Desde que empezaron me dije que algún día
habría que tocad el tema, pero, en los comentarios de la semana pasada, mira
por dónde, tanto Julia, de Cantabria, como Inma, de Valencia, me ofrecen el
texto de Millas sobre Arde lo público. Para
quien crea en las casualidades, pues una casualidad. Para quien no, como es mi
caso, al momento decido que hay que apoyarse en Millas porque, en su contenido,
hay tomate. Y aquí estamos.
Juan José Millas
14 AGO 2025
Arde
lo público
Arde el monte abandonado, arde la encina centenaria
dejada de la mano de Dios, arde la mezquita de Córdoba, utilizada de almacén,
arden las Médulas, sin un plan de protección integral contra el fuego. Arden
las vigas de la historia, arden las cuadernas de la nave en la que veníamos
sorteando tormentas y tifones sin fin desde el homínido hasta el supuesto
Sapiens. Arde el país como una carta vieja de amor en la chimenea de la pereza.
Arden las listas de espera: tres meses para el
médico de asistencia primaria, seis para la operación, un año para la
asistencia psiquiátrica, dos para el entierro. Arde la universidad pública.
Arde la beca que no llega, arde el profesor que se jubila y no es sustituido,
arde la biblioteca cerrada por falta de personal. Se abrasan Shakespeare y
Cervantes y Lope de Vega y Calderón y Joyce y Kafka e Idea Vilariño y Alfonsina
Storni y Juana de Ibarbourou y San Juan de la Cruz y Gabriela Mistral y hasta
Rubén Darío arde recitando para sí mismo los versos de Lo fatal: "Dichoso
el árbol, que es apenas sensitivo, / y más la piedra dura porque esa ya no
siente, / pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, /ni mayor
pesadumbre que la vida consciente".
Arden los versos y la prosa, arden los servicios
subcontratados, las responsabilidades externalizadas, arden los trabajos
precarios y las nóminas. Arden el precio de la cesta de la compra, el de la
cultura y arde el alquiler de la habitación, arde el artículo 47 de la
Constitución que consagra el derecho a una vivienda digna. Arde el piso de los
padres que hay que vender aprisa y corriendo para pagar sus últimos cuidados.
Arden las ayudas a la dependencia, tan lentas que
llegan cuando el dependiente lleva seis o siete meses enterrado. Arde la
burocracia que pide para todo un papel que no existe (si existiera, inventarían
otro irreal). Arde el funcionario que cierra la ventanilla con el gesto del que
baja la guillotina. Arde también la xenofobia, el miedo al otro, a lo otro, y
hasta a la otredad que habita en cada uno de nosotros. Todo es fuego lento o
dinámico, de brasas frías o enérgicas, país en llamas macroeconómicas pomposas
y en combustión microeconómica silente. Ardemos en medio de un humo de
resignación. Arde lo público y en sus llamas se abrasan los contribuyentes y
sus bienes.
Le di una vuelta a la prensa, por si acaso y
me gustó una frase de Benjamín Prado que, sin ninguna casualidad de por medio,
considere que podría cerrar el texto de hoy y aquí lo incluyo.
Benjamín Prado
18 de agosto de 2025 20:48h
Sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena y de
los bomberos cuando arde el bosque. No sé bien si alguna vez tuvimos remedio,
pero ahora no: en estos tiempos se vive para el presente y no podía ser de otro
modo cuando la ambición es el motor que mueve el mundo y se vive para hoy sin
pensar en las consecuencias ni de nuestros actos ni de nuestras omisiones: el
que venga detrás, que arree, dice el proverbio, y lo seguimos tan a rajatabla
que somos el único ser que destruye su propio hábitat y hacemos cosas tan raras
como ir a buscar agua a la Luna o a Marte a la vez que
envenenamos los ríos de la Tierra, porque una cosa y la otra son buenos
negocios para alguien.
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