En
todas las épocas de la vida nos pasa de todo. Del mismo modo que un bebé vive
un desengaño que le alecciona contra determinada vivencia de la que habrá de
protegerse en el futuro podemos encontrar a una persona octogenaria
sorprendiéndose hasta las lágrimas con una flor que seguramente puede haber
visto miles de veces y no prestarle demasiada atención pero que en esta ocasión
es capaz de conmoverla. Es una de las muchas grandezas de la vida. Lo que no
quiere decir que no sepamos que cada época tiene componentes que se producen
por delante de otros y que definen ese tiempo de una manera concreta.
La
semana anterior hemos hablado del primer año de vida y hemos definido su
carácter fundamental como tiempo de percepción por excelencia. Insistimos que toda
la vida estamos percibiendo pero en este tiempo que comentamos la percepción es
como su carácter preeminente. Desde el punto de vista educativo significa que
los pequeños deben criarse en un ambiente estimulante, convenientemente
diversificado y con tiempo suficiente de atención por parte de los adultos para
que escuchen voces distintas, tonos diferenciados, luz y sombra, espacios
abiertos y cerrados, frío y calor…, situaciones en general que permitan al bebé
hacerse cargo de la realidad de a qué mundo lo hemos traído y empiece a
aprender que las sensaciones que le llegan forman parte de una normalidad que
debiera ser lo más amplia posible. Podríamos sintetizar diciendo que los
pequeños estarían mejor educados cuantas más sensaciones de la vida les hubieran
llegado a sus sentidos, teniendo en cuenta que tampoco es sólo un asunto de
cantidad sino siempre siempre de armonía.
Aproximadamente
al año la evolución normal de la vida hace que nos encontremos con un cambio de
gran calado desde el momento en que conseguimos ponernos de pie y ver todo un
mundo que nos está esperando para conocerlo, para participar de él e
incorporarnos a sus millones de incógnitas y de posibilidades. Hasta los tres
años más o menos, la vida de los pequeños se convierte entonces en una orgía de
movimientos, de idas y venidas, de tocarlo todo, de llevar y traer, de tantear
cada una de las incógnitas que la vida nos ofrece para comprobar por nosotros
mismos de primera mano qué es cada cosa de las que tenemos delante. Es un
tiempo de delirio que solamente puede superarse correctamente en la medida en
que seamos capaces de permitir a los pequeños que puedan experimentar en
primera persona los interrogantes que la vida lleva dentro de cualquiera de
nuestros centros de atención en los que nos vamos fijando en todo momento. La presencia
de los adultos es indispensable porque los pequeños lo único que desean y
necesitan es tocarlo todo y en un principio no tienen la más leve noción de lo
que entraña peligro o de lo que no lo entraña. Somos nosotros, nuestra
presencia y nuestra colaboración, la que debe colaborar en que aprendan
mientras van tanteando todo lo que les rodea, hasta dónde deben llegar en cada
caso, pero no a costa de cortarles los vuelos sino acompañándolos para que su
exploración se realice con la imprescindible seguridad y confianza.
Esta
sed de movimiento y de tanteo parece que no tiene fin. Llega en muchas
ocasiones a desesperarnos pero en realidad nos está indicando hasta qué punto
es necesario el que los niños se muevan y exploren a sus anchas todo lo que
puedan. Es terrible encontrarnos con tanta frecuencia a los pequeños dormitando
horas y horas en los carritos que los traen y los llevan allí donde los adultos
necesitan desplazarse pero que siempre los mantienen alejados de sus centros de
interés hasta conseguir que toda la pasión inicial por tocarlo y sentirlo todo
termine por desinteresarlos de la realidad que con tanta furia los llamaba y de
la que pueden terminar pasando olímpicamente. No debemos caer en extremos siempre
viciados. Nosotros no debemos ser esclavos de los pequeños que, si por ellos,
fuera nos tendrían a su servicio en todo momento pero nosotros tampoco podemos
olvidar que la vida está ahí y que cada persona necesita descubrirla de primera
mano y para eso, nuestra colaboración es imprescindible.
Las necesidades motoras de los niños hacen que en las escuelas infantiles se diseñen espacios, materiales y tiempos que permitan el mejor desarrollo de los niños. Difícilmente el medio familiar podrá proporcionar esos estímulos, ya que los hogares no están diseñados para niños.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo como casi siempre. Quizá las casas sea lógico que anden limitadas de espacio para los desenfrenados pequeños que no paran de moverse pero la calle..., la calle es una lástima verla solo repleta de carritos con niños inmobilizados
Eliminartodo es imprescindible. todo, menos lo que es desechable. Y precisamente porque casi todo es o puede ser prescindible, se viene como anillo al dedo este escalofriante artículo en el que, cómo no, ha importado las vivencias primeras...
ResponderEliminar**¿por qué el mundo no parece ser de todos. por qué?**
"El pie de foto rezaba así: “Una niña yazidí es evacuada del monte Sinjar por tropas kurdas el miércoles pasado”. El miércoles pasado es ya un miércoles cualquiera. También la niña es cualquiera y cualquiera es asimismo el conflicto del que huye en la caja medio oxidada de un camión cualquiera. Medio mundo está en fuga. Hay quien huye de la guerra, quien del hambre, quien de las dictaduras, quien de las persecuciones religiosas, quien de las catástrofes naturales… En la mirada de los desplazados suele hallarse una mezcla de impotencia, de estupor, de miedo y conformismo. El rostro de esta niña descoloca porque se advierte en él más rabia de la común; más tenacidad de la normal; más desafío del que estamos acostumbrados. Todo ello se aprecia en la imperturbabilidad de su mirada, en el ligero gesto de desprecio de los labios, en las greñas de pelo sucio que cubren parcialmente su cara, pero también en el modo en que su cuerpo emerge sobre el de los demás como para situarse en el mundo y averiguar hacia dónde se dirige, quizá hacia dónde saltar.
¿Qué habrá sido de ella después de tantos miércoles (la fotografía se publicó en agosto), adónde habrá ido a parar con su único jersey, su única falda, su única ropa interior, sus únicos zapatos? ¿Estará enferma, sana, irá a la escuela, conseguirá comer todos los días? No sé, chica, si te hemos leído bien, si hemos sentido lo que deberíamos al contemplar tu foto, si este artículo es de los que se utilizan para empedrar el infierno de buenas intenciones. ¿Pero cómo pasar la página del periódico sin recortarte?"
-Juan José Millás. 2 de noviembre 2014-
un abrazo
Ciertamente las casas no están hechas para los niños, y mucho menos los pisos actuales, pero todavía quedan casas en algunos pueblos en que los pequeños pueden descubrir "todo un mundo" sin salir de ellas. Lástima que no proliferen más y las que son no se mantengan.
ResponderEliminarEs una misión inexcusable de los padres ayudar a los niños a aprender y aprehender en los paseos y en cualquier ciudad no faltan espacios para ejercitarse. Pero no tenemos tiempo?, nos domina la apatía? o simplemente no somos conscientes de lo que estamos haciéndoles perder?.