Pretendí
terminar la secuencia del ORGULLO con un recuerdo entrañable a Federico García
Lorca, paisano genial y víctima inocente de nuestra guerra incivil, como
tantos, Me acordé de su ODA A WALT
WHITMAN de su hermoso poemario POETA EN NUEVA YORK, y lo puse. Pero
hablando con Julia, me refirió unos versos de Walt que incluí en una de sus fotos de las que puse
acompañando el poema de Federico. He seguido pensando y he decidido alargar un
poco más el ORGULLO y que termine hoy con esta especie de
respuesta del poema 24 del CANTO A MÍ
MISMO del viejo Walt.
24
Yo soy
Walt Whitman…
Un
cosmos. ¡Miradme!
El
hijo de Manhattan.
Turbulento,
fuerte y sensual;
como,
bebo y engendro…
no soy
sentimental.
Ni por
encima ni separado de nadie,
ni
orgulloso ni humilde.
Desclavad
las cerraduras de las puertas.
Sacad
las puertas mismas de sus goznes.
Quien
humilla a otro
me
humilla a mí.
Y todo
lo que se dice y lo que se hace repercute en mí.
De mí
surge la inspiración:
y lo
corriente y lo vulgar.
Yo
digo la palabra mágica y primera
y doy
el santo y seña de la democracia.
Y digo
que no aceptaré nada que no tenga una réplica inmediata y
numerosa.
De mi
garganta salen voces largo tiempo calladas,
voces
de largas generaciones de prisioneros y de esclavos,
voces
de ciclos de preparación y crecimiento,
voces
de desesperados y de enfermos,
voces
de ladrones y de enanos,
voces
de cuerdas que conectan las estrellas,
voces
de matrices y de gérmenes paternos…
Voces
de odio:
la voz
del deformado,
del
trivial,
del
estúpido,
del
loco,
del
resentido;
la voz
de la niebla en el aire,
la voz
de los escarabajos que ruedan su bola de estiércol…
De mi
garganta salen voces olvidadas;
voces
de sexo y de lujuria,
voces
veladas que yo desgarro,
voces
indecentes que yo clarifico y transfiguro…
Yo no
me tapo la boca
ni
pongo el índice sobre los labios.
Me
estremezco ante el vientre lo mismo que ante el corazón y la cabeza.
La
cópula tiene el mismo rango que la muerte.
Creo
en la carne y en los apetitos.
La
vista,
el
oído,
el
tacto…
son
milagros.
Y cada
partícula,
cada
apéndice mío
es un
milagro.
Soy
divino por dentro y por fuera
y
santifico todo lo que toco
y todo
lo que me toca:
el
olor de mis axilas es tan fino como el de una plegaria;
y esta
cabeza mía
vale
más que las iglesias,
las
biblias
y los
credos.
Cuando
adoro una cosa más que otra, adoro tan sólo la extensión de mi
cuero
o de una parte de mi cuerpo.
Tú no
eres más que la réplica deslumbrante de mí mismo.
Surcos
y tierra húmeda, eso eres tú;
la
reja firme y masculina del arado,
todo
cuanto en mí se cultiva y se labra;
eres
mi sangre fecunda
y tus
corrientes pálidas de leche, las ordeñas en mi vida;
eres
el pecho que se aprieta a otro pecho
y en
mi cerebro están tus circunvoluciones ocultas;
raíces
lavadas del cáñamo,
tímida
alondra,
nido
oculto de huevos duplicados… eso eres tú;
heno
mezclado y tundido de la cabeza, de las barbas y de la carne dura…
eso
eres tú;
jugo
fermentado de manzanas,
fibras
de trigo viril,
sol
generoso… eso eres tú;
vapores
que iluminan
y
apagan mi rostro… eso eres tú;
arroyos
de sudor y de rocío… eso eres tú;
viento
que acaricia mi carne con el cosquilleo de los genitales en celo,
amplios
campos vigorosos,
ramas
de roble vivo,
amante
compañero en mi vagar sin rumbo… eso eres tú;
manos
que yo he apretado,
rostro
que yo he besado,
hermana
criatura a quien mis brazos estrechan sin cesar… ¡eso eres tú!
Me
asombro de mí mismo.
Chocheo
ante mi ser.
¡Hay
en él tantas cosas admirables!
Cada momento
de mi vida
y
cuanto sucede en mí
me
estremece de júbilo.
¿Por
qué se doblan mis tobillos
y cuál
es la causa de mis más insignificantes deseos?
¿Por
qué irradio amistad…
y por
qué la recibo?
Cuando
subo las escaleras de mi casa me detengo y digo de pronto: pero
¿es
esto cierto?
La
enredadera que trepa por mi ventana me satisface más que toda la
metafísica
de los libros.
¡Oh,
maravilla del alba!
Una
tenue luz allá lejos deslíe las sombras diáfanas e inmensas.
El
aire es un manjar para mi lengua.
Del mundo
movible
saltan
en silencio
brincan
inocentes,
rezuman
frescas
masas
que cruzan oblicuas
hacia
arriba y hacia abajo.
Algo
que no puedo ver eriza púas libidinosas,
y
mares de jugos resplandecientes
inundan
la bóveda celeste.
La
tierra y el cielo se juntan.
Y de
esta diaria conjunción llega por el oriente un reto que se posa un
instante
sobre mi cabeza para decirme agresivo y burlón:
¿Serás
tú el amo de todo esto?
Entrañable es está publicación.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu generosidad de compartirnos algo tan nutrido y valioso.
Recibe un fuerte abrazo.