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domingo, 31 de octubre de 2021

VAIVENES


         Reconozco que resulta bastante ridículo que, ahora que podíamos aprovecharnos y presumir de una incidencia baja, por debajo de los 50, una vez más vuelve grupas al potro de la pandemia y subimos de nuevo. Mientras, nos enteramos por la prensa que los refuerzos sanitarios cumplen sus contratos precarios y vuelven a ser despedidos. Nos quedamos en cuadro en atención primaria después de haber repetido hasta la saciedad que es precisamente la atención primaria el principal muro de contención de las infecciones como este covit 19 o como cualquier otro azote que se nos ponga por delante. Es fácil deducir que el ahorro en sanidad pública depende de los políticos autonómicos, que tienen competencias plenas en este sector. Muchos de ellos, con lo que se ahorran por los despidos sanitarios andan sacando pecho de que hasta bajan impuestos y lo pregonan a los cuatro vientos con el mayor descaro. Tenemos de nuevo la curva de incidencia, que llegó a rozar los 40, volviendo a subir y poniéndonos el corazón en un puño una vez más.


 

         En la quinta ola, que fue la última que logramos doblegar, pudimos comprobar que las vacunas, que por entonces andaban alrededor del 70% de la población, no lograron reducir las infecciones, alcanzaron un grado de infección cercano a los 900, pero sí que se notó su beneficioso efecto en que, pese a lo abultado del número, la gravedad y la muerte de los infectados fue mucho más baja que en olas anteriores. Parece que ese efecto pudo influir en que fuéramos perdiéndole el respeto al bicho. Ahora andamos con una vacunación cercana al 90% y se nota porque, aunque la curva está volviendo a ascender, cada vez le cuesta más conseguir un nuevo punto de infección y, mayoritariamente, en los caladeros de no vacunados, bien por negacionismo o porque no han recibido las vacunas todavía. Digamos que los frenos de la vacuna están haciendo un efecto beneficioso, si bien nuestra relajación de precauciones junto a alguna actitud contraria a las vacunas, hacen que todavía no las tengamos todas a nuestro favor.



         Hemos salvado un verano que, si bien no ha alcanzado aún las cotas de prosperidad turística anteriores a la pandemia, le ha faltado poco; y no tanto por los visitantes extranjeros, que han tenido restricciones en bastantes casos, sino por el turismo nacional, que ha salido en tromba a ocupar casi todo el espacio disponible. También se van relajando las restricciones poco a poco, aunque en bastantes núcleos urbanos, ese poco a poco se haya convertido en mucho a mucho y, en algunos casos, hasta con una actitud agresiva contra la fuerza pública cuando se ha acercado a recordar la normativa a cumplir. Sería intransigente no entender que llevamos año y medio con restricciones y nos angustia cada día más la idea de que parece que esto no se va a acabar nunca pero lo que es indudable es que el enemigo que tenemos entre nosotros no es cualquier cosa y que, por más que intentemos sortearlo a base de balandronadas, lo que conseguimos es alargar esta agonía y complicar el momento del punto final.



         A todo esto, la erupción del volcán Tajogaite en la isla de La Palma, que no tiene nada que ver con la pandemia, no facilita su solución y complica un poco más las dificultades, que nunca han sido pequeñas. Es más, ahora nos damos cuenta de que aparecen otras de carácter mundial, las deficiencias de suministros, el encarecimiento de la electricidad y su repercusión en la inflación, que está subiendo por encima del 5%, cosa que no conocíamos desde hace años, que pretende llevarse por delante la expectativa de crecimiento tan vigorosa como  esperábamos. No quiere decir que no estemos creciendo, pero es verdad que nuestra expectativa de 6% se ha quedado hasta el momento en un modesto 2% que, sin ser malo, nos pone los pies en la tierra y nos hace ver que tendremos que sudar duramente cada punto de crecimiento que logremos y hasta es posible que no consigamos todo lo que esperábamos y debamos darnos por satisfechos con algo menos de lo previsto.  

