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domingo, 11 de diciembre de 2022

DOLOR Y MUERTE


         Hace unos días se nos mostró la imagen del papa Francisco llorando a lágrima viva en un momento que hizo referencia a Ucrania. Nunca me pareció tan grande este papa que, desde su proclamación, ha dado reiteradas pruebas de humanidad. Lo hemos visto en otras ocasiones abrazando al patriarca ruso Kiril y su abrazo tenía sentido como propuesta de unidad de una iglesia que dice creer en el mismo Dios pero que lleva más de mil años completamente dividida en oriental y occidental y ambas proclamando ser los verdaderos representantes de Dios en la tierra. En aquel momento se pretendía mostrar una cierta imagen de concordia, a mi juicio digna de elogio. Los nueve meses del sangriento conflicto en Ucrania no podían tolerar tanto silencio por parte de Roma ni de Francisco como su cabeza visible. Mucho menos cuando el patriarca Kiril ha mostrado con su imagen y con sus palabras, su apoyo incondicional a la causa de Putin como si Ucrania y los ucranianos no fueran tan hijos del dios correspondiente, como cualquiera. Estoy seguro que la iglesia oriental, a la que Kiril representa, dispone de millones de seguidores en Ucrania y en todos los países de la antigua órbita soviética que no entenderán su actitud.



         No sé de qué modo podrán asumir los ucranianos contemplar a su máxima autoridad eclesiástica paseando de la mano de Putin y declarando reiteradamente justificar la causa que defiende y, por tanto, la ruina de Ucrania y la masacre de sus habitantes. El llanto desconsolado del papa Francisco tiene un alto valor de humildad porque, dada la situación presente, ni procede abrazar la actitud de Kiril y la defensa de la guerra, por más que se mantenga la necesidad de unión de ambas iglesias, que tiene que seguir defendiendo, ni mostrarse insensible ante semejante conflicto humano, lo que supondría convertirse en cómplice de tanta ruina y de tanta muerte. Francisco tenía que mostrar alguna señal en la que se viera su postura a los ojos del mundo y ha escogido el dolor a través del llanto abierto y visible, como la imagen más fiel de su actitud personal y de su impotencia.



         En este momento, he repetido reiteradamente en este blog, me siento muy lejos de cualquier creencia religiosa que pretenda trascender cualquier idea de Dios como ser supremo y, por tanto, de sus supuestos representantes en la tierra, tanto si se llaman Francisco o Kiril,  pero la imagen y las declaraciones del patriarca ruso me ha recordado al papa Pío XII con sus silencios o con sus complicidades encubiertas con los nazis en su momento o con el reconocimiento  como Cruzada de la sublevación de los militares españoles contra el legítimo gobierno de la República. Unas sinceras lágrimas de Pío XII en aquel momento, como las que le hemos visto a Francisco, le hubieran hecho mostrar en aquel momento una autoridad moral y una dimensión de humanidad que no mostró en ningún momento. Hoy, la Historia ha dejado claro que Pío XII se mostró lejos del pueblo que sufría atrocidades e injusticias en los largos años de conflicto, mientras el papa Francisco, si bien su capacidad de intervención no es tan alta como pudiera desear, se muestra como alguien que siente el conflicto en toda su dimensión, sin tener por eso, que mostrar que una de las partes sean los buenos y otra los malos.



         Me consta que este papa tiene dentro de la propia iglesia una amplia contestación interna. Se comenta que en España una parte importante de la autoridad eclesiástica se podría estar coordinando una serie de acciones para socavar su autoridad con idea de alejarlo del papado. Tenemos, a lo largo de la historia, suficientes ejemplos de actitudes conniventes del poder eclesiástico con el poder civil. Desgraciadamente no tenemos tantos ejemplos de lo contrario. Aunque sólo fuera por eso, actitudes como la de Juan XXIII, con la proclamación del concilio Vaticano II y su amplia repercusión posterior, o como la de Francisco mostrando su profunda humanidad con un gesto tan universal como el llanto desconsolado, merecen un grandísimo respeto y acrecientan la credibilidad de la iglesia, que tantas pruebas nos ha dejado de lo contrario. 




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