Sucedió
el 20 de enero, el lunes pasado, que el presidente electo de EEUU tomó posesión
de su cargo con la única salvedad de que, en vez de hacerlo en las escalinatas
del Capitolio, los -11 grados aconsejaron refugiarse en el interior para no
helarse. Salvo esta particularidad, todo funcionó como estaba previsto y a
nadie se le ocurrió echar en cara al
aspirante, señor Trump, que hacía 4 años, él, que había perdido las elecciones,
se negó a acompañar al aspirante, señor Biden, después de haber arengado, unos
días antes, a una serie de exaltados, a que invadieran el Capitolio e
intentaran impedir la certificación de su derrota, emperrado, como un niño
malcriado, que le habían robado sus elecciones. Desde entonces, ni una sola vez
ha reconocido que las perdió. Varios miles de agitadores ofrecieron al mundo un
vergonzoso espectáculo que causó 4 muertos y mostró un ejemplo ignominioso de
que la ejemplar democracia americana hacía aguas por el capricho de un
candidato que no supo reconocer su derrota, por más que todas las instancias de
su país, así lo dictaminaron.
Más de
mil de aquellos invasores terminaron en la cárcel, una vez que los tribunales
los juzgaron y dictaron las correspondientes sentencias personalizadas. Hoy,
seis días después de haber tomado posesión de su cargo nuevamente, sin que
nadie se lo haya discutido, ya están todos en
la calle de nuevo, gracias a que, el señor Trump, ya investido
presidente, ha decretado una amnistía para todos, cosa que puede ser legal,
como lo es haberse amnistiado a sí mismo los 37 delitos pendientes de los que
nunca será juzgado. Pero este es el día en el que ha vuelto a la presidencia
sin haber reconocido, ni una sola vez, que el presidente saliente, señor Biden,
ha ejercido los 4 años de su presidencia legítimamente. Él sigue emperrado en
que le robaron las elecciones y de ese supuesto no se ha movido un ápice.
Entonces ya señalamos que la democracia es muy frágil porque debe ser aceptada
por quien gana las elecciones, pero también
por quien las pierde.
El
mundo entero ha reconocido, afortunadamente, al nuevo presidente americano,
quien en los pocos días que lleva en su cargo, ya ha firmado una serie de
decretos relativos a la emigración, que pretende que se vayan de su país varios
millones de inmigrantes que llevan años trabajando en él, pero que no disponen
de los requisitos que sus leyes establecen para que tengan su legalidad de
permanencia correspondiente. Del mismo modo ha dictaminado con otro decreto que
en su país no hay más géneros para las personas que el masculino y el femenino.
Y sigue dictaminando decretos a medida que le van proporcionando plumas
suficientes, que él se encarga de distribuir, lanzándoselas al público que
presencia embobado sus hazañas, como si ese intento de hacer que la historia no
avance hacia delante sino hacia atrás, haya quien se lo crea. Hasta el momento no ha
habido tiempo suficiente, no quiero pensar que hayan sido ganas lo que no haya
habido, que le intente hacer ver que la vida no evoluciona en función de su
voluntad personal, sino en función de procesos históricos regados por el
esfuerzo de millones de personas que empujan en una dirección.
Todo hace pensar que la recuperación del poder por parte del señor Trump, aparte de su mandato legítimo de los 4 años correspondientes, lejos de significar una estabilidad deseada para los ciudadanos de su país y del mundo entero, dada la importancia de los EEUU en el concierto internacional, lo que significa es un permanente estado de inquietud porque su figura como nuevo mandatario, está mostrando un carácter de que por fin se le ha reconocido lo que él venía promocionando de que las elecciones tenían que ser suyas, casi por la gracia de Dios, en vez de aceptar con humildad los resultados y dedicarse a gobernar lo mejor que sepa, que es lo que verdaderamente han dictaminado las urnas. Ya aparecen algunas sombras con las que tendrá que convivir y los demás soportar sus caprichos.
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