  

domingo, 24 de octubre de 2021

DUDAS

 


         Una vez más tocamos algún tipo de cielo en la pandemia. Entendemos por tal un grado de infección inferior a 50, y, por raro que parezca después de cinco recaídas ya a las espaldas, de nuevo comenzamos a tirarnos los trastos a la cabeza, unos trastos políticos que poco tienen que ver con los parámetros sanitarios en los que nos desenvolvemos. Cuando rozamos el 90% de vacunaciones con pauta completa y podríamos gozar de semejante cota puesto que se trata de un mérito compartido, parece que nos escuece y nos movemos de nuevo a zonas de confrontación que es donde, al parecer, nos sentimos irrevocablemente impelidos. Esta vez a propósito de las mascarillas de los escolares, que la Comunidad de Madrid decide unilateralmente eliminar de la obligatoriedad desde mañana mismo, al margen de lo que se acuerda en la Comisión de seguimiento. Esgrime, además, a bombo y platillo, que es la que verdaderamente está marcando el camino por el que hay que seguir y que el resto la terminarán siguiendo y ella esperará sentada a que las demás sigan sus pasos.



         Uno se pregunta qué tipo de veneno llevamos en el cuerpo para no soportar ni la paz ni el acuerdo ni la grisura del deber cumplido por parte de todos y sentirnos obligados a discrepar y a romper los consensos, no sé si por el puro gusto de romperlos o por alguna razón parecida porque los que asumen los acuerdos adoptados son todos los demás, incluidos los de su propio partido. Uno recuerda el chascarrillo del desfile militar en el que una madre estaba contemplando cómo su hijo, que era el corneta y, por tanto desfilaba en cabeza, llevaba el paso cambiado. La señora, en un alarde  de arrogancia, comentaba a todo el que quisiera oírla: -¡Qué maravilla de hijo tengo!. Fijaros que todos llevan el paso cambiado y el único que sabe cómo hay que hacerlo es mi hijo. La historia no lo dice pero estoy seguro que la señora, después de semejante balandronada, se debió quedar tan pancha. Una cosa como la señora Ayuso. Y es que no hay peor ciego que el que no quiere ver.



         Con el nivel de vacunación por las nubes, para ellos lo quisieran los países de medio mundo, no sería muy dificultoso disfrutarlo y esforzarnos conjuntamente por superar los peldaños que nos quedan pendientes, que algunos quedan puesto que el virus sigue presente y todavía puede darnos algún disgusto que otro. Pues no. Parece que es más tentador seguir arguyendo que los problemas llegan por el Aeropuerto de Barajas, por ejemplo, aunque los datos demuestren, una y otra vez, que ese no es el principal foco de entrada. No sé si la medida, que entra en vigor mañana mismo, espero y deseo que no nos traiga males mayores puesto que parece que a estas alturas no se esperan males mayores, pero sí vale para devaluar el trabajo  de la Comisión de control en la que todas las comunidades y el gobierno central discuten y acuerdan cada semana, el camino a seguir. Parece como si esta señora necesitara gobernar por encima de los demás o al margen de los demás.



         No quiero olvidarme del volcán que, una vez superado el mes desde el inicio de la erupción, sigue soltando lava, y con ella destrucción y ruina para la zona, por más que los técnicos se empeñen en demostrarnos lo que, previsiblemente, la zona puede ser dentro de unos años. Seguro que es verdad lo que dicen puesto que los datos así lo demuestran pero eso no quita ni un átomo de dramatismo a la situación actual. Se está sugiriendo, incluso, el nombre de Tajogaite para este volcán, teniendo en cuenta el legado aborigen y el lugar en el que se inició este proceso eruptivo. El nombre es hermoso como tantos otros aborígenes o como es maravilloso el espectáculo de la lava corriendo monte abajo cualquier noche. Lo que pasa es que tanta maravilla, actual o futura, no puede ensombrecer la dura realidad de cada día. La factura de los destrozos del volcán, por más Tajonaite que se llame, no para de crecer y tendremos que pagarla entre todos y los palmeros afectados la están sufriendo hoy de manera implacable.



