Una de
las razones por la que me he resistido a referirme a la guerra y a sus
consecuencias es porque, conociéndome como me conozco, me iba a resultar
difícil salir y volver a nuestro sentido positivo de la vida y a la educación
como un proceso de construcción y perfeccionamiento de la personalidad. De
todas formas me comprometo a limitar las referencias y voy a intentar que este sea el último
artículo, a no ser que imperativos nuevos me impulsen a retomar el tema. La
vida es imprevisible y nadie conoce las derivas por las que pueda discurrir en
el futuro próximo.
Acaban
de terminar tres días de tregua y en ellos hemos podido ver cómo la gente se
empeñaba en hacer una vida normal como si no hubiera pasado nada, aunque a
todas luces todo había cambiado radicalmente para miles de personas que se
mantienen con vida. Para los muertos ya no hay cambio posible. En todo caso
para los familiares que ahora tienen que aprender a vivir con la losa de su
ausencia. Intencionadamente no estoy destacando la particularidad de los niños,
tanto entre los muertos inocentes como en la recuperación de sus heridas
físicas y mentales. La razón es que no quiero que signifiquen para quien lo lea
un argumento de más valor que cualquier otra víctima inocente por el hecho de
ser niños. Son personas y con eso
debiera bastarnos para aborrecer la posibilidad de que sufran los horrores de
cualquier guerra. Mi reflexión, por tanto, quiere huir de la demagogia y de la
lágrima fácil. Los tres días de tregua han significado un grito de esperanza
que, desdichadamente ya se han ensombrecido de nuevo con el sonido de las
bombas y con la cara de la muerte y del dolor, instalada de nuevo en Gaza. Los palestinos han
comunicado que no pueden aceptar una paz que mantenga el bloqueo que Israel quiere
seguir imponiendo en la franja para que la vida de sus habitantes sea una vida
tutelada por lo que ellos llaman el ejército invasor.
No sé
la deriva que va a tomar el conflicto en el futuro inmediato pero los augurios
no son nada buenos y se inclinan más hacia más muerte y más destrucción. Mientras,
el mundo entero contempla el conflicto
como de soslayo, como si no fuera con ellos, como si nosotros no estuviéramos
afectados por el litigio. Nos conviene también verlo así para que nuestras
conciencias pasen de puntillas y nos permitan seguir pensando que no va con
nosotros. La pregunta que quiero dejar
aquí reflejada es cómo va a resultar posible cuando este conflicto acabe, que
algún día tendrá que concluir digo yo,
encauzar tanto odio acumulado entre vecinos, puesto que ambos
contendientes viven unos al lado de otros a fin de cuentas, y comenzar a
construir una forma de vida en paz. Son ya demasiados años de conflicto aunque
no en todos los momentos el nivel de violencia haya sido el mismo. Lejos de
construir puentes de diálogo para articular una forma de vida de vecinos que se
toleran, lo que hasta el momento ha venido sucediendo es que cuando las mesas
de negociación han tenido encima acuerdos para firmar, siempre alguna de las
partes ha encontrado la manera de hacer que la mesa salte en pedazos y que la
situación vuelva de nuevo al principio.
No
quiero pensar que la única alternativa posible sea la eliminación de uno de los
dos contendientes pero la experiencia hasta el momento parece que es ese el
final que tiene asignado a un litigio que no termina, por más años que pasan. Ojalá pudiera yo tener
la solución al alcance de mi mano. Lo
que sí sé es que no habrá solución posible mientras sea el odio el que rija los
destinos de los dos pueblos en conflicto. A estas alturas estoy convencido de
que no es posible atisbar raíces de convivencia por ellos solos, dada la
profundidad de las razones de discrepancia que esgrime cada uno. Ahí es donde
la comunidad internacional debería implicarse en propiciar puentes de entendimiento
y de diálogo que abran perspectivas de convivencia en algún momento del futuro.
Mirar el conflicto esperando que se resuelva por sí mismo solo aporta
desesperación.
el solo hecho de que un país se arrogue la exclusividad de impartir, repartir, limosnear... TREGUAS, ya pone los pelos de punta.
ResponderEliminarO sea, ¿perdonando vidas, encima, y permitiendo media hora /día que malviva un pueblo harto de sufrir y harto de complacencias?
me resulta tan repulsivo como inadmisible que todo un país se atreviera a concederme el favorcito de vivir tomado en pequeñas dosis de tregua, sin receta médica y barato de comprar....
Vamos, que no hay por donde hincar el diente a este espectáculo mundial que hemos montado entre todos:
actores
actrices
directores de batuta
comentaristas
estadistas
pobres visores
ricos analfabetos
censores
consentidores
plañideras
llorones
e INDIFERENTES de diferente pelaje.
estoy más que harta. Mucho más que harta, lo siento.
abrazo
Ciertamente es un conflicto interminable que confirma lo dicho por Albert Einstein: "Hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, y del universo no estoy seguro..."
ResponderEliminarSaludos