Hay
una estación en el año que destaca sobre todas por la abundancia y por la
diversidad de frutos y es el otoño. Cuando yo era pequeño un grupo de niños subíamos a lo más alto del
campanario de la iglesia el día de los santos y allí permanecíamos tocando a
muerto dos día y dos noches. Eran toques cortos y cada media hora. Los
llamábamos "doblar a muerto". Una parte del grupo se paseaba por el
pueblo pidiendo viandas para abastecernos porque no íbamos ni a nuestras casas.
Esta pequeña letanía era el reclamo al tocar en las puertas:
Los
angelotes,
del
cielo venimos.
Uvas
y melones,
de
todo pedimos.
Cada
familia nos regalaba lo que buenamente podía pero las canastas llegaban al
campanario llenas. La fiesta terminaba normalmente en el cuarto de baño porque
nos atiborrábamos sólo de frutas, cosa a la que no estábamos acostumbrados y
las diarreas aparecían con frecuencia. Por las noches convivíamos con las
lechuzas que anidaban en los recovecos de las partes más altas y salían y
entraban de noche para sus rapiñas. Nunca he tocado un plumaje más suave ni he
percibido un vuelo tan silencioso como el de estos hermosos animales, siempre
huidizos y huraños.
Es un
ejemplo vivido durante los años de mi niñez, sólo como ejemplo de lo fácil que
es en otoño acceder a cualquier tipo de fruta. El último fin de semana de
septiembre todavía queda una hermosa tradición en Granada que consiste en
llenar de tenderetes el centro, la Fuente de las Batallas, con los primeros
frutos de otoño: nueces, castañas, acerolas, azofaifas, serbas, almencinas, majoletas,
membrillos, boniatos, caquis... Es verdad que cada año hay menos y en cambio se
sustituyen por chucherías industriales que tienen mucho menos sentido, pero
algunos procuramos no faltar a la cita y comprar los frutos que no suelen
venderse en los mercados normalmente y que me recuerdan cuando en grupo nos
íbamos al campo a la salida de la escuela y nos subíamos a los árboles y nos
llenábamos los bolsillos de almencinas por ejemplo, que eran las más ricas y luego
ahuecábamos una caña a modo de canuto o cerbatana de unos 20 centímetros de
larga y allí metíamos los huesos y nos los lanzábamos unos a otros como juego
con una gracia muy relativa porque el que recibía los proyectiles maldita la
gracia que le hacía. Y si era el maestro..., para qué te cuento.
Reconozco
que éramos un poco mayores pero me sirve el ejemplo para que os riáis un poco y
para reforzar la idea de que el otoño es la estación de los frutos y reclamar
que la escuela no se mantenga al margen de la vida en la medida que pueda
porque cuesta poco reclamar a las familias pequeñas aportaciones de frutas de
la época y plantear una mañana de trabajo con los pequeños para recordar la
estación y saborear frutas que pueden ser hasta desconocidas para ellos porque
la vida nos ha traído por vericuetos que hay cosas de la naturalezas que hemos
perdido casi por completo. Puede ser muy educativo en cualquier momento
hacerlas presentes, probarlas incluso los que se atrevan. En nuestras escuelas
es una institución la Fiesta de Otoño, con su fuego en el patio para asar
castañas y para compartir las aportaciones de las familias durante un buen rato
aunque luego la comida sea sólo de ensalada porque la barriga ya va bien
servida.
Comprendo
que cada espacio tendrá sus circunstancias particulares y no todos tenemos por
qué hacer las cosas del mismo modo, pero me parece positivo que la escuela no
se componga sólo de libros, de papeles y de materiales ajenos a la vida que
pasa cerca de nosotros. Creo que mancharnos de vida, hacer que la escuela se
manche de vida es una hermosa manera de invitar a los pequeños a que participen
del festín que la vida encierra siempre, sobre todo en determinados momentos
como en los otoños fecundos..
Me he decidido a escribir en tu blog pero no se si es que ya es tarde o qué, pero me pedía cuenta de correo de google y contreseña y no he seguido. Te copio lo que iba a colgar.
ResponderEliminarMe he decidido a escribir para decir que me encanta leer a Antonio porque, a través de su blog, recupera lo auténtico que con esta sociedad de prisas estamos perdiendo.
Además me inspira en plantearme cuestiones que sin su lectura no se me hubieran ocurrido. Al leer esta entrada me ha sugerido el por qué ha calado tanto en nuestra sociedad Halloween. Como nos estamos acostumbrando a productos refinados, manipulados, edulcorados…no podía ser menos con la muerte. Esta fiesta anglosajona viene a representar un miedo Hollywoodiense, con disfrazes de zombies, vampiros…
Buscando nuestra alternativa al “truco o trato” de EE.UU, nos ha ensañado Antonio lo que él decía de pequeño: “los angelotes del cielo venimos, uvas y melones, de todo pedimos”. En el pueblo de Alfacar, cuando Antonio era niño hacían parecido a los cristianos primitivos que iban de pueblo en pueblo pidiendo "pasteles de difuntos (soul cakes), que eran trozos de pan con pasas de uva. Cuantos más pasteles recibieran los mendigos, mayor sería el número de oraciones que rezarían por el alma de los parientes muertos de sus benefactores. ¡Que no se pierda lo nuestro!
Agradezco tus palabras una a una. Sé lo comprometido que es esto y lo que significa arriesgarse y darse a la luz en alguna medida. Bienvenida a esta playa nudista de las palabras. Ojalá que el gusanillo te mantenga el interés y yo estaré encantado de compartir contigo reflexiones. Un beso
EliminarMuy buen análisis ...
ResponderEliminarSaludos
Mark de Zabaleta
Me encanta como has escrito este texto
ResponderEliminartiene sabor a letras intimas y sagradas