domingo, 17 de octubre de 2021

ABRAZOS


         Supongo que cuando toda esta pandemia acabe, que en algún momento acabará, nos vendría bien una profunda reflexión sobre quiénes somos, qué esperamos de la vida…, qué es la vida incluso. Si somos capaces de introducirnos en nosotros mismos, sin muchos miramientos, es posible que nuestra sabiduría se acreciente, puede que en distancia y  hasta en profundidad. Por ser honesto, no es que tenga mucha confianza sobre nuestra capacidad para profundizar en el proceso de maduración. Las señales que vamos dejando en el camino, mientras los días pasan, no son muy alentadoras. Pudiera ser que necesitáramos algo de paciencia para reflexionar, una vez que el devenir diario se apaciente y abandonemos ese juego de la prisa que nos tiene soseídos y no nos deja tomar distancia para que la ideas vayan y vengan a su humor, al margen de los resultados instantáneos que llegan a abrumarnos, como si el tiempo fuera el único que nos ofrece medidas fiables sobre los fenómenos en los que nos desenvolvemos. Necesitamos distancia y reflexión profunda para mirarnos en el espejo de la vida, hasta reconocernos.



         Podemos echar la memoria un poco atrás, siquiera un año, cuando nos volvimos un poco locos en la primera desescalada y nos lanzamos a la calle desenfrenados, sin fundamentos sólidos que nos protegieran, para volver a subir en nuevas olas de contagio hasta alcanzar cotas desesperantes. Espero que hoy podamos mirarnos con cierta paz, reconocernos con casi el 90% de personas vacunadas, una cota insólita en el mundo, que lucha de manera denodada contra el negacionismo interesado y que dificulta y hasta impide alcanzar niveles de vacunación que nos tranquilicen. Nosotros también tenemos presencia negacionista en nuestras calles y en los medios de comunicación, pero la cota de vacunación alcanzada hasta el momento nos sitúa en una posición envidiable en el mundo. Puede que antes de que termine este año hayamos terminado de perfilar la tercera dosis de refuerzo para los mayores de 65 años y para los jóvenes de más de 12 años la dosis completa.



         Hasta el momento es la vacunación el único armamento eficaz que hemos aportado contra este virus que nos ha invadido y, pese a nuestros buenos resultados, no podemos olvidar que hasta el papa Francisco anda clamando contra las dueñas de las patentes para que ofrezcan su liberación y que cada país sea capaz de ofrecer a sus ciudadanos un parapeto de vacuna a precio asequible para alcanzar la inmunidad imprescindible que garantice la vida. Se está hablando de remdesivir, que resulta ser un preparado que reduce las posibilidades de infección y la gravedad hasta en un 50%. Se empieza a usar, naturalmente en los lugares en donde pueden pagarlo, pero cabe decir que existe, cuando hasta el momento no teníamos más que la vacuna como elemento de protección. Aunque lejana e irregular, parece que la puerta de salida se vislumbra al fondo. Esta pandemia podría apuntar a su fin. Otra cosa muy distinta es el futuro y lo que nos depare, desde volcanes endemoniados hasta nuevos virus que hoy no conocemos como hace dos días no teníamos ni idea del covit 19, de infausto recuerdo.



         Han vuelto los abrazos, los he podido ver hasta en los aeropuertos y me ha recordado la presencia de aquella paloma con una rama de olivo en el pico como una cierta señal de paz y de futuro en la legendaria y deteriorada madera del Arca de Noé. Estos primeros abrazos van cubiertos con mascarillas como señales dubitativas de una posibilidad que necesita confirmación, pero que ya nos dice que ese roce de unos con otros que refleja el abrazo nos identifica, nos dice que somos aquellos que hace año y medio nos tuvimos que aislar unos de otros hasta ver qué era aquello que se nos había colado en nuestras vidas y que dimos en decir que era un virus y, desde marzo de 2020 hasta el momento presente, nos tiene de aquí para allá, como pollos sin cabeza. Hemos andado sin certezas pero parece que cuestionar los beneficios de la vacuna, hoy por hoy, significa una actitud irresponsable más que un simple riesgo.  


