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domingo, 22 de marzo de 2020

CONFINAMIENTO



         Este coronavirus que nos está inundando, covid 19 por nombre, no tiene solución como ninguno otro con los que convivimos y que hemos terminado por integrar de modo que hoy forman parte de nosotros mismos. Les llamamos gripe porque no sabemos nombrarlos con sus nombres científicos. Cada año se nos presentan en otoño, nos invaden y en primavera suelen veranear porque el calor los achanta. A los grupos sociales de riesgo: personas mayores, dependientes y enfermos crónicos se les vacuna con cepas anteriores para que el impacto sea algo menor. La a campaña de 2017–18 dejó, sólo en España 700000 afectados, 52000 hospitalizados y 15000 muertos. Supongo que cada país tendrá sus propios datos que interioriza como parte de su forma de vida. Esto lo tenemos integrado y casi no es noticia. La curva de peligrosidad según las edades es idéntica a la que se publica para el covid 19, casi todos se producen en los mayores de 50 años y van creciendo a medida que envejecen. Por tanto, nada nuevo bajo el sol. La angustia es libre y, como vemos, va por zonas pero la única particularidad que tiene el covid 19 es la de ser nuevo y desconocido hasta el momento.

         Mientras nos vamos infectando, porque a un virus no hay manera de domarlo, lo vamos conociendo. Lo más destacable es la carrera furiosa para encontrar la primera vacuna para combatirlo, un asunto comercial y de prestigio que protagonizan sobre todo los dos gigantes China y EEUU. Ya la anuncian pero saben que no va a ser verdad antes de un año porque la ciencia tiene sus tiempos y para ser creíbles los resultados deben gozar de todas las garantías. Estoy seguro que tendremos la dichosa vacuna, pero en su momento. Mientras tanto, qué. Pues aquí estamos, haciendo lo que podemos y lo que sabemos para capear el temporal. Se ha decidido recluirnos en nuestras casas  entre 15 días y dos meses porque necesitamos tiempo para que nuestras estructuras sanitarias puedan atender con dignidad a los afectados más graves y no se vean desbordadas por la avalancha de infectados porque el covid 19 se propaga con mucha rapidez.

         Los poderes públicos se sienten desbordados, y con razón, con los efectos de este bichito que se nos ha colado de la noche a la mañana que les está obligando a tomar medidas tan generales y tan drásticas que no conocíamos casi nadie. Sólo los pocos supervivientes de las guerras son capaces de recordar situaciones similares. La reclusión es la vacuna ha dicho nuestro presidente y es verdad, pero no nuestra vacuna contra el virus, que terminará por infectarnos a la mayoría sino contra nuestras limitaciones sanitarias que no podrían atendernos si todos nos infectamos de golpe. La reclusión, la higiene y las distancias de seguridad nos permiten dosificar las infecciones para que los servicios puedan responder a unos números de infectados similares a las posibilidades disponibles. Seguramente terminaremos infectados casi todos, inevitablemente, pero poco a poco. Gran Bretaña intentó dejar libre el proceso infeccioso pero con el paso de los días va reculando y adoptando medidas similares al resto del mundo ante el temor de verse desbordados.

         Llevo una semana recluído, como todo el mundo, durante la que he salido dos veces a por provisiones estrictamente y soportando los días hasta que el proceso permita modificar esta forma de vida artificial pero seguramente inevitable. Como soy un lector empedernido me cuesta poco esfuerzo por la cantidad de horas que ya invertía anteriormente en la lectura. Me afecta sólo la limitación impuesta a mis pocas salidas anteriores. Pero estoy seguro que se está produciendo una verdadera revolución en la estructura social porque la vida, de la noche a la mañana, nos ha abocado a vivir de otra manera durante un tiempo limitado pero desconocido. La situación me recuerda al cuento de Julio Cortázar, LA AUTOPISTA DEL SUR correspondiente a su libro de relatos TODOS LOS FUEGOS, EL FUEGO, en el que un inmenso atasco en una autopista hace que los coches permanezcan recluídos en ella varios meses y sus ocupantes tengan que aprender a sobrevivir en unas condiciones nuevas y desconocidas.


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