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domingo, 17 de junio de 2018

REFUGIADOS



         Creedme, no sé cómo empezar. Vienen tres barcos. El primero que ha arribado a puerto se llama Dattilo y es tan italiano como la orden de que no podían desembarcar en ningún puerto de su país. Quiero pensar que los pequeños vendrán en él y que por eso  serán los primeros que están desembarcando en  este momento en Valencia. El resto lo harán a lo largo de esta mañana. 120 niños solos han dicho. Cómo habrán dormido. Qué habrán desayunado. ¿Sabrán a dónde llegan? Hay un ejército de 2300 personas que los está esperando, seguro que llenos de amor y de rabia como yo, que estoy aquí, solo, escribiendo sobre el tema y llorando de impotencia porque mi cabeza no acepta la situación que veo pero metido en ella hasta las trancas. Por El País me entero que uno de ellos se llama Abdulrahman Donald y que nació en Libia hace cinco meses. Nadie como él más ciudadano del mundo, pero vaya mundo el que le ha tocado. Es afortunado porque tiene una madre junto a él, que le dará calor y tal vez teta. A su lado hay otros que igual no saben ni su nombre.

         Tanto dolor se alberga en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento, decía Miguel Hernández en su ELEGÍA A RAMÓN SIJÉ. Es lo primero que se me viene a la boca. Lo segundo es el recuerdo de aquellos miles de niños nuestros que hace 80 años salieron en un barco huyendo de nuestra guerra y que los esperaban en el sur de Rusia con todos los honores, seguramente con la misma buena fe con la de los que esperan en Valencia. Fueron para un tiempo limitado y la mayoría se quedaron para siempre. Allí fueron siempre los españoles y los que volvieron fueron los rusos y eran tan nuestros como nosotros, como Abdulrahman, como la primera mano que lo toque, una vez que desembarque. Personas a fin de cuentas que vagamos de aquí para allá sin otra certeza que la de haber nacido y que otro día  nos iremos de este mundo.

         No quiero quitarme de la vista la foto de los nuestros porque ya he escuchado que no son los únicos, y es verdad. Que a ver si esto va a ser un efecto llamada y se nos van a colar todos y es un peligro real, pero creo que la cuestión no es esa. Prefiero dejar por un momento a Abdulrahman y volver a nuestro barco, que tuvo la suerte de no andar por el mar sin saber a dónde ir como el Acuarius, sino que el gobierno ruso estaba esperando a nuestros niños como agua de mayo y los atendieron como al dios en el que no creían. !Qué suerte¡. Pero ni a los niños españoles ni a Abdulrahman se les ha preguntado qué querían ellos. Lo mismo les importaba un pito un país que otro y lo que deseaban es una caricia por la mañana y otra por la noche, alguien a su lado que les sonriera de vez en cuando y que los arropara para dormirse en paz. Es verdad que este barco no es la solución al terrible problema humanitario por el que atraviesa el mundo, como tampoco lo fue el barco que sacó a los niños españoles de la guerra.
80 años después

         Cómo se complica todo cuando no se acepta lo sencillo. Cada uno de estos menores que hoy llegan sin rey ni roque al puerto de Valencia no han pedido venir. Tampoco pidieron los niños españoles que les embarcaran y los llevaran a un país completamente extraño para ellos. El problema es qué hacer con este tipo de situaciones en las que un pequeño nace en el camino porque su madre está huyendo para salvar su vida o se embarca porque en su país han decidido matarse y los militares se levantan en armas contra el gobierno al que juraron defender y organizan un guerra que llena de muertos la tierra y de ruina a la población. Ciudadano Abdulrahman, he aquí a un abuelo al que seguramente no conocerás en tu vida, que ha conocido tu nombre y que pensando en tí prefiere recordar lo que pasó hace 80 años con sus vecinos a los que llama Paco o Lupe, cuya patria fue España y terminaron su vida en Rusia por estas cosas de la vida.


2 comentarios:

  1. Supongo que lo de "afecto llamada" ha sido un trueque involuntario de una a por e; pero yo lo voy a dar por un trueque voluntario: y es que cambia tanto el sentido al decir afecto llamada, que esa expresión xenófoba, que adjudica a esa buena gente llena de amor y rabia la responsabilidad de la inmigración, se convierte en una expresión solidaria de acogimiento a los que han de huir de su tierra.
    Esperemos que este afecto llamada de los barcos que están llegando a Valencia no se quede en flor de un día y nuestros puertos no sigan cerrados a cal y serpentina.

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    1. Al minuto de leerte lo corregí porque en efecto era una errata. Lo que pasa es que al haber montado tú el contenido del comentario sobre el error inicial no tengo más remedio que adherirme a tu argumento con el que estoy de acuerdo en su contenido, aunque mi intención era mantener en todo momento la similitud con los NIÑOS DE LA GUERRA españoles y su aventura en Rusia. Me tortura nuestra falta de memoria culpable. Un abrazo

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