domingo, 10 de octubre de 2021

REENCUENTRO

 


         La media de infección en España se encuentra hoy por debajo de los 50 puntos. Esta puntuación se califica como de riesgo bajo y esto no pasaba desde hace un año, cuando la primera ola llegó a bajar casi a cero. La diferencia entre la situación actual y la primera se llama ni más ni menos que vacunas, pero no vacunas cualesquiera, que ya serían positivas de por sí, sino más del 80% de la población con la pauta completa, los mayores de las residencias y enfermos con dificultades especiales con una tercera dosis de refuerzo. Una situación francamente envidiable que nos hace que hablar de ir normalizando las costumbres anteriores al covit no tenga mucho que ver a las expectativas de hace un año. EEUU, por ejemplo, siendo el país más poderoso y no teniendo ningún problema de abastecimiento de vacunas, que es el problema del resto del mundo, se encuentra, sin embargo, con una población negacionista del 40% y no tiene medios, hasta el momento, de que su nivel de vacunación suba del 60% por más incentivos que ofrece para lograr que aumente.



         Prácticamente está decidido ya que se inocule una tercera dosis con carácter general a los mayores de 65 años como refuerzo, siempre que hayan pasado al menos seis meses desde que recibieran la segunda. Como este que escribe no dispone de suficientes conocimientos técnicos, tiene que callarse y asumir lo que le toque, pero tiene un tufillo a especulación que los españoles, entre los que me cuento, reciban una tercera dosis, que no dudo que pueda ser efectiva en el caso de que las defensas hayan podido bajar en alguna medida, pero el argumento que se planteó cuando surgió esta posibilidad de qué pasaría con el resto del mundo, parece que no termina de llegar el momento de que reciban ni la primera. Ahora no se dice nada pero cuando se planteó por primera vez la conveniencia de la tercera dosis sí que se digo que su precio sería sensiblemente superior al de las dos primeras y nadie lo ha desmentido hasta el momento, por lo que tenemos que pensar que sigue siendo verdad.



         Desde el principio se demostró que la prioridad en las vacunaciones tuvo un carácter netamente económico: Europa y EEUU los primeros y ya después, el resto del mundo. Y esto ha venido siendo así hasta hoy. Con estas condiciones tenemos a más de medio mundo esperando sus dosis básicas, bien por falta de fondos para su compra o, sencillamente por dificultades de producción en la cantidad necesaria para que llegue a todos. Es más, estamos viendo con estupor cómo hay vacunas que se echan a perder en los depósitos de congelación mientras millones y millones de personas siguen a la espera de ser dignos de que les alcance la inmunidad. Los técnicos hablaron en su momento y dijeron que era preferible para beneficio de todos inmunizar primero con las dosis básicas a la mayor cantidad de gente posible antes de entrar en inocular terceras dosis a los que dispusieran de fondos para adquirirlas. Yo estoy entre los beneficiados, pero reconozco que es bastante escandaloso que los beneficios lleguen, como siempre, mucho antes a unos que a otros, por criterios estrictamente económicos.



         Todavía no ha aparecido el volcán de La Palma y no porque haya cubierto su ciclo de erupción, que se encuentra todavía en pleno apogeo, sino porque me parecía interesante recapitular sobre el estado de la pandemia que, en las últimas semanas lo hemos mezclado con novedades que nos apremian pero que son de un signo completamente distinto. También se nos han quedado en el tintero los menores que hace poco atravesaron la frontera de Ceuta y que todavía siguen con nosotros sin resolver su situación o los miles de personas que quedaron abandonados a su suerte en Afganistán porque hubo que salir del aeropuerto de Kabul de aquella manera tan urgente y vergonzante a los que durante veinte años creyeron en lo que decían los occidentales. No sé qué estarán pensando ahora de nosotros. Todo habrá que hablarlo en algún momento, pero poco a poco.



