Me
chirría sólo leer el título con esas palabras pero con esas que veis escritas
mi generación aprendió a nombrar una fiesta que fue la de un mundo nuevo. Pudo ser la de un feliz
encuentro entre culturas de los dos
lados del Atlántico del que los de aquí y los de allí pudimos haber aprendido
cantidades industriales y habernos hecho más grandes todos pero, la verdad, es
que el Almirante alcanzó la primera isla, a la que llamó La Española, hoy
República Dominicana y Haití, clavó su bandera en la playa, hincó su rodilla en
el suelo y pronunció aquellas famosas palabras: “EN NOMBRE DE LOS REYES DE CASTILLA Y DE ARAGÓN, TOMO POSESIÓN DEL
PARAISO TERRENAL”, y se quedó tan pancho. Con estas mimbres dio comienzo a
lo que todavía llamamos EDAD MODERNA. Don Colón y sus secuaces se dedicaron, a
partir de entonces, a rapiñar todo lo que pudieron, a evangelizar a aquellas
gentes que salieron a recibirlos y a proclamar a bombo y platillo que habían
descubierto un nuevo mundo. Todavía nadie ha explicado dónde estaba ese nuevo mundo
y las gentes que lo habitaban antes de que ellos llegaran.
Sí
podemos precisar, por si alguien todavía no lo sabe, que el Almirante realizó
cuatro viajes antes de morir por estas tierras, pero nunca supo dónde había
llegado, hasta el punto que el nuevo mundo no se llamó Colombia en su honor,
por haber sido quien lo descubrió primero. Se le adelantó el listillo de
Américo Vespucio, tiempo después, para que aquellas tierras las conozcamos hoy
como AMÉRICA. Su nivel de depredación no tuvo límites y por robar robaron hasta
sus nombres. Siguiendo la lógica del más fuerte, el señor Trump está empeñado
en que el golfo de Méjico se llame desde ahora golfo de América. Igual lo
consigue, aunque no sea más que como consuelo por no haber logrado su tan
ansiado Premio Nobel de la Paz, que se lo ha embolsado la venezolana María
Corina Machado, quien ha llamado a Trump para felicitarlo y éste ha declarado
que no ha querido pedírselo. Como se puede ver, hoy no están las cosas muy
distintas a como estaban hace cinco siglos.
Me da
vergüenza no referirme a Gaza y a los rehenes Israelíes que todavía quedan
secuestrados, que espero que sean devueltos por fin. Creo que quedan 47 pero,
27 de ellos ya son cadáveres y vivos, sólo 20. Parece que se ha logrado firmar
una paz para los que quedan vivos y para todo lo que queda sin destruir de la
franja. Tengo que alegrarme, a pesar de todo, de ver que no han muerto todos
porque se les ve deambulando como si fueran hormigas, de acá para allá como
pollos sin cabeza, a ver si encuentran un espacio en donde aposentar lo que les
queda. Ahora con la firma plasmada espero que puedan comer por fin si es que no
se han podrido los víveres que albergan los cientos de camiones que llevan no
sé cuánto tiempo esperando que Israel autorice su entrada para repartir sus
contenidos. Ya he escrito que me alegro, unos renglones más arriba, por decir
algo. Porque alegrarme después de tanto muerto como ha quedado por los suelos y
tanta destrucción, no deja de ser un sarcasmo.
También podría ponerme a llorar pensando en lo que queda, una vez que se consolide el alto el fuego y el ejército de Israel termine por darse cuenta de que muchos de los que condenamos el atentado de Hamas no dejábamos de ver también sus atropellos en Cisjordania con los asentamientos ilegales que acosaban a los palestinos desde hace años y que no han parado ni un momento, a pesar de los miles de muertos que se ha cobrado la invasión que espero que, por fin, haya terminado con esta firma de la que me voy a alegrar una vez más, para que no se diga. Otra cosa muy distinta, una vez que todos los prisioneros de la franja vayan comiendo, es preguntarnos qué va a pasar con tanto destrozo y con los miles y miles de palestinos que deambulan sin saber dónde van a dormir esta noche, sin ir más lejos. Pero no quiero desplegar toda la extensión de amargura que me queda dentro contemplando el panorama.