León el Africano Granada, 1488 – Túnez, 1554 fue un diplomático y explorador andalusí. Escribió Descripción
de África, en la que describe la geografía del norte
de África.
Cuando la
familia de Hasan se vio forzada al exilio, salió de la península
ibérica se presume que
entre el 1492 al 1500. Se establecieron en la ciudad marroquí de Fez, donde Hasan vivió su juventud. Recibió una educación
privilegiada, como miembro de una familia culta y privilegiada, ya que su padre
poseía tierras y posesiones en el Rif y
su tío cumplía misiones diplomáticas en nombre del sultán de Granada. Estudió
en la mezquita de Fez Teología y Derecho, llegando a obtener el título
de faqih.
En una época de crisis en la que dos grandes imperios
pugnan por la supremacía en el Mediterráneo, Hasan, nacido en Granada poco
antes de 1492 y más conocido como León el Africano, emprende una extraordinaria
peregrinación que, guiado por su pasión de vivir, lo llevará a la misteriosa
ciudad de Tombuctú, a los quince reinos negros situados entre el Níger y el
Nilo, y a la deslumbrante Constantinopla. Finalmente, sus conocimientos y
experiencias, donde se funden la cultura oriental y la occidental, el mundo cristiano
y el del islam, serán puestos al servicio del papa León X y de Julio de
Médicis.
Su vida
transcurre a caballo entre el Renacimiento y la caída de al-Andalus, entre dos
continentes en medio de profundos cambios políticos e históricos.
A su regreso a Túnez, donde
vivió retirado sus últimos años de vida, reflexiona sobre su historia y dice a
su hijo
A mí, Hasan, hijo de Mohamed el alamín,
a mí, Juan León de Médicis, circuncidado por la mano de un barbero y bautizado
por la mano de un papa, me llaman hoy el Africano, pero ni de África, ni de
Europa, ni de Arabia soy. Me llaman también el Granadino, el Fesí, el Zayyati,
pero no procedo de ningún país, de ninguna ciudad, de ninguna tribu. Soy hijo
del camino, caravana es mi patria y mi vida la más inesperada travesía.
Mis muñecas han sabido a veces de las
caricias de seda y a veces de las injurias de la lana, del oro de los príncipes
y de las cadenas de los esclavos. Mis dedos han levantado mil velos, mis labios
han sonrojado a mil vírgenes, mis ojos han visto agonizar ciudades y caer
imperios.
Por boca mía oirás el árabe, el turco,
el castellano, el beréber, el hebreo, el latín y el italiano vulgar, pues todas
las lenguas, todas las plegarias me pertenecen. Más yo
no pertenezco a ninguna. No soy sino de Dios
y de la tierra, y a ellos retornaré un día no lejano. Y tú permanecerás después
de mí, hijo mío. Y guardarás mi recuerdo. Y leerás mis libros. Y entonces
volverás a ver esta escena: tu padre, ataviado a la napolitana, en esta galera
que lo devuelve a la costa africana, garrapateando como mercader que hace
balance al final de un largo periplo.
¿Pero no es esto, en cierto modo, lo que
estoy haciendo: qué he ganado, qué he perdido, qué he de decirle al supremo
Acreedor? Me ha prestado cuarenta años que he ido dispersando a merced de los
viajes: mi sabiduría ha vivido en Roma, mi pasión
en
El Cairo, mi angustia en Fez, y en Granada vive aún mi inocencia.
Esta es la primera página de LEON EL AFRICANO, hermosa novela de Amin Maalouf. Muchas veces la
he leído y ninguna de ellas he sido capaz de terminarla sin un nudo en la
garganta. Podría poner muchos ejemplos de hoy pero he decidido ofrecer este de
la Granada y de finales del siglo XV,
para demostrar que los tiempos y los lugares cambian pero los
acontecimientos se parecen mucho unos a
otros. También se parecen mucho nuestras maneras de analizar lo que
sucede: desde quienes son capaces de aceptar distintas actitudes hasta quienes
ven una sola salida para valorar lo que sucede. Cuando Hasan tuvo que salir de Granada,
su familia llevaba en esta tierra 800 años y un día les dijeron que tenían que
irse porque no eran de aquí. Los judíos también lo vivieron en muchos países.
Ahora lo están viviendo los palestinos y todos con argumentos parecidos. Hay
quien siempre se siente dueño de algo y hay quien, como Hasan o León el
Africano, acepta que su patria no es otra que el camino. Yo nunca he podido
aceptar la confesión de este viajero granadino sin sentirme concernido e
interpretar que no hay más patria que nuestra vida ni más destino que caminar
hasta el fin.