en un hilo, aunque tengamos que asumir que nos estamos acostumbrando a que Gaza sea un cementerio de vivos que van muriendo poco a poco, que Ucrania busca como loca ucranianos para morir en su guerra contra Rusia y que Rusia, otra qué tal, como si los miles de muertos de cualquiera de los bandos, cada día importaran menos. Y ya de puertas adentro, aceptar como normal un clima de tensión permanente y angustiosa. Andar en perpetuos enfrentamientos, mirando sin ver lo que pasa sino justificando todo el rato los excesos en los que andamos metidos de oz y coz, como si tal cosa. Somos capaces hasta de alcanzar acuerdos, aunque no sean muchos, pero sin que apenas se note. Lo que importa es el ruido y en el ruido andamos.
Buenos días mi niño.
ResponderEliminarAsí es. Tal cual...
Pero esa esperanza es lo único que nos queda.
Que sea para bien.
Gracias, amigo querido.
Feliz domingo
Por más que nuestras previsiones nos lleven para un sitio o para otro, és la realidad la que marca la direción definitiiva. Un beso
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