De una
manera o de otra estamos sometidos a las
leyes de la vida y es la propia vida la que nos condiciona en una dirección o
en otra. La semana pasada proponíamos algunos criterios a la hora de
seleccionar juguetes para los pequeños y esta tenemos sencillamente que mirar
al sol porque se ha instalado desde hace más de un mes y no hace otra cosa que
ofrecernos su luz y su calor a pesar de que el momento climatológico pediría ya
otras características. Da pena, por ejemplo, mirar a la Sierra. En un par de
ocasiones ha vivido la visita de la nieve, como es normal pero la permanencia
del sol ha hecho que lentamente se haya disuelto la poca nieve caída y este es
el momento en que todavía no se ve el manto blanco que debiera tener la Sierra
para que todo estuviera normal.
Claro
que hablar de normalidad también es un poco pretencioso porque siempre lo
aplicamos al modo de ver humano como si en el mundo no hubiera otros criterios
de medición que no fueran los nuestros. Es verdad que el año pasado por esta
época ya estaba la Sierra completamente blanca y con grandes espesores por todas partes pero también hay que
reconocer que se ha terminado imponiendo el criterio de la estación de esquí y
ahora hablamos en función de lo bueno o lo malo que es el tiempo para la
estación y para los esquiadores que podrían estar subiendo a miles y dejando
pingües beneficios en los negocios instalados en las alturas. Y por lo que
vemos este año, a pesar de que se ha abierto la campaña con la nieve que
fabrican los cañones por la noche, pues no es así. No sé si nos hemos olvidado
de que la Tierra, aparte de los movimientos de rotación y de traslación, que
son los más conocidos, tiene varios más como el de balanceo y otros que hacen
que sus procesos de lluvia y sequía no se puedan contemplar como fórmulas
matemáticas exactas sino que tienen que andar combinando con el resto de las
fuerzas a las que está sometida.
Recuerdo
en 1995 que Granada fue la organizadora del Campeonato Mundial de esquí y la
naturaleza sabrá por qué, hubo que aplazarlo un año porque ese invierno apenas cayeron unos copos
de nieve en toda la temporada. Al año siguiente en cambio, nos íbamos a ahogar
en nieve y el campeonato resultó espléndido, pero tuvo que ser cuando dispuso
la meteorología, no cuando las personas teníamos previsto. Quiero ofrecer ese
mismo paralelismo con relación a los pequeños. Los veo por las calles con sus
ropas de invierno tapándolos por
completo y metidos en sus carritos como si anduviéramos a bajo cero como
sería lo propio y lo más frecuente. Pero este año, al menos hasta el momento,
no es así. Es verdad que las noches sí aprieta el frío y seguramente la primera
hora de la mañana también pero en el momento que el sol se apodera del día nos
ponemos en los alrededores de los 20 grados, que es una temperatura muy grata y
que pide presencias y a los pequeños, en semejante situación habría que
sacarlos a la luz como fuera, sin hacer caso a lo que la cultura nos empuja
para esta época.
Los
espacios interiores de las casas o de las escuelas tienen sus referentes
culturales de comodidad, de concentración del calor en los momentos más fríos
del año, que son cualidades dignas de destacar y que buscan y seguramente
logran nuestras mejores condiciones de vida. Pero también nos hacen animales de
costumbres hasta el punto de que podemos estar viendo como el sol nos ofrece
posibilidades de gozo infrecuentes pero igualmente hermosas con su templanza en
diciembre que, aparte de los perjuicios de menos agua caída con el consiguiente
perjuicio para el esquí o para las cosechas, como nada es completamente bueno
ni completamente malo puede ofrecernos niveles de bienestar natural por el
simple hecho de pasar más tiempo en la calle y de gozar de la luz y del calor
sin que tenga que ser el abrigo o la calefacción la que nos la proporciones. A
la calle, por favor, mientras podamos, que tiempo habrá para escondernos cuando
lleguen las lluvias y los fríos.
Se echa en falta el frío aunque a mí me guste el calor, pero esta estación no es lo mismo sin la nieve, el frío, las bufandas y gorros....
ResponderEliminarUn cálido abrazo
Sabio consejo...
ResponderEliminarSaludos
El jueves pasado subí al Mulhacé, y ratifico tu comentario de falta de nieve. No la pisé en toda la jornada. Donde únicamente se acumulaba alguna era en el tajo del propio Mulhacén (cara norte) que en estas fechas no ve el sol durante toda la jornada, en el tajo de la Alcazaba ni eso; eso sí todas las lagunas estaban heladas. Decirte que a las 7'30 de la mañana habia en el aparcamiento de los albergues 4'5º centígrados y que los cañones llevan varios días sin fabricar nieve porque las temperaturas no bajan lo suficiente.
ResponderEliminarNos gusta controlarlo todo y nos cuesta cambiar los planes, pero siendo flexibles ¡qué delicia seguir disfrutando del aire libre en diciembre!
ResponderEliminarUn beso
Granada y sus contrastes. Siete grados cuando llegamos a la escuela, dieciséis cuando salimos al patio, veinte cuando volvemos a casa. Y los niños con una ropa adecuada para los siete grados matinales y las familias sin entender que la ropa debe ser como la cebolla: un conjunto de capas que podemos ir quitando o poniendo según el momento del día. Muchos traen una ropa liviana para estar en el aula y un plumón para el patio; si sólo le dejamos la ropa liviana pasan frío (que pueden resolver corriendo y poniéndose en las partes soleadas) pero si les ponemos el plumón se echarán a sudar y el sudor al enfriarse les resfriará. Y lo malo es que si se resfrían la respuesta suele ser aumentar el grosor de la ropa.
ResponderEliminarEs verdad que en días como los que vivimos no es fácil atinar con el punto idóneo de abrigo. Las familias siempre suelen pecar por más, pero los demás tampoco resolvemos la incógnita con facilidad, sencillamente porque no es fácil. Como criterio yo siempre he preferido que vayan con un par de mangas, aunque sea algo fresco porque les permite moverse con soltura. Los abrigos, solo para los paseos por la calle, pero no para jugar. Un abrazo
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