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domingo, 1 de marzo de 2020

ANTECEDENTES



         La semana pasada veíamos al nuevo ser aparecer en este mundo, bien por el conducto natural del útero materno o por el más agresivo de la cesárea en el caso de que los facultativos lo consideraran oportuno. Para completar esta información tengo que decir que hace 40 años, cuando nació mi hija Alba de parto natural, en España había un 25% de cesáreas cuando en Dinamarca, por ejemplo, no subía de 15%. La cesárea estaba de moda entonces. En este momento no tengo datos de los últimos años y, por tanto no quiero hacer informaciones sin fundamento. Mi hija Elvira, hace 20 años nació por cesárea y me pareció justificada en su caso. No quiero menospreciar la cesárea como forma de nacimiento que ha salvado miles de vidas que seguramente se habrían perdido de no haber existido esta técnica quirúrgica pero sí recuerdo con claridad avalada por datos estadísticos que hubo un tiempo en que se hacían cesáreas como rosquillas y no siempre porque fuera imprescindible.

         Tengo fijado en la mente, no sé por qué, el caso de Clemente, aunque sé que no era el único, ni mucho menos. Le aplicamos el apelativo de hijo único como si hubiera sido su verdadera profesión, seguramente porque encarnaba mejor que nadie los vicios típicos de tal condición. Era guapísimo, estaba muy mimado, tenía de todos los juguetes imaginables y los llevaba a la escuela habitualmente pero siempre quería jugar sólo Las pasábamos canutas para lograr que compartiera lo mucho que tenía, no sólo por cuestiones materiales, que también, sino porque aprendiera a compartir. No logramos demasiado en su caso y Clemente no fue muy feliz con nosotros hasta donde recuerdo. Con el tiempo su manera de ver la vida cambió y en el grupo se le llegó a considerar, pero no demasiado. Recuerdo más la admiración por su guapura que por su capacidad de relación. De él decíamos que tenía de profesión hijo único y creo que se ajustaba bastante a la realidad.

         Hoy sería muy difícil acuñar estos términos porque los hijos únicos se han convertido en una verdadera clase social que compite con aquellos que tienen hermanos. En muchos casos incluso les aventajan. Esto motiva que la educación que hoy se imparte esté muy condicionada por esta particularidad social. Antes nacían niños como churros y hoy se han puesto muy caros en valor de mercado. Empezando porque las parejas se piensan una y mil veces la decisión de traer un hijo al mundo y llegan a tomar la decisión muchos años después que antes porque necesitan estar muy seguras socialmente de que disponen de las suficientes condiciones para la crianza. Globalmente me parece una actitud sensata y responsable pero hay que pensar que en esta vida no hay nada ideal y esta manera de pensar hace que tengamos un importante problema de natalidad en los países desarrollados y que los padres sean bastante mayores cuando traen al mundo su primer retoño.

         Con trazo grueso podríamos decir que necesitamos traer más hijos al mundo como en otros países o como en los nuestros en tiempos pasados, pero no me parece justo pensar en los nuevos seres que se incorporan al mundo en términos de ganado o con la excusa de “los que Dios quiera” porque sería tanto como no haber aprendido nada de la historia. Cuando yo era pequeño recuerdo con cierta frecuencia ver pasar por la calle las cajas blancas llenas de flores con su pequeño difunto dentro. No se llevaba a hombros sino con dos grandes toallas y con la caja abierta, de modo que el cadáver estaba a la vista de todos. La vida valía mucho menos que hoy pero también es cierto que no podemos generalizar porque hay muchos lugares, hoy, en los que la vida no merece respeto ninguno y muchos nos sentimos avergonzados de tener que convivir con semejantes contradicciones. Sabemos mucho más que hace unos siglos pero, desgraciadamente, eso no garantiza que respetemos lo que sabemos y actuemos en consecuencia. Muchas veces parece que seguimos siendo tan ignorantes como antes o con el mismo nivel de inconsciencia.


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