Seguidores
domingo, 27 de mayo de 2012
MEDIALENGUA
Comprendo que puede parecer un poco atosigante tanto darle a la matraca con temas relativos al lenguaje, al lenguaje hablado naturalmente, pero es que resulta ser un instrumento de primer orden en el devenir de la comunicación humana y por eso, por más que insistamos en aspectos de sus posibilidades y de sus características evolutivas, siempre tengo la sensación de que pasamos por alto algunos en los que deberíamos detenernos y desentrañar mejor sus contenidos y sus ámbitos.
Alrededor del año los pequeños empiezan a pronunciar las primeras palabras y desde ese momento hasta unos años después, más o menos a los cinco años en que ya se pueden considerar habladores casi perfectos, aparecen en su pronunciación unas ciertas disfunciones en las que para decir una cosa dicen otra por falta de experiencia o de pericia en la pronunciación tipo aba por agua, toche por coche, abelo por abuelo, rabas por bragas, caniches por calcetines y unos cuantos de miles más que podríamos poner pero que espero que cada uno que lea pueda definir.
Solemos definir esta época como la de la media lengua y suele hacernos mucha gracia escuchar a nuestros pequeños equivocarse y decir lo que quieren decir, pero mal dicho. Nuestra reacción suele ser múltiple. Desde los que no consentimos un solo error y al momento los estamos corrigiendo, lo que produce una cierta indefensión por parte de los pequeños que no han errado porque quieran hacerlo sino por limitaciones de sus posibilidades en ese momento, hasta los que nos partimos de risa escuchando esas deformaciones que los pequeños articulan y que nosotros podemos seguirles el juego asumiendo sus anomalías y haciéndolas nuestras por seguir la gracia.
En el caso de la intransigencia las consecuencias pueden ser que los pequeños terminen creyendo que no son capaces de hacer nada bien y que tienen que estar siempre pendientes de nosotros, que somos los que lo sabemos todo para convertirse en nuestros imitadores que así no se equivocan, o sencillamente callarse para evitar que los estemos corrigiendo a cada momento. En el segundo caso en el que nos hacen tanta gracia que terminamos todos hablando con la media lengua la lección puede ser que los pequeños se conviertan en un poco bufones que saben que nos partimos de risa con sus cosas y entonces no vale mucho la pena esforzarse en pronunciar como hay que hacerlo sino que hay que reírse de todo porque nada tiene valor si no nos sirve para partirnos de risa. Ambas posturas son bastante comunes y convendría desterrarlas porque para los pequeños, no sólo no les sirven para progresar sino que les sirven para evitar el progreso por distintas razones como hemos visto.
Lo que deberíamos hacer quizás es asumir que los pequeños están en una etapa en que no son todavía capaces de decir muchas cosas correctamente y que debemos ser nosotros los que, aparte de que nos pueda hacer gracia alguna de sus expresiones de media lengua, debemos servir como modelos que ellos con el paso del tiempo imiten y terminen por encontrar las correctas pronunciaciones en cada caso. Más que andar corrigiéndoles, nuestra correcta pronunciación es el mejor modelo repetido cada día. Ellos son perfectamente capaces de escuchar nuestra dicción diferente a la suya y de asumir que han de ir modificando sus errores y poco a poco ponerse al día en las pronunciaciones correctas de cada palabra. En general, en dos o tres años este tema se debe haber resuelto y no suele aparecer más. Los enfoques erróneos, insignificantes o graciosos en origen, pueden acarrear anomalías de fondo, de solución difícil y larga que complica la vida en momentos en que ya deberíamos haber superado esas dificultades.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Ya lo creo, que es de vital importancia (al menos para los padres/madres lo ha sido) implementar un entorno lingüístico apropiado a estas criaturas que se valen de su 'medialengua'
ResponderEliminarpara hacerse entender. Es su primer recurso.
Interesantes puntos de reflexión los que plantea tu escrito.
Un abrazo
Hola Antonio.
ResponderEliminarMe acuerdo que a mi padre no le gustaba que al agua se le llamara mam; ni al caballo,tatano.
Decía que igual de fácil era llamar las cosas por su nombre.
Cuentan que mi tete, quiero decir mi hermano, a los 2 años ya hablaba correctamente.
Yo pienso que mi padre fue un poco severo en este aspecto.
Me ha encantado tu post.
Un abrazo, Montserrat
Lo has explicado magistralmente !
ResponderEliminarSaludos
Mark de Zabaleta
me gusta y da interesante eso de no hablar como ellos para que aprendan ellos de nosotros en si creo que recogen todas nuestras costumbres yo creo que mas que la genetica pero eso seria otro escrito tuyo y me encantaria verlo si lo das o lo tienes ya
ResponderEliminarEn los primeros años hay una ecolalia, ellos deben ir superando la etapa pero al principio repiten lo que oyen. La idea es hablares claro pero a veces cometemos el error de hablarle en media lengua como ellos.
ResponderEliminarUn gusto volver a leerte. tocas diferentes temas.
Soy terapeuta del lenguaje ( aunque ya no la ejerzo)