Hasta
donde sé la manifestación de afecto es la cercanía, la caricia, el susurro, el
beso y la satisfacción de los cuidados que la persona dependiente necesita:
alimentación, limpieza, vestido y sueño. Creo haber contado en alguna ocasión, y si no ahí va,
cómo un policía sacó esposada a una pequeña de cinco años que gritaba
desconsolada porque era la hora de salir y su madre no había llegado. El centro
no encontró, al parecer otra medida ante el mosqueo de la pequeña, que llamar a
la policía y ésta interpretó que las esposas eran la mejor solución. Aunque lo
parezca no creo que nos hayamos vuelto locos. Sencillamente tomamos un camino
y, andando andando, cuando nos damos cuenta nos encontramos con que nos ha
llevado a aberraciones de ese calibre.
Nada
sucede porque sí ni de la noche a la mañana. Hace años los niños vivían en la
calle y era normal. Hoy, tratando de ofrecerles un clima más seguro, los
pequeños viven recluidos en sus casas y para salir de ellas lo razonable es que
lo hagan acompañados y a visitas controladas. Consideramos que esa vida es
mejor, lo que no quiere decir que no tenga sus problemas. Los niños que viven
en la calle, que los hay por millones en todo el mundo forman parte del drama
general de la miseria y del abandono sin que su situación tenga nada que ver
con ninguna forma de educación sino sobre todo con marginalidad. No creo que
haya que argumentar demasiado el drama del abandono infantil y la ausencia de
servicios por parte de los poderes públicos para que dispongan de unas mínimas
condiciones de vida. Pero no decimos nada del régimen cuartelario en el que
viven los que disponen de posibilidades materiales y muchas veces sólo de eso.
Hemos
primado la seguridad por encima de todo de tal manera que no sé si nos estamos
dando cuenta de que estamos alcanzando cotas inusitadas de aislamiento y de
incomunicación, como si las condiciones materiales por sí solas garantizaran la
sensación afectiva de gozo y de la cercanía física imprescindibles para
sentirse querido y para valorar la situación de vida como dichosa. Y parece que
no tiene mucho que ver una cosa con la otra o, al menos, no hay una relación
directa entre la satisfacción de las condiciones materiales y la sensación
interior de sentirse una persona aceptada y querida. No quiero dar a entender
que el empeño por conseguir mayores cotas de seguridad sea algo que haya que
desecharse. De ninguna manera. Lo que sí digo es que ninguna particularidad en
la vida, por sí sola, es capaz de
suplantar al conjunto de aspectos que son imprescindibles para lograr una
sensación de bienestar, que está compuesta de muchas particularidades que han
de producirse a la vez y en armonía.