La
semana pasada veíamos al nuevo ser aparecer en este mundo, bien por el conducto
natural del útero materno o por el más agresivo de la cesárea en el caso de que
los facultativos lo consideraran oportuno. Para completar esta información
tengo que decir que hace 40 años, cuando nació mi hija Alba de parto natural, en
España había un 25% de cesáreas cuando en Dinamarca, por ejemplo, no subía de
15%. La cesárea estaba de moda entonces. En este momento no tengo datos de los
últimos años y, por tanto no quiero hacer informaciones sin fundamento. Mi hija
Elvira, hace 20 años nació por cesárea y me pareció justificada en su caso. No
quiero menospreciar la cesárea como forma de nacimiento que ha salvado miles de
vidas que seguramente se habrían perdido de no haber existido esta técnica
quirúrgica pero sí recuerdo con claridad avalada por datos estadísticos que
hubo un tiempo en que se hacían cesáreas como rosquillas y no siempre porque
fuera imprescindible.
Tengo
fijado en la mente, no sé por qué, el caso de Clemente, aunque sé que no era el
único, ni mucho menos. Le aplicamos el apelativo de hijo único como si hubiera
sido su verdadera profesión, seguramente porque encarnaba mejor que nadie los
vicios típicos de tal condición. Era guapísimo, estaba muy mimado, tenía de
todos los juguetes imaginables y los llevaba a la escuela habitualmente pero
siempre quería jugar sólo Las pasábamos canutas para lograr que compartiera lo
mucho que tenía, no sólo por cuestiones materiales, que también, sino porque
aprendiera a compartir. No logramos demasiado en su caso y Clemente no fue muy feliz
con nosotros hasta donde recuerdo. Con el tiempo su manera de ver la vida
cambió y en el grupo se le llegó a considerar, pero no demasiado. Recuerdo más
la admiración por su guapura que por su capacidad de relación. De él decíamos
que tenía de profesión hijo único y creo que se ajustaba bastante a la
realidad.
Hoy
sería muy difícil acuñar estos términos porque los hijos únicos se han
convertido en una verdadera clase social que compite con aquellos que tienen
hermanos. En muchos casos incluso les aventajan. Esto motiva que la educación
que hoy se imparte esté muy condicionada por esta particularidad social. Antes
nacían niños como churros y hoy se han puesto muy caros en valor de mercado.
Empezando porque las parejas se piensan una y mil veces la decisión de traer un
hijo al mundo y llegan a tomar la decisión muchos años después que antes porque
necesitan estar muy seguras socialmente de que disponen de las suficientes
condiciones para la crianza. Globalmente me parece una actitud sensata y
responsable pero hay que pensar que en esta vida no hay nada ideal y esta
manera de pensar hace que tengamos un importante problema de natalidad en los
países desarrollados y que los padres sean bastante mayores cuando traen al
mundo su primer retoño.
Con trazo grueso podríamos decir que
necesitamos traer más hijos al mundo como en otros países o como en los
nuestros en tiempos pasados, pero no me parece justo pensar en los nuevos seres
que se incorporan al mundo en términos de ganado o con la excusa de “los que Dios
quiera” porque sería tanto como no haber aprendido nada de la historia. Cuando
yo era pequeño recuerdo con cierta frecuencia ver pasar por la calle las cajas
blancas llenas de flores con su pequeño difunto dentro. No se llevaba a hombros
sino con dos grandes toallas y con la caja abierta, de modo que el cadáver
estaba a la vista de todos. La vida valía mucho menos que hoy pero también es
cierto que no podemos generalizar porque hay muchos lugares, hoy, en los que la
vida no merece respeto ninguno y muchos nos sentimos avergonzados de tener que
convivir con semejantes contradicciones. Sabemos mucho más que hace unos siglos
pero, desgraciadamente, eso no garantiza que respetemos lo que sabemos y
actuemos en consecuencia. Muchas veces parece que seguimos siendo tan
ignorantes como antes o con el mismo nivel de inconsciencia.
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