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domingo, 9 de junio de 2019

SABER



         El miércoles pasado, día 5, inauguramos en pleno centro de Granada, junto a la Fuente de las Batallas, un año más, la carpa de la asociación ASPROGRADES, de cuya Junta Directiva formo parte, dentro de la cual exponemos los trabajos que los usuarios han venido elaborando a lo largo del año para que puedan ser conocidos por el público que lo desee y adquiridos en su caso. Esta asociación atiende a 300 discapacitados intelectuales y en ella trabajan 150 profesionales. Hoy domingo es el último día y ya estamos planificando nuevas propuestas de materiales para el año próximo. Desde que me jubilé en 2010 de mi trabajo con la primera infancia, en mi calidad de hermano de un discapacitado intelectual, me dedico a colaborar con las familias que viven en situaciones parecidas, con la idea de hacer visibles socialmente a estas personas que han  vivido encerrados en sus casas hasta hace pocos años y, con mucho esfuerzo pedagógico, se va consiguiendo que sean objeto de derechos y no tanto valorados por lo que no pueden hacer como por las posibilidades que sí les ofrece la vida y la sociedad, que no son pocas.

         El día de la inauguración, en medio de las autoridades que nos acompañaron para darle realce al acontecimiento, entre saludo y saludo, me encontré con Mercedes, profesora de la Facultad de Psicología, madre de Helena con hache, hoy una guapísima usuaria de nuestra asociación. Mercedes también forma parte de nuestra junta directiva. Nos conocimos hace bastantes años cuando llegó a nuestra pequeña escuela con su hija Helena con una serie de componentes autistas que hoy mantiene y que nos costó en su momento dios y ayuda que ella misma y su familia entendieran que Helena era como era y que la desesperada voluntad de su madre no iba a lograr, por más que se esforzara, hacer que su hija fuera como no era y que lo que teníamos que hacer era aceptar que la situación era la que era y ponernos a trabajar todos juntos para que Helena y todos los que la rodeábamos aprendiera a asumir su realidad y a sacarle el mejor provecho posible.

         No quiero ni pensar lo que Mercedes ha debido tragarse en estos años, unos treinta desde que nos conocemos, para aceptar que su hija era diferente y que ella que se dedicaba y hoy continúa dedicándose a asesorar a familias con niños diferentes, tenía que encajar que su propia hija se iba a convertir en su propia prueba de fuego profesional y personal. Recuerdo que nuestras luchas cotidianas eran implacables porque se revolvía como una leona tratando de encontrar recursos educativos para que su hija se convirtiera en una niña normal. Se los sabía todos porque se dedicaba a ello. Fue una lucha desesperada y creo que Helena se terminó yendo de nuestra escuela, por edad, sin que su madre terminara de asumir que su hija no iba a ser nunca como su hermana mayor y que tendríamos todos que asumir que Helena tenía unas particularidades que en esta sociedad las conocemos como diferentes como término menos ofensivo porque hace unos años, sencillamente se les conocía como subnormales sin paliativos. Hoy Helena es una hermosa mujer adulta, usuaria de esta asociación de discapacitados intelectuales y participa en lo que hacemos en la medida que puede, como el resto.

         Lo que justifica mi texto es que con la de veces que en su momento discutimos Mercedes y yo, que entonces dirigía la pequeña escuela a la que asistió mientras pudo su hija Helena, me hablaba de la injusticia social que discriminaba a una serie de personas como su hija, sencillamente porque sólo valora una manera de saber. Quien es capaz de defenderse y asumir unos conocimientos que la sociedad considera básicos es un miembro de pleno derecho y quien tiene otras maneras de alcanzar el conocimiento o cuestiona el mismo conocimiento porque se enfrenta al mundo con otras capacidades menos aceptadas socialmente, la estructura lo ignora, lo margina y lo llama discapacitado intelectual, no porque lo sea sino porque sus capacidades son distintas de las mayoritarias. Vi los años de sufrimiento en sus ojos, pero también la sabiduría para entender más y mejor la sociedad en la que todos vivimos.


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