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domingo, 17 de febrero de 2019

MERCADEO



         La vida no vale nada o tiene una valor ilimitado, según en el país en que se nazca. Tenemos ejemplos hasta reventar. El de los pobres apenas cubre unos renglones y en ellos caben millones. Sus vidas son apenas un milagro. Pueden caer en el Mediterráneo y allí se quedan durmiendo para siempre bajo sus aguas o se convierten en carne de cañón si pertenecen a uno de los muchos países en guerra, de estos que no salen en los telediarios o sólo cubren unos segundos y con unas frases, así por encima, se resuelve la noticia o son carne de portada y nos mantienen con el alma en un hilo, ocupando horas y horas de programación para concluir con un fin trágico, previsible desde el primer momento, después de haber vendido horas y horas de anuncios durante las noticias, copando tertulias con argumentos peregrinos en medio de una feria extraña que uno no termina de encajar en otra lógica que no sea la del mercado puro y duro. Con los casos como el de Julen, bien reciente, al parecer vamos comiendo.

         Los que militamos desde siempre contra los excesos expositivos gratuitos de los menores llegamos en muchos momentos a dudar de esa férrea guardia que ejercemos para evitar tentaciones que nos rozan en muchas ocasiones. Uno es de carne y hueso y cuando ves por muchos lugares la falta de escrúpulos y la facilidad con que se comercia y se vive de los pequeños, en realidad parece como si uno estuviera en otro planeta. Mi hija Elvira, que en estos días va a cumplir 19 años, recuerda que en sus primera infancia tuvo que escuchar en referencias a su persona más de una propuesta en la hubiera podido exponerse públicamente con determinadas destrezas que se descafeínan bajo el epígrafe de superdotación. En estos tiempos salen pequeños superdotados por todos los rincones. Ella misma se interroga sobre lo que hubiera podido ser si su familia se hubiera deslizado por el camino de las concesiones, por otra parte tan cercanas.

         Me parece memorable, como vimos hace unos días, que un pequeño,  que nació con el corazón fuera de su cuerpo, fuera sometido a una serie de operaciones hasta lograr mantenerlo con vida y con su corazón en su lugar. O la detección de malformaciones de un bebé en el propio vientre de su madre y operarlo allí mismo con técnicas muy avanzadas hasta lograr que siguiera creciendo libre de anomalías y que terminara naciendo en su momento con toda normalidad. En esos momentos uno puede hasta sentirse orgulloso de pertenecer a un mundo que es capaz de responder a semejantes retos. Lo que pasa es que cuando al mismo tiempo se nos ofrecen situaciones en las que constatamos que hay vidas que no valen nada y que se pierden en cualquier bombardeo sin que nadie haga nada para pararlo o en medio del mar, sencillamente porque vienen en brazos de sus madres, dónde están, por cierto, sus padres, buscando un mundo mejor, en esos momentos uno se queda paralizado y no puede entender tanta diferencia de trato entre personas nacidas en el mismo siglo.

         Al final lo que sucede es que valemos o no valemos según donde hayamos nacido. No sólo cuenta el país que nos acoge sino nuestras propias familias, si se da el caso tan frecuente de que no soporten la idea de que somos personas normales que deben ser respetadas en sus manifestaciones y en su evolución. Robarle a cualquiera su infancia, sea por la causa que sea, eso no hay modo de resarcirlo. Al final lo que vamos consiguiendo es hacer monstruos que podrán lamentarse siempre de lo que podrían haber sido si se les hubiera permitido vivir su vida en paz. Yo no sé cómo se puede, por ejemplo, justificar la música de Mozart y de su hermana, a la que casi nunca se menciona cuando iban juntos, si hemos de verlos como lo que fueron durante su infancia: monstruos de circo como la mujer barbuda, que entraban y salían de las casas de los nobles, ofreciendo sus insólitas capacidades interpretativas, pero dejando de vivir sus infancias en paz mientras su padre Leopoldo se ganaba la vida a costa de la explotación de sus hijos.


2 comentarios:

  1. La desigualdad, al poder
    La desigualdad, padre y madre de ninguna virtud

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    1. Es completamente claro pero seguimos sin querer leer lo que sabemos que está escrito. Un beso

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