16
años con el blog en marcha y nunca se me había ocurrido tocar este tema, Parece
como si, a medida que el tiempo pasa, hay asuntos que van surgiendo de mi
interior es porque se niegan a que la historia los elimine sin más. En su día
tuvieron su vida y quieren quedar presentes en algún momento, hoy por ejemplo, antes
de que el olvido los cubra con su manto.
La
fiesta de Los Santos fue ayer, ya lo sé, pero en mi memoria me queda como una
más de las que la Iglesia ha impuesto en el calendario. Hoy, día 2 era el
verdadero día de los muertos, de nuestros muertos que un día tuvieron nombres y
apellidos, que vivimos con ellos y que los recordamos paseando por las mismas
calles que nosotros. Un día, porque el tiempo pasa para todos, los vimos en su
caja, con su plato de sal y sus tijeras abiertas para que no se hincharan y
hasta podemos identificarlos en sus lápidas correspondientes, desde el día que
nacieron hasta el último de sus vidas. Los niños hasta los comparábamos a unos
con otros en función de los datos escritos en sus tumbas.
Ese
día no había música lo mismo que el Viernes Santo. Era el luto total. Cuatro o cinco nos
subíamos al campanario y cada media hora doblábamos a muerto: din, din, din
don…, din Don unos cinco minutos más o menos. El din es del Esquilín. El don
minúsculo, de la Aguacera y el Don mayúsculo, de la Gorda. Se repetía varias
veces, desde anoche hasta la medianoche de hoy. Como no bajábamos del campanario
en todo el tiempo, dos del grupo cogíamos la “matraca” o “carraca”, una banasta
de madera, porque todavía no había llegado el plástico, y recorríamos el pueblo
a base del taca, taca, taca, como aviso
y cantando a modo de anuncio:
Los Angelotes,
Del cielo venimos.
Uvas y melones,
de todo pedimos.
Cada
familia aportaba lo que podía. No había mucho problema porque ya se sabe que el
Otoño es generoso en frutos. Cuando la banasta se llenaba volvíamos arriba con
las necesidades cubiertas y con la diarrea garantizada por la falta de
costumbre de tantísima fruta.
El
monaguillo titular solía controlarnos porque el grupo éramos advenedizos,
colaboradores esporádicos y no estábamos al tanto de todos los detalles
necesarios ni de las relaciones con el párroco, que apenas nos conocía. Cuando
la secuencia se terminaba, cada mochuelo a su olivo. Nos quedaba en las manos
la suavidad portentosa de las plumas de las lechuzas que vivían en una de las
habitaciones intermedias y el aguante del mareo de tanto subir y bajar las
escaleras de caracol interminables a lo que, evidentemente, no estábamos
acostumbrados.
No
diré que echábamos de menos el sonido reiterativo, cuando volvía la normalidad de nuevo, pero
nuestros muertos, esos cercanos que algunos eran hasta familiares, habían sido
debidamente recordados y nos habían hecho protagonizar una secuencia de valor
indiscutible, hasta el punto que nos atrevernos a contarla, tantos años
después. Ahora, una vez que el testimonio ha quedado manifiesto, la voluntad de
cada uno es muy dueña de hacer con la crónica lo que estime oportuno.
Si
tenemos claro que nuestra patria es la infancia, esta secuencia que os ofrezco
es parte de la mía y ha sido ella la que ha empujado para que os la trasmita.
Estoy seguro que vosotros tenéis estampas parecidas y no os quepa la menor duda
de que de estos mimbres estamos configurados.





Qué historia tan curiosa y tan desconocida para mi.
ResponderEliminarMi familia no solía ni siquiera ir al cementerio este día.
Aunque mi madre tenía la costumbre de pasar a rezarle a la tumba de mi padre durante la semana siguiente y, nos contaba que esta acción le concedía indulgencia plenaria.
Nunca entendimos, que cubría aquello de plenaria; si te libraba de todos los pecados cometidos hasta tu muerte y si además, era transmisibles por herencia a nosotros, sus hijos tan lejos de rezos y de iglesias.
Es verdad que en estas fiesta, nos acordamos de los que ya se fueron y nos ponemos un tanto melancólicos.
Luego nos alegramos porque sabemos que los ausentes nunca se irán mientras permanezcan en nuestros recuerdos y, además por que seguimos vivos.
Las primeras frases son tú y tus recuerdos. Yo tampoco voy a los míos porque no me dice nada. Tu última frase sí me dice. En eso sí creo. Un beso.
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