En
nuestro programa de trabajo había dos momentos, primavera y otoño, en los que salíamos de colonias con todo el
grupo. Al principio era de lunes a viernes, lo que significaba un esfuerzo muy
notable, tanto más cuanto que al lunes siguiente había que estar de nuevo al
pie del cañón. Reflexionando en grupo descubrimos que el objetivo que
pretendíamos, que era que durmieran juntos y lejos de sus familias, lo podíamos
alcanzar con dos días y una noche, con un importante ahorro de energía para
nosotros. Salíamos un jueves por la mañana y volvíamos el viernes por la tarde.
Seguramente ese ahorro estaba directamente relacionado con que nos íbamos
haciendo mayores y dosificábamos mejor nuestras capacidades físicas. Pero el
principal objetivo se cumplía. Eso era verdad. Me pasé muchos años proponiendo
al equipo que me permitieran pernoctar en el mismo cole para que viviéramos la
experiencia de no cambiar de espacio, aunque sí de actividad. Siempre se votó
en contra y me quedé con las ganas. Años después, mi compañero Manuel Ángel lo
ha conseguido. Me alegro por él.
Cuando
se trabaja en grupo hay que asumir que las ideas no basta con tenerlas sino que
deben ser compartidas por la mayoría para que el grupo las asuma. Esto es una
de las cosas que más trabajo me ha costado interiorizar. Ya es difícil tener
una idea pero el verdadero problema estaba en persuadir a los compañeros y no
siempre se tenía la paciencia necesaria. El resultado era que cuando una cosa
se hacía era del grupo y el grupo en su conjunto respondía de ella, pero
también que muchas ideas podían no llegar a realizarse por problemas personales
si quien las proponía no gozaba de las simpatías de la mayoría o no la defendía
con la consiguiente capacidad de persuasión. Llegaba a resultar injusto y hasta
desesperante, pero nadie dijo nunca que trabajar en grupo fuera fácil y si
alguien llegó a decirlo no sabía bien de lo que hablaba. He conocido casi todos
los niveles de trabajo en nuestra empresa y me siento muy satisfecho por ello,
pero ha sido a base de constancia porque mi ímpetu muchas veces despertaba
recelos y no era suficientemente persuasivo.
Otro
día nos detendremos en la vida en grupo pero hoy no me resisto a contar la
experiencia de la zorra, que pasan los años y no se me va de la cabeza.
Habíamos ido de colonias de otoño a Ermita Vieja en Dílar, a unos 20 kilómetros
de Granada. Por la tarde, con las linternas en la mano, salíamos de paseo antes
de que anocheciera y en un recodo del camino nos sentamos para hacer una
asamblea y hablar de lo que veíamos. Estamos dando las primeras palabras y vemos
salir a una zorra que se planta en medio del camino por el que habíamos subido
y nos mira descarada. Nos quedamos impresionados y callados como muertos. La
zorra camina hacia abajo, se acerca a la linde del camino y orina en la hierba.
Nos vuelve a mirar y sigue andando hacia el otro lado. Vuelve a orinar y nos
mira de nuevo. Repetía la operación y nosotros no abríamos la boca. A los pocos
minutos llegó a una curva y desapareció. Alguien dijo: Está buscando novio. Y seguimos nuestro paseo porque la luz del
día se iba y teníamos que iluminarnos con las linternas, que era nuestra
intención.
Seguramente
de cada colonia tendremos recuerdos de impacto que a poco que hagamos memoria
afloran. En su momento cada uno de ellos supuso una experiencia que hizo que
cada colonia se diferenciara del resto. Cuando salían de nuestro cole de
Infantil, los pequeños habían vivido hasta seis colonias, lo que supone un
arsenal de experiencias nada desdeñable. Cada uno podrá hablar de las que más
le hayan impresionado pero yo mantengo en el recuerdo la secuencia de la zorra
por dos razones. Por parte de la zorra porque nos mostró claramente lo que quería
hacer y los pequeños la entendieron. Por parte de todos, el silencio sepulcral
que se produjo en aquellos breves minutos, cosa nada fácil, que nos permitieron
seguir a la zorra en su cometido hasta que llegó a la esquina y siguió su
camino dejándonos a todos con la boca abierta.
Ahora que yo ya no hago colonias, porque estoy con los más pequeños de la escuela, la noche en Duende ya no se discute y el próximo jueves la va a hacer Trini, una maestra que sacó la plaza en Duende a la vez que yo me trasladaba a esa escuela.Espero que la experiencia le sea tan gratificante que pase ella también a defenderla cuando yo ya no esté trabajando allí.
ResponderEliminarEn su momento me costó digerir la negativa del grupo porque siempre me pareció una idea buena. Paro me encantó saber que tú lo habías logrado y lo que mee dices de que Trini también me reconforta por saber que el tiempo se encarga de equilibrar aspectos que en su momento no vimos por cualquier razón. Me alegro, sobre todo, por los niños que vivan la experiencia. Un abrazo.
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