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domingo, 15 de enero de 2023

RIGOR

 


         Muchas veces es inevitable disponer de sospechas que uno daría dinero porque no se cumplieran. En las recientes elecciones de Brasil felicitábamos la limpieza demostrada en su proceso y a su ganador, el señor Lula. Constatábamos el ajustado margen de ventaja, apenas dos puntos porcentuales, a su contrincante, el señor Bolsonaro y también insistíamos en la fragilidad de la democracia que, en cualquier proceso electoral, el circuito no se completa hasta que el candidato perdedor no reconoce y acepta la victoria de su adversario y lo felicita por su victoria. Este final no se había producido en el caso del señor Trump hace dos años y en Brasil, hasta el momento de nuestra crónica, tampoco. En la toma de posesión, hace unos días, el señor Bolsonaro había viajado a Florida y no impuso la banda de presidente al ganador, como era costumbre. También algo así había pasado en los EEUU y esas señales nos indicaban que podíamos esperar que no iban a faltar motivos de preocupación, reforzando la idea de la fragilidad del proceso, hasta el último momento.



         En el caso de los EEUU, desgraciadamente, ya tuvimos ocasión de constatar el asalto del Capitolio y la toma del Congreso por una turba de seguidores de Trump y esta vez tampoco nos hemos equivocado en el caso de Brasil. Con ligeras variantes hemos presenciado también el lamentable espectáculo de varios miles de personas entrando en la Plaza de los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial, en Brasilia, reclamando al ejército que tomara el poder, una vez que el señor Lula había sido investido presidente. En ambos casos la imagen se parecía como dos gotas de agua. Se trataba de manifestar que no aceptaban los recientes resultados electorales, que se habían producido en ambos países, sencillamente porque no habían sido los que ellos esperaban. En ambos casos el resultado ha sido similar y significa un largo proceso judicial contra los sublevados y sin duda, con el alma en un hilo, hasta ver cómo termina, algo cuyo final debía haber sido el día que se proclamaron los resultados del escrutinio.

         Desgraciadamente, cuando la toma del Capitolio, ya anunciamos que la mayor repercusión de aquella algarada insólita en EEUU, que siempre alardeaba, con  razón, de la solidez de su democracia, no era la algarada en sí, con el lamentable espectáculo que se mostraba en directo al mundo entero, sino el altísimo valor simbólico de que no había un proceso electoral que se pudiera concluir en paz con suficientes garantías. No hemos tenido que esperar mucho para contemplar la demostración de que aquella barbarie se podía repetir en cualquier país del mundo sin que la garantía de un largo proceso de limpieza electoral fuera capaz de cerrar pacíficamente el ciclo. El efecto ejemplarizante, en este caso, para que conozcamos lo que no se debe hacer, ya fue importante en EEUU. Ahora, con la demostración palpable de que Brasil tampoco se ha librado de tan vergonzantes manifestaciones, el efecto se multiplica sin duda, una vez que los dos países más grandes y emblemáticos de América, han mostrado con toda claridad su fragilidad y el mundo entero lo hemos presenciado en vivo.


         Ya se llevan dos años de investigación en el caso de los EEUU y se ve que el proceso dista mucho de estar concluido. Ahora hay que poner en marcha un proceso parecido en Brasil y supongo que se prolongará en el tiempo con una investigación exhaustiva, persona a persona, de las responsabilidades contraídas en ambas asonadas. El rigor de la justicia debe ser exquisito a lo largo de toda la investigación y en el posterior juicio, cuando se celebre en su momento. Porque, a pesar de los tropezones tan significativos, a los dos procesos electorales que nos abochornan, el rigor de la justicia, con todas sus garantías, debe ser el que termine imponiéndose y dictando sus justas sentencias. Pero la historia es muy amplia y, para colmo de nuestras desdichas, no faltan ejemplos en los que la sinrazón se ha terminado imponiendo y tratando de hacernos creer que la verdad es mentira y que no hay más resultado que el que la fuerza impone. No quiero ni  pensarlo.       




1 comentario:

  1. Entre mis amigas/os brasileiros ha habido y hay una tensión tan desmesurada, que he tenido una gravísima y detructora Guerra civil.
    Si no fuese por el sincero cariño y respeto que nos tenemos, habría perdido la amistad de unos cuantos por intentar razonar e intermediar ante tanto fanatismo, fundamentado especialmente en el temor, la ignorancia, y los Bulos.
    Terrible.
    Y aunque sé que el Tiempo pondrá todo en su sitio, también temo que esto irá para medio o largo plazo.
    No quiero ni pensarlo, pero sin ser el Oráculo de Delfos, casi me atrevo a predecir lo que va a seguir ocurriendo, y no es nada bueno.
    Ningún país merece políticas ni políticos de tal mala calaña.
    Lo mismo en EEUU

    Confío, de todas formas, en los deseos de la inmensa mayoría de vivir en paz y con Justicia.
    La misma que debe ser implacable con estos personajes que provocan situaciones tan críticas y graves.
    Lo de Putin, Irak , Irán y otros, merecen capítulos aparte.
    El Péndulo de Foucault es una imagen clara de la Historia.
    Nos ha tocado de nuevo un deslizamiento intermefio.
    Habrá que apechugar...
    Besos

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