Me
gustaría pensar que después de los largos días de pandemia y de los angustiosos
de toque de queda y de inevitable retención de libertades aprenderíamos a vivir
de otra manera que fuera mejor. Ahora sé que no va a ser así y que las nuevas
posibilidades que se van a ir abriendo paso de manera angustiosa y sin
posibilidad de regeneración alguna. Con la conciencia muy clara de que lo que
se conquiste tendrá que ser a sangre y fuego y después de una guerra paso a
paso, como si cada pequeña victoria no fuera sino a expensas de dejar en el
campo de batalla los restos del contrincante. No me queda en esta pugna
inmisericorde ningún consuelo, ni la conciencia del más pequeño acuerdo que
compartir con el contrincante. No niego que pueden presentarse momentos fugaces
en los que poder levantar la bandera de las ideas y gozar las mieles de un leve
gozo común. Será un gozo tan leve que se disipará en la pugna siguiente por los
intereses del contrario. No significará el más mínimo descanso sino que vendrá
mezclado entre nuevos intereses particulares mezclados con argumentos, casi siempre falaces.
De
toda esta pugna que va surgiendo sin piedad, se irá imponiendo una nueva
realidad desconocida que se impondrá a base de la más árida tensión. Podría
surgir la nueva realidad a base de acuerdos pero, normalmente, no será así sino
que terminará imponiéndose a base del agotamiento del contrario, de donde se
deduce que aprendizajes, los mínimos. De cada facción en pugna cada sector irá
siempre haciendo valer sus argumentos antes que ver las mínimas aristas del
contrario como válidas, con lo que el final estará condenado a que en el primer
momento quede expuesto a ceder cualquiera de sus logros, antes que valorar lo
común obtenido se irá buscando la brizna impositiva de su parte argumental al
precio que sea, con tal de ceder el más mínimo tramo de su discurso. No se
habrá buscado en ningún caso la paz sino el agotamiento del contrario.
La
bandera resultante que se pueda levantar como resultado de la pugna no podrá
alzar el colorido del acuerdo común sino la mayor carga de imposición de uno
sobre otro sobre el resultado final. Tendrá que ser el juego final de los
contrincantes y su peso específico resultante el que termine ondeando en el resultado. Significa, por
tanto, no tanto el producto de un acuerdo al que se ha accedido por ambas
partes, sino un equilibrio inestable que ondeará en los tejados del vencedor,
muy al pesar del criterio del vencido que asumirá el resultado de manera
parcial, sólo por el reconocimiento parcial de la fuerza del contrario y con la
esperanza de encontrar en el plazo más breve posible el cambio de posiciones,
producto siempre de una pugna permanente y no de un acuerdo estable en el que
descansar los dos contendientes.
De la angustiosa explicación que pretendemos, parece que lo que nunca se obtiene es la paz sino una forma de lucha aunque por momentos vaya encontrando puntos de paz que se mantienen vigentes hasta que el contrario entiende que sus fuerzas pueden quedar por encima del contrario el mayor espacio de tiempo posible, dejando bien claro que el periodo de tiempo que resulta de cualquier del conflicto no es el resultado de la paz acordada sino de la coyuntura que se levanta por un tiempo, hasta que los juegos de fuerzas vuelvan de nuevo a medirse en el campo de batalla o, sencillamente, se mantengan sin conflicto por comodidad de ambos. En cualquier caso, siempre será mejor eliminar el conflicto por cualquier forma de paz, a sabiendas de que las cesiones de ambos estarán presentes como elementos de tensión que un día cualquiera pueden destapar de nuevo el conflicto cuando uno de los dos contendientes piense que tiene posibilidades de cambiar el juego de poder.
Biennnn
ResponderEliminarBesos 😘😘😘