domingo, 3 de octubre de 2021

ENCUESTAS


         Pronto empezamos. Desde el primer día de esta legislatura  el PP, esta vez en la oposición por la configuración de una mayoría de gobierno de centro izquierda, se las prometía muy felices anunciando a bombo y platillo que conseguiría derribar a un gobierno de base tan dispar, a las primeras de cambio. El tiempo ha ido pasando y el gobierno sigue en pie y no es precisamente porque desde la oposición se lo hayan puesto fácil. Desde la legítima función de control y de crítica que corresponde a la oposición hasta todo tipo de tropelías chapuceras, de todo hemos tenido hasta el momento contra el gobierno, incluida su legitimidad, sin que la oposición haya logrado derribarlo. En otros tiempos hemos conocido pactos de estado relacionados con la defensa, con asuntos exteriores o con una espantosa pandemia que ninguno habíamos conocido hasta el momento, podrían haber sido razones de peso para que gobierno y oposición se hubieran puesto de acuerdo en algunos asuntos para lograr una mínima estabilidad que facilitara la gobernabilidad. Pues ni gota.



         A modo de ejemplo podemos poner la renovación del órgano de gobierno de los jueces, que hace más de mil días que debía haber sido renovado por cumplimiento de su mandato de cinco años, como establece la Constitución, permanece bloqueado por el Partido Popular, gozando mientras tanto de una mayoría judicial en un momento como el presente en que no goza de una mayoría parlamentaria que lo justifique. Y seguimos en un fraude de ley sin que hasta se haya encontrado una fórmula eficaz que permita a los jueces renovar sus órganos de gobierno, el Consejo General del Poder Judicial, como establece la Constitución. No habíamos conocido un desarrollo parlamentario tan agitado y tan bronco como el que tenemos que soportar cada día. La estrategia de la oposición no parece haber tenido éxito porque desde el principio de la legislatura viene anunciando la caída del gobierno pero hasta el momento el gobierno sigue en pie y no tiene visos de flaquear por más que el desarrollo parlamentario eleve el tono de la crítica hasta niveles inusitados.



         En referencia a nuestro asunto estrella de la pandemia conviene decir que nos encontramos en la fase descendente de la quinta ola y que vamos alcanzando unos niveles de infección que rallan los 50 puntos, con lo que entramos en una zona de intensidad baja que, unido al 80% de la población con la pauta de vacunación completa, empiezan a aparecer normas que nos recuerdan a lo que era nuestra vida antes de esta pandemia, si bien parece que mantenemos algunas medidas de protección: mascarillas, distancias de seguridad, limpieza frecuente de manos…, que quiero pensar que esta vez sí vaya en serio. No podemos pasar por alto que el virus permanece entre nosotros, pero parece que nos sentimos o suficientemente fuertes como para aspirar a la vida que conocíamos antes de entrar en este bucle que ya supera el año y medio de duración y que, aunque nosotros veamos muy cerca la superación, el resto del mundo se encuentra todavía muy lejos de alcanzar nuestras  cotas de protección. Se denuncia incluso la existencia de vacunas que llegan a estropearse en los recipientes de conservación antes que repartirse en grupos de personas que la están esperando desesperadamente.



         Por completar la información, el volcán que lleva ya 13 días activo en la isla de La Palma ha soltado por las varias bocas que tiene en erupción más de 80 millones de metros cúbicos de lava que se ha llevado por delante a unas 1000 viviendas y ha arrasado miles de hectáreas de cultivo de plátano, hegemónico desde siempre en aquella región, antes de alcanzar el océano los ríos de lava que bajan montaña abajo. Nadie puede predecir, hasta el momento, si el flujo de lava se va a mantener con la intensidad presente o si puede aflojar en un momento determinado. Los expertos los estudian minuciosamente, pero hay ámbitos a los que la ciencia no alcanza por más que lo intente con toda su capacidad. Se puede decir, eso sí, que, hasta el momento no se ha producido ni una sola desgracia personal, lo que no es poco.