En mis
estudios de Bachiller, hablamos de los años 60 del siglo XX, había una
asignatura que se llamaba Religión que todos teníamos que estudiar y de la que
nos examinábamos y se nos ponía nota, como de cualquier otra. Junto con Música
y Educación Física componían la triada de
las Marías porque, a pesar de disponer de los mismos atributos que las otras,
en realidad eran más fáciles de aprobar porque no se sabía muy bien cómo
responder a los exámenes de sus materias. Pero había que estudiarlas y,
formalmente, eran parte del currículo como las demás. Hoy me trae aquí una de
ellas, concretamente Religión que, ni que decir tiene, era las Católica y entre
su contenido, estaba la historia, más concretamente, el modo de vida de los
primeros cristianos. La prensa de estos días me la ha traído a la memoria
cuando he visto imágenes de esa vergüenza llamada Ucrania, más concretamente,
la forma de vida de muchos miles de sus habitantes, que han de guarecerse en
los túneles del metro, como aquellos primeros cristianos que pasaban su vida en
las catacumbas de las que nos examinábamos entonces, como si fuera una rareza de la historia
primitiva.
Esta
lección del actual modo de vida de tantos ucranianos, en el día de hoy, nos
habla de que la historia pasa, pero nunca pertenece al pasado porque, en
cualquier momento, la podemos encontrar detrás de la puerta, como si el tiempo
no hubiera pasado por encima de nosotros. En un momento en que las guerras
disponen de tantos artilugios para matarnos unos a otros, resulta ser el frío
el arma que se ha convertido en hegemónica para combatirse. Rusia ha encontrado
un recurso que espera que le sirva para
someter a los ucranianos. Ahora que llega el invierno las temperaturas se
desploman en muchos lugares. Ucrania es uno de ellos, como lo es la propia
Rusia, y no es difícil que sus habitantes hayan de sobrevivir muy por debajo de
los 0º. El objetivo de sus bombardeos son las estructuras de calefacción sin
las que la gente, sencillamente no puede salir adelante.
La
guerra, como casi todos los aspectos de la vida, dispone de reglas escritas en
las que fundamenta la convivencia. Pero estas normas existen si los
contendientes de cualquier conflicto aceptan respetarlas. No hay regla escrita
que justifique que la población civil forma parte de ningún conflicto, pero
todo el mundo puede saltarse las reglas y dedicar sus bombas a destruir
sistemáticamente los generadores de calor y forzar a la población a recluirse
en los sótanos del metro, allá donde lo haya, o en cualquier otra catacumba de
la que se disponga para que, a falta de otra dignidad que actúe, sea de nuevo
la madre tierra y sus mil y un sótanos de los que pueda disponer, la que
permita un modo de vida aceptable para la población más vulnerable, para que
esta guerra infame, como todas, toque a su fin de una vez y permita que la
gente vaya y venga por las calles, con frío o con calor, pero siendo testigos
de los días y de las noches, que para eso existen y son de todos.
Al final terminamos buscándonos la vida como podemos y mientras podemos y ahora encaramos unos meses de frío que para los que no dispongan de un mínimo sistema de calefacción garantizado, su vida va a ser un infierno con temperaturas gélidas hasta que, los que logren sobrevivir alcancen la lejana primavera que, hoy por hoy, parece una quimera en forma de catacumba. Una lección más, de tantas como nos da la vida cada día, para que aprendamos lo lejos que nos llegamos a situar cuando decidimos saltarnos las convenciones que se escriben y se votan en los distintos foros internacionales, pero que se convierten en papel mojado cuando cualquiera de los contendientes decide saltarse a la torera. Ya no contamos muertos porque se nos ha llenado la boca de miles en ambos bandos. Los muertos no podrán pedirnos cuentas a los que queden vivos. El problema, como siempre es el de la vergüenza de la que no sé si moriremos pero no sé qué haremos cuando se nos termine de caer la cara y no haya catacumba que nos esconda.
Que realidad tan triste pero tan cierta. Jamás aprenderemos a vivir cuidándonos unos a otros. La asignatura de religión ya nadie quiere darla, y en los tiempos que corren se puede entender, pero aprendíamos cosas importantes, como el amor por los demás.
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