Resulta descorazonador toparse con esa furia por lograr cualquier objetivo que se pretenda lo más rapidamente posible. Cuanto antes la primera palabra, la primera sonrisa, el primer paso. Cuanto antes el control de los esfínteres. En realidad da igual el objetivo. Lo que importa es que mi pequeño lo consiga cuanto antes. Y como no tengo puntos de referencia pues me valgo de los vecinos o de los compañeros de cole para orientarme y para poder medir que mi hijo es especial y más listo que cualquier otro. Nos pasamos la vida, por tanto, en una permanente competición que, sobre todo, nos lleva a sentirnos ansiosos porque nunca estaremos seguros de que nuestro pequeño sea el primero absoluto. Siempre podrá haber algún otro desconocido que lo superará en algún aspecto para nuestra desdicha.
Cómo hacer entender que es más importante que un bebé ensaye libremente miles de veces las posturas posibles de los músculos de la cara antes que definirle y cargarle con la primera sonrisa, sencillamente por nuestra necesidad de que progrese cuanto antes. Que es más importante el libre gorgeo con los sonidos todo lo que necesite al empeño porque concluya en MAMÁ o PAPÁ para nuestro regocijo. Que al niño le beneficia más poder gatear a su gusto todo lo que necesite utilizando cualquiera de los objetos que le rodean para progresar a forzarlo en dar el primer paso sin que le apetezca lo más mínimo y hacerlo que sienta innecesariamente una fuerte sensación de terror y de inseguridad de ver que no domina él sus movimientos hasta donde nosotros queremos. Así podrtíamos seguir en las miles de adquisiciones que necesitan lograr.
Es una lucha inútil y hasta contraproducente. Pero los adultos, no sé por qué, probablemente para resolver problemas nuestros pendientes, entramos en esa vorágine de adquisiciones, sometiendo a los pequeños a niveles de ansiedad insoportables. Casi siempre conseguimos que odien aquello que nosotros queremos que deseen o que sientan rechazo por nuestra influencia cada vez que nos ven acercarnos a ellos. O lo que me parece peor y es que terminen por desentenderse de ellos mismos y de sus deseos y posibilidades y se abandonen en nuestros brazos por completo y aprendan que las cosas no llegan por el esfuerzo y por el progreso a partir de nuestras propias posibilidades, sino que hay que olvidarse de ese camino y echarse en los brazos de las personas que nos rodean, que son las que saben lo que necesitamos y que encontrarán la forma de satisfacer nuestras necesidades.
Les sometemos, por tanto, a una lucha inútil contra el reloj, contra el tiempo en general, como si verdaderamente fuera importante ser capaces de utilizar el orinal un mes o dos antes de lo que lo hubieran conseguido si se les hubiera dejado en paz. Somos capaces de4 tener sentados a los niños en el orinal ratos y ratos, cada vez que se nos ocurre, por tal de conseguir que aprendan a hacer sus necesidades sólos. Como si eso fuera un fin en sí mismo. Olvidamos, por ejemplo, todo lo que significa la relación y el placer de la limpieza, del contacto físico que el cambio de pañales lleva implícito y de las conversaciones íntimas que se producen en esas secuencias. Todo sacrificio parece que está justificado con tal de conseguir los objetivos que pretendemos cuanto antes. Como si quisiéramos comernos la vida con ansia, cuando sabemos de sobra que la comida que aprovecha es aquella que se ingiere lentamente, charlando agradablemente y dando tiempo al tiempo. Cuánto tendremos que insistir en que NO POR MUCHO MADRUGAR AMANECE MÁS TEMPRANO.
Ciertamente un gran artículo. Las prisas, como reza el dicho, son malas consejeras !
ResponderEliminarMark de Zabaleta
No consiste en darse prisas, sino en llegar a tiempo. Una verdad como un templo, jejeje.
ResponderEliminarO también el archisabido "dímelo despacio que tengo prisa..."
Interesantísima la exposición, Antonio.
(Ah, los soles, ya relumbrantes, ya)
Abrazos besos
Correr, competir, llegar, ganar...malos compañeros de viaje para acompañar a un niño en su crecimiento.
ResponderEliminarHola Antonio me encanta este Post.
ResponderEliminarMe encanta esta fotografía del papá cambiando pañales.
Un abrazo desde Valencia, Montserrat.
me gusta esta bueno
ResponderEliminarNo puedo estar más de acuerdo contigo, Antonio. Además me ha gustado tu comentario sobre lo placentero que puede ser el cambio de pañales, para el niño y para quien lo haga: yo en la guardería disfruto mucho esos momentos en los que puedo intimar más con cada uno, más personal, te miran a los ojos, te dicen lo que pueden, tú les dices, les acaricias la barriguita... por eso me siento bastante más unida a los que todavía llevan pañales que a los más mayorcitos que ya utilizan el wáter. Y tienes razón, ¿qué prisa hay, si todos aprenden, un poquitín antes o un poquitín después? Lo importante es el camino...
ResponderEliminarUn abrazo.