Han pasado por lo menos treinta años, pero no se me olvida la estampa de Macarena arrastrando una combinación de su madre todo el día pegada a la nariz. O las rabietas de Katy cada vez que su madre le lavaba su cojín de permanente compañía porque perdía el olor que a ella le gustaba o la impaciencia de la madre de mi hija pequeña porque soltara de una vez la gasita que tenía que llevar entre la boca y a rastras hasta que, aprovechando una ausencia mía logró que la niña la tirara a la basura a los tres años con la consiguiente trifulca cuando me enteré del suceso por boca de la niña por dejar a la madre en mal lugar.
Pueden ser ejemplos quizá un poco vistosos, llamativos, quizá excesivos, pero en absoluto raros. A lo largo de los años he conocido cientos de situaciones similares a las que cuento con muñecos, trozos de tela, bordes de cobertores… En realidad no son más que elementos que disponen para los menores de algún tipo de cualidad que lesd ofrece compensaciones en algún sentido en el que ellos se consideran sensibles o faltos y que, a través de su contacto se sienten gratificados o seguros y compensados. Sobre todo me interesa subrayar la función de compensación. Los adultos solemos interpretar con frecuencia estas manías con criterios nuestros y con menos frecuencia asumimos el respeto debido a unas personas que buscan solucionar sus propios conflictos internos asumiendo soluciones a su alcance.
Conflictos der esdta índole se dan entre pequeños y mayores con mucha frecuencia. En realidad la secuencia suele ser casi siempre la misma o parecida. Ante cualquier deficiencia los pequeños tratan de suplirla con algún elemento cercano y de forma sencilla y accesible a ellos, si bien un poco rara para los usos comunes. Y la solución también suele ser casi siempre la misma. La persona adulta ignora por completo lo que esdtá pasando y, por la vía de los hecho de manera expedfitiva resuelve la situación imponiendo al menor los usos convencionales y pasando por completo por encima de ese intento de autosolución que el menor intertaba poner en práctica. En algunos casos se trata de conflictos manifiestos y las soluciones han de imponerse con dificultad. En otros casos el resultado es el mismo, si bien las contrariedades o conflictos con los pequeños no sobrepasan el nivel de incipientes.
Lo que suele ser raro y es la propuesta que vengo a reclamar en esta ocasión es que necesitamos mirar a los menores. Fijarnos en ellos antes de actuar, salvo en los casos en que haya peligro de por medio. Nos vamos a dar cuenta en muchos momentos, que nos están hablando con sus comportamientos y que ellos mismos están intentando resolver los problemas y las dificultades que la vida les plantea, a su manera, desde sus posibilidades y con los medios que tienen a su alcance. Muchas veces las soluciones que ellos buscan son más enrevesadas o dificultosas que las quer nosotros podíamos imponerles, pero sin embargo, cuando logran encontrar el camino por ellos mismos, la solución es mucho más certera y eficaz que la que podemos ofrecerle nosotros, sencillamente porque es la suya. Nuestras soluciones impuestas tienen validez a corto plazo, pero las suyas les ofrecen seguriodad en ellos mismos y en sus posibilidades, lo que quiere decir que su valor es mayor que el de resolver una simple situación coyuntural y tiene que ver mucho más con la configuración de su personalidad y con su proyección para el futuro.
Hola Antonio:
ResponderEliminarMuy interesante las experiencias que cuentas de tus hijas
Mis hijos sólo en el momento de nacer llevaron chupete.
Enseguida se lo quité, pero fíjate el pequeño dormía mordiendo la punta de la almohada, le llamaba bio-bio y tenía que tener almohaditas de repuesto, pues yo le dejaba.
Besos desde Valencia, Montserrat
Y quien no pudo disponer de fetiche propio, se llevaba el dedito pulgar a la boca y lo tenía de objeto de succión.
ResponderEliminarLa lección experimental es muy entrañable.
¡Si la hubieran recibido mi madre, o mi padre, con sus doce hijos a cestas!
Entonces no había ...¡Ni para fetiches!!!
Un abrazo
Interesante reflexión. Podemos aprender mucho, con paciencia, de nuestros pequeños...y curiosamente es la "segunda juventud" (los abuelos) quien mejor les comprende !
ResponderEliminarSaludos
Mark de Zabaleta
En la guarde donde trabajo hay varios niños que traen su gasita, o una mantita, incluso un muñequito con patitas que tienen que llevarse a la boca para dormir, pero nadie intenta quitárselo, por suerte, tanto los padres como nosotras, las educadores, se lo damos cuando tienen sueño y enseguida se calman y se van durmiendo. Mi hija sólo tuvo su chupe, y tampoco le costó mucho dejarlo, supongo que le habría llegado la hora.
ResponderEliminarMuchos besos, Antonio.
que alma la tuya! es muy bella...gracias!
ResponderEliminarun abrazo
lidia-la escriba
Winnicott nos hace un estudio muy bueno en su libro "Realidad y juego" sobre "el objeto transicional" ¿qué niño no le ha tendido?: un peluche, un trapito, etc, etc.
ResponderEliminarMuy buena entrada.
Un abrazo.
Mercedes.
Muy buena entrada.