La
semana pasada, tanto yo como mi compañero Manuel Ángel intentábamos hacer ver
la importancia del primer contacto de los pequeños con la escuela y de cómo no
es ni con mucho un día cualquiera sino una experiencia que se va a quedar grabada
para siempre. Yo incluso llegaba a comparar ese primer contacto con tantos
otros primeros contactos en nuestra vida para acercar la vivencia a cualquiera
que lo leyera. Es posible que no pudiera recordar la primera experiencia
escolar pero a lo mejor sí cualquiera otra que se le parezca.
Cada persona es un
mundo y que pretender generalizar la intensidad de una experiencia y ofrecerla
como ejemplo para todos siempre es un riesgo. Incluso una inexactitud. Pero a
riesgo de parecer temerario, algo sí que podemos atrevernos a decir para que
quien se interese sobre este tema, seguramente padres o familiares que tengan a
un pequeño cerca y que pueda vivirlo estos días, pueda obtener alguna pista o
explicación. El problema de una persona de un año que, sin demasiada
información previa se deja en un centro educativo es que siente que sus padres lo han abandonado y que
ya nunca los va a volver a ver. Sé que es muy fuerte, pero es así. Esto produce
una desesperación de gran calibre que, en ese momento no hay modo de consolar.
Los padres le pueden haber explicado la realidad pero es que a esa edad no se
oye por los oídos sólo sino por todos los sentidos y lo cierto es que lo han
dejado solo y han desaparecido. Con los
datos que tiene el menor es imposible que entienda que sus padres saben dónde
lo han dejado y que cuando pasen muchas horas se van a acordar de que él está
allí y los espera.
Hay
que hacer referencia a los cuentos infantiles para identificar sensaciones
parecidas. Podemos recordar que en su momento nos creíamos todo aquello de que
el lobo se comía a la abuela y a la Caperucita, que luego se le podía rajar la
barriga mientras dormía y sacarle a los siete cabritillos por ejemplo. Que los
padres eran pobres y no tenían nada que ofrecerles a sus hijos, por lo tanto
los llevaban al bosque, que es el mundo a fin de cuentas, y allí los dejaban
abandonados a ver si alguien se compadecía de ellos y les daba de comer. Estas
sensaciones tan brutales y tan elementales están a la orden del día en
cualquiera de los cuentos que todos conocemos. Desde nuestra posición de
adultos podernos encontrarlos hoy exagerados y fuera de la realidad porque no
se ajustan a nuestros razonamientos lógicos pero es que con un año la única
lógica que podemos aplicar a lo que nos pasa es la de los sentidos y la de las
sensaciones, sencillamente porque en ese momento no tenemos otra. Es más,
aunque lo que pasa en los cuentos nos parezca hoy fuera de la realidad, a los
pequeños les seguimos contando los cuentos como los conocemos. No sé bien si porque
no sabemos hacerlo de otra manera o porque es así como los cuentos tienen todo
el impacto que los pequeños necesitan.
Sólo
es posible que esa vivencia de abandono y la angustia correspondiente sea más
pequeña o no se produzca si previamente los pequeños han visitado el espacio
con nosotros y con sus maestros y, sobre todo al principio, el tiempo que
transcurre desde que los dejamos hasta que los recogemos es suficientemente
corto como para que logremos que no llegue a desconfiar. En ese sentido es fundamental
que en todo momento le digamos la verdad y no lo acostumbremos a que desconfíe
de nosotros diciéndole que vamos a volver enseguida y luego compruebe que lo
hemos engañado y que ya no puede fiarse ni de nosotros que somos los seres más
cercanos que tiene. Sé que las familias tienen muchas obligaciones y que no
siempre es posible cumplir todos los requisitos que el pequeño puede necesitar
para que se sienta confiado en el nuevo espacio pero yo siento la obligación de
aclararlo para que, cuando veamos a un pequeño desesperado sepamos que tiene
argumentos para estarlo con la capacidad que cuenta en ese momento.
Dicen que si los adultos tuviéramos que soportar un dolor equivalente al de la salida de los dientes, nos volveríamos locos. Afortunadamente para los bebés la intensidad con la que viven los dolores es menor y sobre todo no les queda recuerdo de ellos. Por eso el dolor del abandono en un lugar extraño y con personas extrañas se va superando en la medida que esas personas les ayudan a descubrir que tampoco se está tan mal en ese lugar y con esas personas; y cuando ven que sus necesidades afectivas y biológicas están cubiertas, descubren que además no han perdido su familia y su casa, con lo que en un tiempo relativamente breve acaban disfrutando de una escuela sin perder una casa.
ResponderEliminarUna vez mas me da la sensación de estar construyendo este discurso a coro, que es como me interesa. Mi obsesión es que estos problemas se pongan en discusión y pasen de una cabeza a otra y que no se silencien porque ya sabemos que lo que no se cuenta es como si no existiera. Por eso y por tus observaciones, gracias una vez más. Un abrazo
Eliminarnos aplicaremos al cuento. Esa puede ser, seguro será, la solución al problema del abandono prematuro.
ResponderEliminardespués resultará imparable la vida, hasta la postrimería, una sucesión de abandonos
abandonos
abandonos
una eterna paradoja de
abandonos a los que prestamos nula atención.
Lo siento
Un abrazo
Es un momento clave para los niños...que se recuerda toda la vida...
ResponderEliminarSaludos
Me ha gustado mucho tu articulo o post, como prefieras llamarlo...yo aún a mis años recuerdo el primer día de colegio y recuerdo que fue horrible, pensé que mi madre me abandonaba. Un besito
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