Supongo
que cuando toda esta pandemia acabe, que en algún momento acabará, nos vendría
bien una profunda reflexión sobre quiénes somos, qué esperamos de la vida…, qué
es la vida incluso. Si somos capaces de introducirnos en nosotros mismos, sin
muchos miramientos, es posible que nuestra sabiduría se acreciente, puede que
en distancia y hasta en profundidad. Por
ser honesto, no es que tenga mucha confianza sobre nuestra capacidad para profundizar
en el proceso de maduración. Las señales que vamos dejando en el camino,
mientras los días pasan, no son muy alentadoras. Pudiera ser que necesitáramos
algo de paciencia para reflexionar, una vez que el devenir diario se apaciente
y abandonemos ese juego de la prisa que nos tiene soseídos y no nos deja tomar
distancia para que la ideas vayan y vengan a su humor, al margen de los
resultados instantáneos que llegan a abrumarnos, como si el tiempo fuera el
único que nos ofrece medidas fiables sobre los fenómenos en los que nos
desenvolvemos. Necesitamos distancia y reflexión profunda para mirarnos en el
espejo de la vida, hasta reconocernos.
Podemos
echar la memoria un poco atrás, siquiera un año, cuando nos volvimos un poco
locos en la primera desescalada y nos lanzamos a la calle desenfrenados, sin
fundamentos sólidos que nos protegieran, para volver a subir en nuevas olas de
contagio hasta alcanzar cotas desesperantes. Espero que hoy podamos mirarnos
con cierta paz, reconocernos con casi el 90% de personas vacunadas, una cota
insólita en el mundo, que lucha de manera denodada contra el negacionismo
interesado y que dificulta y hasta impide alcanzar niveles de vacunación que
nos tranquilicen. Nosotros también tenemos presencia negacionista en nuestras
calles y en los medios de comunicación, pero la cota de vacunación alcanzada
hasta el momento nos sitúa en una posición envidiable en el mundo. Puede que
antes de que termine este año hayamos terminado de perfilar la tercera dosis de
refuerzo para los mayores de 65 años y para los jóvenes de más de 12 años la
dosis completa.
Hasta
el momento es la vacunación el único armamento eficaz que hemos aportado contra
este virus que nos ha invadido y, pese a nuestros buenos resultados, no podemos
olvidar que hasta el papa Francisco anda clamando contra las dueñas de las
patentes para que ofrezcan su liberación y que cada país sea capaz de ofrecer a
sus ciudadanos un parapeto de vacuna a precio asequible para alcanzar la
inmunidad imprescindible que garantice la vida. Se está hablando de remdesivir, que resulta ser un preparado
que reduce las posibilidades de infección y la gravedad hasta en un 50%. Se
empieza a usar, naturalmente en los lugares en donde pueden pagarlo, pero cabe
decir que existe, cuando hasta el momento no teníamos más que la vacuna como
elemento de protección. Aunque lejana e irregular, parece que la puerta de
salida se vislumbra al fondo. Esta pandemia podría apuntar a su fin. Otra cosa
muy distinta es el futuro y lo que nos depare, desde volcanes endemoniados
hasta nuevos virus que hoy no conocemos como hace dos días no teníamos ni idea
del covit 19, de infausto recuerdo.
Han vuelto los abrazos, los he podido ver hasta en los aeropuertos y me ha recordado la presencia de aquella paloma con una rama de olivo en el pico como una cierta señal de paz y de futuro en la legendaria y deteriorada madera del Arca de Noé. Estos primeros abrazos van cubiertos con mascarillas como señales dubitativas de una posibilidad que necesita confirmación, pero que ya nos dice que ese roce de unos con otros que refleja el abrazo nos identifica, nos dice que somos aquellos que hace año y medio nos tuvimos que aislar unos de otros hasta ver qué era aquello que se nos había colado en nuestras vidas y que dimos en decir que era un virus y, desde marzo de 2020 hasta el momento presente, nos tiene de aquí para allá, como pollos sin cabeza. Hemos andado sin certezas pero parece que cuestionar los beneficios de la vacuna, hoy por hoy, significa una actitud irresponsable más que un simple riesgo.
Que bueno que ya podemos abrazarnos aunque sea con mascarillas. Primera vez que paso por aquí y te leo. Saludos.
ResponderEliminarQué bueno, mi más que querido y añorado Antonio.
ResponderEliminarMuy bueno.
No sé si seremos más sabios.
Pero no cabe duda que deja huella y nada será igual. Afortunadamente en muchos aspectos.
Me uno a tí y a muchos en la exigencia solidaria de que la vacunación llegue a todos los países, y se aumente la partida para investigación científica.
En España es lamentable.
Lo del precio de la luz, es de infarto. Intolerable.
Exorbitante. Con todas sus consecuencias en la enorme subida del coste de la vida y todo en general.
La última parte, la de los abrazos, me ha emocionado mucho.
No recuerdo ya lo que se siente.
Necesito muchos.
Espero poder darte alguno.
Gracias.
Felicidades y feliz domingo.