Un
país como España es suficientemente grande como para que evaluar la fortaleza
de la pandemia con un número solo, sea una información más bien deficiente. El
norte, que cuando dobló la curva superaba los 3000, ahora anda alrededor de los
500 que, siendo un número alto, está bajando de manera significativa, si bien,
a medida que los indicadores son más bajos, el ritmo se ralentiza. Por el sur
nunca superamos la cota de los 2000 y en este momento estamos en la cota de los
180 que, siendo un número alto si lo comparamos con los parámetros de la
primera ola, a la altura de la sexta, que es la que atravesamos, nos indica una
incidencia que empieza a ser aceptable, sobre todo si se tiene en cuenta toda
la información complementaria también a la baja: fallecimientos, enfermos en
UCI, camas en planta o infectados en general. Y es que, con las
particularidades específicas de la variante
ómicron, que es la que nos invade, podemos empezar a estar tranquilos,
sobre todo en el sur. Para completar la información y obtener un conjunto de
datos globales suficiente, conviene tener en cuenta que la población asume, por
ejemplo, la mascarilla como complemento bastante generalizado, a pesar de no
ser obligatoria en exteriores.
Pero
es verdad que la vida sigue y cada día nos trae su afán. En un momento en el
que el virus podía empezar a tranquilizarnos, con todas las prevenciones que se
quieran, mira por donde al señor Putin le ha dado por invadir Ucrania porque ha
decidido que en este momento es urgente limpiarla de nazis que, al parecer te
los podías encontrar por cada esquina de manera insoportable. Llevamos un par
de semanas de operación especial como él la llama, de invasión como la llama el
resto del mundo, en que no hemos visto los nazis por ninguna parte y, en cabio
sí nos está quedando claro el rastro de muerte y destrucción que va dejando
como herencia envenenada. Esto significa que la pandemia ocupa un lugar en la
atención de la gente, apenas perceptible, en comparación con el ruido de las
explosiones y las miles de personas huyendo como pueden de sus hogares buscando
un refugio seguro donde sea.
Con lo
cual, si no teníamos suficiente con una calamidad, la pandemia, ahora tenemos
que liriar con dos. No digo que estemos preparados para tanta miseria acumulada,
pero sí que hay que reconocer rasgos de grandeza que aparecen en la gente
anónima, que terminan haciendo que estemos muchos que nos sentimos orgullosos
de ser personas en el mundo de hoy, a pesar de los pesares. La pandemia nos
tiene abocados a la bajada de incidencia y ojalá que no pare. Por la calle se
aprecia un nivel de concienciación de la gente envidiable, que contribuye a que
los cuidados que se sugieren desde las administraciones, tengan un nivel de
cumplimiento más que aceptable. Y la guerra que, aparte de los muertos que
desparrama por las calles, crea un problema de refugiados que no se conocía
desde la Segunda Guerra Mundial, y el resto de Europa, creo que contraviniendo
las expectativas del señor Putin, se ha unido para enviar armamento para que
Ucrania pueda defenderse de tanta injusticia, y abre sus puertas para que los
refugiados encuentren acogida en hogares y en países que en otros conflictos se
habían mostrado más tibios.
Cualquiera
de las dos calamidades por separado son materia suficiente para justificar los
esfuerzos de la gente para salir de ellas. Se cumplen ahora dos años ya de la
presencia del virus entre nosotros y estaría bien que pudiéramos ver cómo se
doblega su capacidad infecciosa con cierta paz. En el caso de la guerra, me
temo que va a significar un desastre que no ha hecho más que empezar y es muy
difícil vislumbrar las consecuencias de tanta muerte y de tanta destrucción. Lo
que sí se puede concluir, a poco que se observe, es que el señor Putin no va a
conseguir con facilidad que los ucranianos le agradezcan su supuesta limpieza
de nazis que nadie está viendo por ningún sitio. Más bien al contrario, da la
sensación de que está sembrando hostilidad hacia Rusia y eso va a significar
odio y resentimiento para unos cuantos años como poco.
Sin comentarios.
ResponderEliminarSalvo felicitarte y agradecerte de nuevo este gran artículo.
Había respondido otras cosas, más detalladas y muy subjetivas, personales...
Pero cada vez que me echo fuera del plato, mi móvil me la juega, y desaparece.
Por algo será.
Por eso no lo repito.
Había demasiado dolor.
Mejor así.
Es un oscuro y feo llanto sin lágrimas que ahoga. Asfixia. Angustia.
Besos.
Incidencia...
ResponderEliminarTiene bemoles este título, y a estas alturas, el humor irónico se me ha desvanecido.
Gracias. Muchas gracias.
Y felicidades.
Es necesario que dejes por escrito toda esta sinrazón y dolor de esta parte de la Historia que nos está tocando vivir. Y con todo, desde aquí, deberíamos sentirnos agradecidos y a salvo.
Pero en las Pandemias y en las Guerras genocidas, nadie lo está, aunque sea en grados diferentes.
La séptima ola, asoma la cabeza.
Mi hijo pequeño y yo estamos saliendo de otra Covid devastadora. En mi caso, con más secuelas.
Pero lo que me está matando, es este genocidio bárbaro y brutal, con consecuencias inimaginables, de la megalómana Guerra de Putin. Este nuevo Zar, está decidido a morir matando.
Ojalá tuviese los medios para ir a Ucrania y a Polonia como voluntaria. Es demoledor verlo y sufrirlo desde el televisor. La sensación de impotencia y lacra es demasiado angustiosa.
¿Vendrías conmigo? ¿Vamos? ... Lo pregunto muy en serio , que conste en Acta.
Besos, amigo.
Cuídate mucho.