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domingo, 10 de mayo de 2020

RESPONSABILIDAD


         Poco a poco vamos tomando la calle con los sentidos y con el cuerpo en general. Sobre todo los niños. Nos vamos enterando de que las cosas no sé si van a volver a ser como antes, pero si eso llega, va a tardar lo suyo. Por lo pronto la presencia de las mascarillas parece que se va a generalizar y nosotros no estábamos acostumbrados a esa prenda. Es más, apenas la fabricábamos. Ha supuesto un gran problema hacerse de pronto con millones de mascarillas, justo en el momento en que todo el mundo las quiere y la producción está concentrada en China. Los aeropuertos chinos se han convertido en un mercadillo gigante en el que las reglas del sacrosanto mercado se han disuelto como un azucarillo y se ha sabido que lotes de equipos contratados y pagados por determinados países han cambiado de manos antes de subir al avión comprometido, sencillamente porque se ha presentado un agente de un país más poderoso y ha pagado el doble por el lote y don dinero, una vez más, ha impuesto su poder por encima de cualquier otra norma que el propio mercado nos hacía pasar por buena. La ley del más poderoso se ha impuesto una vez más en momentos tan críticos en una guerra sin cuartel.

         Aparte de tragar semejantes injusticias, de sobra conocidas a lo largo de la Historia, hemos tenido que volver la mirada hacia nosotros mismos, tragarnos las frustraciones correspondientes, aprovechar lo que se pueda del común campo de batalla y ponernos de la noche a la mañana a fabricar mascarillas, equipos de protección, respiradores para los más enfermos y soportar el temporal como mejor se está pudiendo. En nuestro caso la primera ola de contagio ha sido doblegada y muerde el polvo hasta el nivel del principio, cuando hace un par de meses no conocíamos a este COVIT 19 de los demonios que ha venido a ponernos la vida patas arriba. Nos reíamos de los orientales que exhibían como prenda habitual la mascarilla como si fueran marcianos. Pues aquí la tenemos, ya veremos hasta cuándo.

         No vamos a renegar a estas alturas de la calle tan raquítica que tenemos aunque, francamente no tiene mucho que ver con la que conocíamos, porque el mero hecho de respirar, mirar, oler…, ya es todo un logro que pequeños y mayores estamos volviendo a tomar. El gobierno ha dividido la vuelta a la nueva normalidad en cuatro fases para que nos vayamos dando cuenta de algo hemos conseguido porque volvemos al mundo que conocíamos, pero que vamos a hacerlo muy despacio para que nos vayamos enterando de que la vida no va a ser la misma que nos dejamos cuando se nos ordenó aquello del quédate en casa. La semana de los paseos por franjas de edad ha ido razonablemente bien salvo algunas zonas especialmente aglomeradas a las que les ha sido especialmente difícil crear un espacio imprescindible entre todos los que querían salir. A partir de ahora viene lo bueno porque van e empezar a abrir los bares, las tiendas de menos de 400 metros cuadrados…, un paso más en que la vida se imponga y nosotros dentro de ella.

         Al final el gran problema va a consistir en aprender a vivir físicamente solos y separados unos de otros un par de metros. Este pequeño espacio de distancia nos está cambiando la vida más que ninguna otra cosa. Esta tierra ha creado su fama de cercanía a lo largo de siglos y el Sur ha consagrado su gracia y su salero a base de acercarnos los unos a los otros, en gran medida de manera conveniente y muchas veces hasta inconveniente. Yo creo que aquí va a estar el quid de la cuestión. El año pasado nos visitaron 84 millones de personas de todo el mundo convirtiendo al turismo en la primera industria nacional. Esto ha bajado el contador a cero de manera fulminante y así estamos en este momento. A ver quién es el guapo que pone en marcha semejante locomotora para convencer de nuevo al mundo de que somos los mejores y olé, cuando nos ven paseando con mascarillas de aquí para allá y enterrando a nuestros miles de muertos más que de bulla como cualquier hijo de vecino. 

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