Con
distinto grado de intensidad hemos soportado 98 días de confinamiento. Desde el
21 de junio hemos vuelto a la normalidad. A la nueva normalidad, porque nos han
quedado algunas normas como la presencia de las mascarillas con carácter
general y la distancia de seguridad de dos metros, sobre todo en los lugares
cerrados y evitar aglomeraciones de más de 50 personas en exterior o de más de
20 en interior. Mentiría si no dijera que salir del confinamiento no lo vivimos
como una liberación. Fue así y hay que reconocerlo. Lo que pasa es que en estas
tres semanas de nueva libertad están pasando cosas con las que no contábamos.
Se nos decía y se nos sigue diciendo que hay que tener cuidado porque el virus
sigue presente. De ahí que se mantengan las distancias y las mascarillas, pero
la necesidad de libertad era importante y hay grupos frecuentes que relajan sus
comportamientos provocan brotes y más brotes que se han ido controlando hasta
que ha llegado un momento en que un par de comarcas han tenido que restringirse
de nuevo porque empezaban a descontrolarse y eso se ha vivido como una agresión
por más que se vea inevitable.
Ahora
la discusión se centra en si vamos a volver de nuevo como al principio o no. No
quiero detenerme mucho en que lo más fuerte en este momento está en EEUU y en
Brasil, cuyos presidentes han despreciado desde el principio la seriedad de la
pandemia y ahora encabezan con mucha diferencia las listas de contaminados y de
muertos en todo el mundo. Es más, el presidente de Brasil, que ha hecho alardes
públicos de menosprecio a la potencia del virus se encuentra en estos momentos
afectado por él, con lo que esto significa de desconcierto para millones y
millones de personas a las que no les llega un mensaje claro y contundente con
el que orientarse. Por España lo que vemos es que hoy conocemos bastante más al
virus y tenemos algunas maneras de combatirlo con nuestro comportamiento, pero
al mismo tiempo, nuestra propia necesidad de esparcimiento y nuestra
resistencia a cambiar de vida, dificulta el cumplimiento.
Las
estadísticas hasta el momento conocidas nos han dicho que la gravedad de la
contaminación crece según nuestra edad cronológica de modo que los niños se
infectan menos y cuando lo hacen es de menos gravedad hasta llegar a convertirse
en asintomáticos. Se convierten en transmisores de la enfermedad y ellos pueden
estar infectados sin sentir ninguno de los síntomas que ya se han estandarizado.
O sea que globalmente es una enfermedad de mayores, que son la franja de edad
más frágil, sobre todo a partir de los 70 años. También nos damos cuenta de que
las medidas que se han ido imponiendo, resulta que no son iguales para todos.
Una de las comarcas que se han tenido que aislar de nuevo ha sido por causa de
los temporeros que cada año acuden para recoger la fruta, que ni siquiera
conocían las medidas que se difundían y que tradicionalmente duermen hasta en
plena calle. Ni siquiera el virus deja de distinguir entre ricos y pobres, con
lo que el racismo larvado ha vuelto a surgir para cebarse de nuevo con los más
pobres.
Con
todo este batiburrillo de circunstancias nos encontramos en mejores condiciones
que al principio de la pandemia porque ya hay cosas que sí sabemos, pero el
cansancio, la fragilidad y el desconcierto de no disponer de vacuna adecuada o
de medicamento eficaz que nos proteja, hace que nos sintamos inseguros ante
este virus que ya se ha llevado a más de 2 millones de personas en todo el
mundo y del que no disponemos aun de datos sobre si estamos saliendo o entrando
en sus posibilidades infecciosas. Hay opiniones para todo. Los jóvenes empiezan
a confiarse, a tener comportamientos inadecuados porque se sienten como si la
cosa no fuera con ellos. Esperábamos que el calor disminuyera la capacidad de
infección pero la realidad nos demuestra que no es así. Ahora esperamos con
temor la llegada del otoño en el que pueden aumentar las posibilidades
infecciosas de este visitante inoportuno que nos está cambiando la vida.
Caramba, Antonio, si por acá en el sur, en nuestro sur, estamos sufriendo una ola de frío que pone más peligroso nuestro enemigo o nos hace más vulnerables a los humanos. Creo que no debemos ceder ante la desobediencia. Nos estamos cuidando entre todos.
ResponderEliminarUn abrazo.
Caramba, Antonio, si por acá en el sur, en nuestro sur, estamos sufriendo una ola de frío que pone más peligroso nuestro enemigo o nos hace más vulnerables a los humanos. Creo que no debemos ceder ante la desobediencia. Nos estamos cuidando entre todos.
ResponderEliminarQue esté bien.
Un abrazo.