
Nadie sabe de donde sale el impulso, ni si es un impulso siquiera. Te paras a pensar y la verdad es que da lo mismo que se llame Rosa o que se llame Pablo. Es un hijo y lo que importa es que ha legado a la casa y hay que sacarlo adelante. Eso es lo que importa. Y es verdad, pero hay más. No es nada preciso, casi ni se puede decir porque no hay razones concretas que sirvan de argumento, pero no ha más que abrir los ojos y mirar lo que pasa. Si se trata de Pablo, la made lo mantiene con su teta y sus cuidados. Como es su obligación. Pero además, está esa mirada de embeleso y esas caricias que no se acaban y esos chillados de afecto puro y desnudo que parece que se lo va a comer cualquier día. No es posible echarle nada en cara porque un hijo es un hijo y quien le va a decir a una madre cual es el límite de su cariño. Eso es verdad. Pero no hay más que mirarla para darse cuenta de que con Rosi no fue n prima. Era su hija como Pablito. No se le puede echar nada en cara porque cumplió con lo que la niña necesitaba, pero se diga lo que se diga, no era igual.

En cambio su padre se deshacía en detalles con la niña. Ahora con el Pablito no se sabe si por ser el segundo, suele pasar y no se fija. Puede ser también que los años no pasan en balde, pero es verdad que no es lo mismo. Nadie quiere hablar o a lo mejor nadie sabe hablar de lo que hay que hablar aunque todo el mundo esté viendo que la madre con el niño tiene tema y de que el padre con la niña tuvo tema y lo sigue teniendo a pesar de que los años vayan pasando. Es mas, cuántas veces han llegado a discutir ellos dos por las atenciones que le prestan, él a la niña y ella al niño. No tienen más que ponerse de morros por sus cosas de mayores y por sus problemas de entendimiento y cada uno se va por su lado y los hijos lo mismo, pero la niña con su padre y la madre con su niño. De esa manera hasta sus discusiones parece que se resuelven de otra manera. Como si tuvieran sordina o como si un bálsamo se les pusiera sobe la piel con el simple hecho de que el padre salga a pasear con su niña de la mano y se le vaya el santo al cielo y no tenga prisa para volver y a la madre se le vayan las horas muertas con su niños, tanto en vestirlo como en contarle historias como en cantarle como en pasarle las manos por encima, que parece que lo va a gastar.

Este tipo de secuencias se repiten con machacona insistencia porque la idea del sexo no está libre ni en los rincones más íntimos de las familias. No es nada intencionado, sino que surge de los arcanos de cada uno: el padre se ve impelido hacia la hija, con el consiguiente recelo de la madre y viceversa. Y casi nunca se habla de esto, posiblemente porque nadie quiere entrar en terrenos más o menos escabrosos donde es muy difícil sentirse seguro. Pero es que, además, se trata de los hijos y quién va a reconocer que uno te atrae y que el otro te produce rechazo. Son tus hijos y a los hijos se les quiere a todos igual. Eso es mentira pero vale para parar el discurso y para que todos quedemos tranquilos como si la verdad no fuera la verdad o como si tuviéramos que esconder los verdaderos sentimientos, esos que están por encima de todas las convenciones y de todas las normativas sociales. Esos que dicen lo que somos y no lo que deberíamos ser.