Asumir
las frustraciones de la vida, cosa que nos sucede a cada paso, se puede
convertir en uno de los indicadores más profundos sobre el grado de educación
que cualquier persona ha alcanzado como resultado de los niveles de influencia
asumidos a lo largo y a lo ancho de la convivencia. En algún momento estoy
seguro de haber tratado el caso de estos dos niños de 4 años en un momento de un
conflicto agudo, por causa de una pelota. Clemente es hijo único, muy guapo y
trae a la escuela su pelota, pero a la hora de jugar él quiere decidir los
participantes y se niega a que Tancho, bastante feo pero con muchos amigos,
participe en el juego. Inician una pelea, cuerpo a cuerpo, para dirimir quien
va a mandar en la pelota y en el propio juego que pretenden organizar y que no
tarda en inclinarse a favor de Clemente, no sé si porque es más fuerte o porque
la pelota es suya o sabe dios por qué. Lo cierto es que, una vez que consigue
la pelota no sabe qué hacer con ella y se va a un rincón del patio, abrazado a
ella y allí termina la historia. No sabe qué hacer con su pelota, salvo mirar
desafiante a los compañeros y no aceptar que nadie le discuta que su pelota es
suya.
El
proceso de Tancho es bien distinto porque en la lucha ha sido jaleado por sus
amigos, que son muchos, al grito de ¡Taancho!, ¡Taancho!…, aunque el destino de
la contienda se inclina muy pronto a favor de Clemente. El resultado final,
como se venía venir desde el principio, se inclina a favor de Clemente, si bien
el amplio grupo de amigos se arremolinan alrededor de Tancho, no lo abandonan
en ningún momento, y organizan un juego sin pelota en el que Tancho está incluido,
por más que tiene que tragarse el sabor amargo de la derrota hasta que el nuevo
juego coge vuelo y prescinde de la
pelota del deseo, que termina en un rincón, abrazada a su dueño, pero
completamente inútil para lo que pretendían utilizarla cuando el juego había
empezado.
Han pasado más de 50 años de la secuencia y la tengo en mi vida como una de las lecciones más profundas sobre la idea de ganar o perder en la vida. Cuando veo a Clemente, abrazado a su pelota, completamente solo en un rincón del patio, nunca he podido aceptar la utilidad de aquel litigio ni para qué le sirve a Clemente tener su hermosa pelota, si no tiene a nadie con quien jugar. Por el contrario Tancho, que no tenía nada en este conflicto, siempre tuvo un grupo de amigos y, pese a haber perdido su cuerpo a cuerpo, el resultado final fue completamente suyo y lo siguió siendo en adelante porque contaba con la complicidad de sus amigos, tanto si ganaba un conflicto como si lo perdía. No es la única lección que guardo en mi memoria como una fuente de conocimiento, nacida en los pequeños avatares cotidianos, pero capaz de ponernos a cada uno en nuestro sitio cuando analizamos en profundidad el significado de las lecciones que la vida nos va facilitando, si somos capaces de leer la realidad que se manifiesta como una fuente inagotable en el devenir de la convivencia.
¡Un placer leerte, Antonio! Con tu permiso, lo comparto con mis compas del cole ;) Un fuerte abrazo
ResponderEliminarHermoso y sabio relato, corazón. Un abrazo enorme
ResponderEliminarBrillante!
ResponderEliminarSencillamente genial.
ResponderEliminarProfundo.
Hermoso y sabio.
Gracia, y amigo querido.
Besos 😘
Una historia buenísima, que he tenido el placer de oírla como solo tú sabes relatar estás historias, antes de leerla. Creo que el aprendizaje que se hace viviendo historias como está es mucho más eficaz que el que encontramos en los.libros. Por aquello de que no se aprende en cabeza ajena.
ResponderEliminarUna gran historia.
Gracias Antonio!!!