De las
muchas conversaciones que mantuve con mi padre mientras vivió, pese a sus
palabras contadas, recuerdo frases que se me clavaron como estacas. En las guerras lo que impresiona es el
primer muerto. Ayer salían muchos vehículos militares de Kiev y por las
calles iban sorteando cadáveres abandonados que nadie reclamaba. Yo me
preguntaba: ¿el de la esquina será el 3415? Y los de la maleta junto al cadáver
de la madre y los hijos, todos tapados con una manta…, qué número le ponemos…
Los cronistas se afanan en cuestión de números. Rusia, por ejemplo, reconoce
1350 militares muertos. EEUU eleva la cifra de bajas hasta los 15000. No quiero
participar en la guerra de números porque miro los muertos de uno en uno y
pienso que es así como hay que contarlos. Pararse delante de cada cadáver,
contemplar su cara, si le queda cara, estudiar los papeles que lleva encima por
si le pasaba algo: su nombre, su dirección, su teléfono de contacto para caso
de urgencia…, y seguir cada caso como si fuera el único muerto del mundo. Lo
más seguro es que sus familiares lo estén esperando y no sepan que volverá, si
es que vuelve, envuelto en una bolsa de plástico y cerrado con una cremallera.
Ahora
jugamos con los muertos de la guerra porque la tenemos detrás de la puerta,
apenas un par de horas en vuelo regular, pero hace un año…, o dos, el asunto
era por causa del virus. Cada día esperábamos el recuento para ver si subía o
bajaba, como si el muerto fuera un número solamente. Incluso tenía el
componente del aislamiento por temor al contagio, de manera que, por más que
siempre se ha dicho que cada uno nace y se muere solo, el drama de no tener a
su lado alguien que le dé la mano, o escuchar su voz mientras todo se va
apagando definitivamente, se dice que consuela. Totalizar los miles de caídos
por el virus o por las bombas que caen en las ciudades ucranianas me parece que
tiene un interés muy secundario. Lo que importa es que cada vida es única y
debe ser contada una por una, como si se tratara de un mundo.
Me
siento ridículo hablando de los muertos de la pandemia o de la guerra. Con la
cantidad de estudios que he realizado y a la hora de contar muertos sólo sé
hacerlo de uno en uno. Me niego a utilizar las cantidades que sólo van a
conseguir que prescindamos de nuestra calidad de personas individuales para
convertirnos en un número aleatorio que esconde la injusticia, el abandono o,
sencillamente, que la vida humana vale o no en función de cómo se realice el
recuento, una vez que se acaba. Cómo habrá que contar los que han quedado con
covit persistente que sabe dios lo que les durará. No digamos los 4 millones de
refugiados ucranianos repartidos por Europa que tendrán que aprender que ellos
ya no son ellos ni su casa es ya su casa, Que tanto unos como otros tienen que
mirarse al espejo y empezar a reconocerse desde su posición de extranjeros. O
esos 6 o 10 millones, que nadie los ha contado, de exiliados interiores que
igual ni saben dónde están, y no digamos reconocerse como ciudadanos de un
lugar concreto.
Sé que
muchos de los desperdigados en la ciudad de al lado o en cualquier país lejano
puede que no les falte el calor humano, allá donde recalen para un tiempo o
para siempre pero también sé que ellos, los de entonces, ya nunca serán los
mismos. Dos ejemplos concretos para ilustrar lo que digo, vaya que yo mismo
termine creyendo que deliro. Los niños de la guerra españoles, varios miles,
que viajaron a Rusia como si fueran a una colonia de verano, muchos murieron en
la misma Rusia, soñando con España y con su familia. Estos, al menos, vivieron
con dignidad y encontraron alguna forma de cobijo. Pero cómo olvidar, por más
que lo intento, la carrera de refugiados sirios para cruzar una de las muchas
fronteras y aquella periodista que le pone la zancadilla a uno de ellos y
termina en el suelo con su hijo al que llevaba en brazos. Su mirada la sigo
llevando clavada en mi cabeza sin poder darle un calificativo que se acerque a
humano.
Estoy tan impactada con todo esto, que siento igual que tú, que l angustia, la vergüenza y la ansiedad me están afectando demasiado.
ResponderEliminarNo omis números.
Ningún ser humano vale un mundo.
Un sólo ser humano es un mundo.
Nuestra cadena tiene demasiados eslabones rotos.
Gracias y felicidades de nuevo.
Excelente esta pieza de Falla.
Besos