En los
76 años que llevo cumplidos he ido al fútbol una vez. Jugaba el Granada con el
Sabadell y no recuerdo quien ganó. Sí recuerdo bien el miedo que me dio
contemplar, durante los 90 minutos que duró el partido, aquel mar de cabezas y
de gritos. No me podía quitar del pensamiento la idea de lo que podría pasar si
de pronto sucediera un imprevisto y aquella masa humana se moviera sin orden ni
concierto. Desde entonces, que era un muchacho, quien me conoce sabe que donde
exista una muchedumbre, del tipo que sea, allí no estaré yo. Lamentablemente sí
compruebo que cada vez suceden más acontecimientos que acumulan miles y miles
de personas. Hemos vivido en vivo y en directo más de una y más de dos
peloteras, humanas que se han descontrolado en un instante y cuyo resultado ha
supuesto una serie de muertos por aplastamiento que da verdadero pavor
contemplarlo en los noticiarios. Las secuencias han sido de muy diversa índole:
Desde multitudinarias peregrinaciones religiosas, hasta conciertos o cualquier
otra concentración que por cualquier imprevisto se desborda y sucede una
tragedia de consecuencias imprevistas.
El
fútbol, por ejemplo, es paradigmático en este sentido. Hasta 100000 personas
llegan a concentrarse en los mejores estadios conocidos y subiendo. Toda una
ciudad mediana concentrada en un puñado de metros sin poderse rebullir mientras
duran los partidos, 90 minutos por lo menos, con el alma en un hilo porque
serían presa fácil del pánico ante cualquier imprevisto. El nivel de cualquier
concentración es inusitadamente alto y hasta temerario ante cualquier
imprevisto. Sin embargo, cada día existen más ocasiones que precisan de grandes
acumulaciones humanas para considerarse exitosas, de modo que las personas, una
a una, vamos perdiendo presencia y poder individualmente. Vamos, que uno a uno
somos cada vez menos porque los momentos en los que precisamos ser muchedumbre
son cada vez más. Como se puede suponer, mi caso concreto es que decidí bajarme
de ese estilo de vida y cada vez necesito más espacio a mi alrededor para
encontrarme a gusto.
Nunca
he sabido por qué es impensable, por ejemplo, un concierto de música del mejor
solista del mundo, o el segundo, ante siete espectadores. No digamos cualquier
partido de la liga, con un aforo máximo de 100 personas en las gradas. Sé que
es insólito y lo hemos comprobado cuando se han producido acontecimientos a
puerta cerrada, por cualquier razón, la COVIT por ejemplo, hace bien poco. Me
consta que la fórmula de las concentraciones suelen tener un marcado carácter
económico, aunque no siempre. Pero yo no quiero centrarme hoy en las
recaudaciones, aunque todo el mundo puede comprender que 20000 personas hacen
un caja más abultada que 1000 para quien organice el acontecimiento. Quizá no
sea tan matemático pero mi reflexión intenta centrarse en cada persona
individualmente y llego al convencimiento que en las concentraciones el valor
de las personas es inversamente proporcional al número de los concentrados.
Aprovechando que este texto no es más que una digresión de viejo chocho, tampoco habría que hacerle mucho caso. Lo que sí digo para concluir y dejar de daros la barrila es que si algún día me buscáis para algo, podéis tener la certeza de que no me vais a encontrar en ninguna de las concentraciones al uso, cada vez más, por cierto. En todo caso, si alguien está muy interesado en encontrarme, puede mirar en cualquier rincón, que a lo mejor tiene éxito y estoy allí, normalmente solo leyendo o de cháchara con la última amistad que haya encontrado por el ancho mundo. Pero como me resulta bastante improbable que algo así suceda, prefiero cerrar la reflexión contemplando, desde bien lejos, cómo la masa humana se dirige a la concentración correspondiente de cualquier día en concreto, que cada vez hay más, mientras me siento en cualquier repecho, bien lejos y bien alto, para presenciar el espectáculo a distancia. Seguramente habrá en el futuro más reflexiones sobre el problema de las concentraciones y sus circunstancias. Por hoy, mirad mi mano cómo os dice a dios y os desea buen acontecimiento, mientras me quedo con el de vivir. Con él me sobra.
Cómo te entiendo...
ResponderEliminarNo me extraña y me alegro. Un beso
EliminarPunto por punto y letra a letra de acuerdo contigo , amigo. Nunca, a ninguna edad, me han gustado las muchedumbres. Ni de niña en la Cabalgata de RRMM...
ResponderEliminarEl agobio es insuperable. No es la edad. Es la forma de ser y pensar. En fin...
Enhorabuena por tu excelente artículo y reflexión. No estás solo. Somos una *muchedumbre* anónima y tranquila quienes nos sentimos así... Jajajaja jajajaja 😂😂😂
Besos.
Feliz domingo 😊🫂❤️
Seguramente llevas razón y es la forma de ser. Yo he sentido aversión por las muchedumbres toda la vida. Como mantenemos distancias a lo mejor no nos notemos tanto. Un beso.
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