Las
protestas son siempre señal de vida. Más de una vez he tenido que escuchar que por lo menos peleamos. La entrada de
los occidentales en las casas cuna de algunos países del este tras la caída del
muro de Berlín, la mayor impresión era de que los pequeños miraban a los
intrusos y no hacían ningún gesto, ni de gusto ni de disgusto. Y esto viene a
cuento de que en mi país, España, durante los fines de semana de noviembre se
ha declarado una huelga de deberes. Oficialmente las familias se niegan a que
sus hijos se pasen el fin de semana no pensando en otra cosa que en
cumplimentar las tareas que les han encargado en el cole, como viene siendo
habitual.
Para
una persona como yo, sé que no soy el único pero me gusta contarlo en primera
persona, que se ha pasado toda su vida académica explicando la conveniencia de
que los niños trabajen en su colegio, con sus compañeros y con sus maestros, y
no poniéndoles trabajos para la casa sino desarrollando su labor en los
espacios y tiempos adecuados, tal medida me produce una sensación
contradictoria. Durante años he visto cómo mi idea y mi testimonio, ha sido
ampliamente vapuleada por activa y por pasiva y en cada momento con argumentos
completamente peregrinos, todos encaminados a la conveniencia del trabajo frente
a los que nos tomábamos nuestra función más bien como una especie de broma en
medio de la que los pequeños se dedicaban a jugar y a disfrutar de la vida que
a producir conocimientos y a cumplir con un amplio programa de actividades
propuestas, tanto si les gustaban como
si no.
Sé que
no he sido sólo pero sí que hemos sido, y estoy seguro que seguimos siendo, una
importante minoría los que entendemos que la vida y la fuerza de afirmación
personal de los pequeños, si se les permite, es capaz de cubrir los objetivos
que cualquier programa puede trazar. He visto con mis ojos y durante largos
años hasta el punto que creo haberlo aprendido, que aquella máxima de no me des pan, ponme donde haya es una
verdad como un templo y se cumple cada día si uno está dispuesto a ponerlo en
práctica. En mis comienzos docentes recuerdo con verdadera pasión cuando en
clase nos poníamos nuestros propios programas de trabajo, organizábamos
nuestros desarrollos curriculares y concluíamos con nuestra evaluación en
asamblea. Aparte del hecho de sentirnos todos protagonistas de nuestro trabajo
cada día y de saber que más de una familia amenazaba a los niños con que no
fueran a la escuela como castigo no encuentro otras dificultades. La última,
quizás, la de recibir un abrazo de alguien que me para el otro día por la calle
y me dice ¿me conoces? Y yo lo miro
a los ojos y le respondo ¡tú eres Íñigo
Entrala Cuesta, cómo te voy a olvidar!.
Estoy
de acuerdo con que las familias se rebelen contra le hegemonía tan brutal que
ha impuesto la vida académica, que parece que se quiere adueñar de todo el
tiempo de los pequeños. También entiendo que los docentes se quejen del
problema de que se pueda enfrentar el estamento docente con las familias pero
lo cierto es que un aldabonazo de atención para manifestar que los pequeños son
de ellos mismos y no de la escuela, tampoco de la familia, por supuesto. Si
esta protesta va encaminada a que los menores se encuentren un poco más libres
y sean capaces de entender que junto a ellos hay todo un mundo que los espera y
que los necesita al margen de la escuela, me parece válida. Pero no me chupo el
dedo y me doy cuenta de que un gesto como este también puede significar que los
menores se sientan un poco más solos todavía y pierdan el pan y el perro. Entonces
sería un nuevo desastre.
Cuando Alba acabó en Arlequín, empezó a ir a la escuela pública de Peligros, donde vivíamos entonces. Concha y yo nos implicamos desde antes de que empezara el curso en la asociación de padres y estuvimos en su directiva varios cursos. Todas las propuestas que hicimos (comedor escolar, partición de los centros, eliminación de aulas diseminadas, educación sexual, actividades extraescolares, aula medioambiental, fiesta de carnaval...) fueron bien recibidas y muchas de ellas llegaron a buen puerto y allí siguen funcionando; pero cuando planteé en una asamblea que le íbamos a exigir a los maestros que aplicaran rigurosamente la restrictiva normativa que había entonces sobre los deberes escolares, la gran mayoría de las familias votaron en contra de la propuesta, porque si los niños no tenían deberes, entonces las familias tendrían que hacer algo para llenar ese tiempo libre de los niños.
ResponderEliminarPor lo menos has podido vivir el privilegio de que toda una serie de propuestas que tú has aportado, se han visto materializadas. No todo el mundo puede decir lo mismo Pero es verdad que hay asuntos más duros de tragar que otros y tú mismo, como cuentas, has podido comprobarlo en tus propias carnes. Un abrazo
EliminarCuando menos, en tema tan controvertido como el de los deberes, admitamos que las opiniones a favor y las en franca contra estén en la horquilla del 50%
ResponderEliminarDesde mi experiencia en triple plano: como madre, como docente durante 35 años y como observadora, (jubilada y abuela)soy ecléctica en este sentido y, con franqueza, considero que habrá que escuchar y debatir todos los argumentos. Y aun con ello, no soy capaz de pronunciarme. Pues unos y otros tienen razones..
besos
Estoy seguro que es verdad que cada sector tiene sus argumentos y que todos tienen un nivel de validez. Es verdad que mi posición ha sido la que yo describo, pero de ninguna manera pienso llevar la razón contra otros. Para nada. Lo que sí me parece rico es que podamos contemplar distintas posiciones y que, tanto unas como otras, sean de verdad. Las que yo defiendo desde luego, lo son, pero otras pueden serlo de la misma manera. También he vivido ,la situación de padre a través de mis tres hijos. Un beso
EliminarUna larga experiencia que demuestra el camino a seguir...
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