En
1989 la vida me sacó durante 4 años de mi actividad docente y me colocó en un despacho para ejercer labores de gerencia,
actividad completamente nueva y desconocida en mi desempeño profesional, aunque
también ligada a la educación. Lo primero que hice fue asistir a un curso de
gerencia para familiarizarme con los fundamentos básicos del nuevo trabajo que
tenía que desarrollar. Lo tomé con interés porque necesitaba nociones teóricas
que, hasta aquel momento, me parecían nuevas.
Debo decir que lo aprendido me valió para afrontar mi nuevo cometido con alguna
familiaridad y los problemas que se fueron presentando no me parecieron
demasiado insólitos. Hoy, tantos años después de haber vuelto a la docencia, mi
verdadero cometido profesional, guardo como oro en paño de aquel primer curso,
una primera noción teórica que conocí allí y que asumí para siempre: Para gobernar, lo primero que hace falta
es no confundir lo urgente con lo importante.
Este
principio me ha servido miles de veces como elemento de orientación, no sólo
para labores de gobierno, que me parece imprescindible, sino como principio
orientador de cualquier acción que emprender en la vida. Hoy me parece adecuada
para afrontar el desastre de Valencia, una vez que el drama inicial va
desapareciendo del mapa de la actualidad y la urgencia de los primeros momentos
se oscurece, engullida por nuevas urgencias que reclaman su protagonismo cada
día. Las autoridades valencianas, conocedoras como nadie de la envergadura de
lo que se les vino encima el 29 de octubre, repiten continuamente que no los
olvidemos, que la solución de su drama no es un asunto de un día para otro,
sino que su vida les ha cambiado para siempre y esa desgracia va a necesitar
tiempo y esfuerzo, imposible de precisar por el momento, pero que quitar el
barro y los deshechos no es más que el capítulo primero de la ruina que les ha
llegado. Su preocupación es que pasen los días y la gente se entretenga con las
novedades y vayan olvidando las enormes necesidades que tienen que afrontar
para recomponer su vida.
Ha
pasado algo más de un mes, se ha hecho recuento de los daños más urgentes, el
primero el de vidas humanas, 226 habiendo contado los cadáveres uno a uno y ni
siquiera en eso hay acuerdo porque los bulos siguen presentes y las mentiras se
mantienen en amplias capas de la población porque los que extendieron miles de
muertos en los primeros días, parece ser que 226 víctimas les deben parecer
pocos. Si este primer capítulo del drama anda por estos derroteros, no quiero
pensar lo que puede pasar con los que están por llegar, destrozos en carreteras
y ferrocarriles, negocios, viviendas y mobiliario urbano, reposición de
vehículos arrastrados por el agua que han quedado inservibles, fincas anegadas
y cosechas perdidas…, capítulos importantísimos que afectan a la vida de miles
de personas y que tendrán que ser evaluados y repuestos uno a uno en un tiempo
indeterminado, pero no corto. Los verdaderos protagonistas de este drama saben
o intuyen, mejor que nadie, que el futuro irá llegando pero que lo que se llevó
el agua y los errores de los gobernantes, se perdió para siempre.
Las quimeras dialécticas: que si tú, que si yo, que si hay que ganar el discurso, que si la verdad o la mentira de lo que pasó, está en un segundo plano, lo que se dijo los `primeros días, no tiene casi nada qué ver con lo que tenemos que oír de unos y de otros hoy, no digamos mañana y los siguientes. Si tenemos que evaluar los daños en millones, las verdaderas cantidades empiezan a aparecer de ahora en adelante, una vez que el baile de los casos se vaya situando en sus lugares correspondientes y los bolsillos vayan soltando billetes y se vayan quedando vacíos, mientras los arreglos no terminen de verse resueltos, no ya como estaban antes del 29 de octubre, sino como necesitan verse adecuados para que las vidas que se vieron destrozadas aquel día encuentren una fórmula de futuro viable, tanto si es el mismo que tenían, como si termina por no parecerse en nada con lo conocido hasta el momento.
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