Los
recuerdos personales son muy traidores. En gran parte por la dificultad de fijarlos
en un tiempo concreto y también porque nunca queda claro si lo que uno hace es
recordar con rigor o, sencillamente, fantasear con lo vivido. Lo que más tengo
presente de mis veranos infantiles es la idea de que cuando llegaban las
vacaciones es cuando yo tenía que trabajar de verdad mientras que el curso eran
mis vacaciones. Pero esto es en una edad, por encima de los 10 años, que excede
de los primeros años. Lo anterior, que sería lo adecuado para este espacio, es
una nebulosa con imágenes y secuencias sueltas que aportarían poco.
Recuerdo,
por ejemplo, una casa sin cuarto de baño. Sólo había un agujero en la
habitación de la entrada, detrás de la puerta, en el que nos teníamos que
apañar como podíamos para hacer nuestras necesidades. Tampoco agua corriente.
Teníamos que ir a la Placeta de los Dieguitos para llenar el pipo del que
bebíamos, botijos para almacén para fregar, para cocinar o para rellenar el
pipo. Muchos años después, cuando por fin pudimos disponer de alguna forma de
ducha y de agua corriente comprobamos que todo el agua de la calle, que la
tenía, se quedaba en la Casa Grande, que estaba al principio y de la que
sabíamos que tenía piscina durante el verano en la que se bañaban sus
inquilinos a costa de que todos los vecinos no pudiéramos probar ni gota.
También recuerdo las tardes con las sillas bajas en la puerta de cháchara horas
y horas con los vecinos y, tanto mi hermana como yo, pasar de vez en cuando por
la falda de mi madre quien, lendrera en ristre, nos dejaba como los chorros del
oro de piojos y de liendres. Algunos domingos subíamos a Fuente Grande a pasar
el día tomando el fresco bajo los pinos con la tortilla de patatas y pimientos
fritos porque el sol era implacable y los ventiladores o el aire acondicionado
ni los conocíamos.
Hoy ya
se estructuran campamentos de una semana o de quince días según las
posibilidades, en los que es posible que los niños vivan experiencias en la
naturaleza que les aporten conocimientos y vivencias que puede que no los
tengan a su alcance en la escuela, pero eso es para cuando ya han cumplido, al
menos ocho años. Los primeros años hay que contemplarlos estrechamente ligados
a las familia con el consiguiente problema de que las vacaciones de los padres,
en el caso de que las disfruten, no coinciden para nada con las que ofrecen los
centros educativos, cuando los pequeños asisten a alguno. Si estamos en los
primeros años, antes de los tres, es bastante frecuente que la vida se
desenvuelva en función de quien esté con la responsabilidad de la crianza, sea
alguno de los cónyuges, algún abuelo o
cualquier otro familiar disponible que se responsabilice. Esta vida, por tanto,
no tiene ninguna particularidad por la época del año. No está pensada en
función de las necesidades de los pequeños sino de la actividad que la persona
adulta tenga que hacer.
'las bicicletas son para el verano'. cinta memorable.
ResponderEliminary las piscinas, para quien puede disfrutarlas.
y el agua corriente, como entelequia de este siglo de las luces, sería el octavo día de la Creación.
Ha cambiado todo, el verano, las ofertas educativas y las posibilidades económicas para casi todo bicho viviente. Excepciones aparte.
Besos
Como bien dices, la falta de vacaciones se compensaba con una vida en la calle, carreras para arriba y para abajo y el descubrimiento de la naturaleza de forma autóctona, sin maestros: buscando nidos, lagartijas o correteando volantones. Las excursiones, que yo sí que las tuve a Sierra Nevada (a partir de los 7 años), creo que me inocularon el germen del que todavía no me he vacunado.
ResponderEliminarEsta vez me he ido a mi infancia y a la relación del verano con el agua. Yo que soy de tantos sitios, durante mi infancia he tenido veraneos acuáticos muy dispares, desde los caudalosos ríos pirenáicos al Mediterráneo. Pero tu entrada me hace recordar veranos sin agua en Úbeda y en Almería: las colas de los cántaros y cubos con cadenas en la fuente esperando a que llegara un agua tan escasa y preciada que nunca podíamos jugar con ella. Menos mal que mi familia podía permitirse desplazamientos en Úbeda a albercas, ríos y pantanos y en Almería a la playa, aunque sólo fuera para pasar el día.
ResponderEliminarSí que recuerdo tus andanzas que nos has contado más de una vez. Como si fueras de todas partes y de ninguna a la vez. Y recuerdo que yo siempre he pensaado que no podía comprender lo que contabas, sencillamente porque mi infancia está irremediablemente pegada a Alfacar como sabes y, por más que alguna vez lo he intentado, mi mente no es capaz de imaginarse otro espacio que el propio espacio concreto, como si se tratara de una foto fija delante de la que pueden pasar lasx cosas más insólitas, pero con el fondo de cartón como aquellas fotos de la escuela con el mapa detrás. Cada uno atado a su realidad y viendo el mundo a su manera. Un abrazo
EliminarEntrañable foto, Antonio. Quién no ha vivido esas reuniones en la puerta de casa, las noches de verano, no sabe qué es la concordia. Yo me dormía de chica al fresquito cada noche en brazos de mi madre o abuela. ¡Qué a gustito estaba!, ¡Qué poco se necesitaba!. Gracias por hacerme recordar.
ResponderEliminarCiertamente los veranos nos permitían ver cosa distintas en pueblos con mucho por descubrir...en aquellos tiempos!
ResponderEliminarUn cordial saludo
Hola Antonio.
ResponderEliminarA mi me encanta recordar y leer los recuerdos de los demás.
Y es porque al fin y al cabo forman parte de nosotros, aunque algunos psicólogos estén empeñados en que recordar es perder el tiempo y hay que centrarse en el presente, yo pienso que una cosa no quita la otra y a veces el recordar, nos hace ver que aunque nos tengamos que estrechar el cinturón en el presente, en el pasado hubo muchas más necesidades.
Me ha encantado tu Post.
¡Feliz verano!
Un beso, Montserrat
Eres de gran nobleza, Antonio, al recordar tu niñez en forma transparente y directa.
ResponderEliminarAbrazos.