Hasta
el momento, la cifra de muertos es de 211 y promete no ser definitiva porque
hay desaparecidos que todavía no han sido localizados. En mi familia, cuando se
escuchaba el primer trueno, mi madre, que en paz descanse, ocupaba el cuarto de
baño por tiempo indeterminado. Nos solíamos reir de ella. Ahora no lo haría
porque no le faltaban razones. Por entonces se llamaban tormentas y recuerdo
más de una importante y a mi calle como un río. Ya con la tele en marcha se les
llamaba fenómenos tormentosos y, si se centraban en un espacio determinado,
gota fría, más peligrosa que las tormentas. Con el paso del tiempo hemos
empezado a conocer el cambio climático y sus efectos, cada vez más repetido por
la comunidad científica por distintos factores asociados a la actividad de las
personas, pero que el común de los mortales, pasa de hacerle mucho caso,
probablemente porque se barrunta que va a traer aparejado alguna que nueva
limitación en nuestra forma de vida porque. Da la impresión de que nos hemos
pasado en él respeto a la tierra y sus atribuciones y hemos tirado por la calle
de en medio, para beneficio nuestro.
Todo
fue la tarde y noche del martes pasado que una dana, ahora se llama así, que se
venía anunciando días antes que se fijaría en el arco Mediterráneo, se fijó,
por fin, en la zona interior de Valencia y empezó a soltar agua en los montes,
a una altura de 400 metros más o menos.
Se dieron los avisos rojos correspondientes, que deberían haber significado,
pies para qué os quiero, porque el peligro era inminente. Me faltan datos para
saber si la contundencia del aviso a la población fue suficiente o no
terminamos de darlo y recibirlo con la gravedad precisa. Lo cierto es que en la
mañana del miércoles, un conjunto de pueblos de la zona sur de la ciudad de
Valencia, ya se encontraban con la ruina encima, hasta arriba de agua, como
nunca se habían visto, y abarrotados de coches, que habían sido arrastrados por
el agua que bajaba por los barrancos desbordados, como juguetes y con todas las
posibilidades de comunicación cerradas porque los vehículos lo ocupaban todo.
Desde
entonces, en quien más he pensado ha sido en mi amiga Inma, de Catarroja, uno
de los pueblos de la zona afectada, a la que conozco desde hace más de 40 años
y con la que me comunico por este blog. Me dice que no tiene desgracias
personales en su familia pero que ha llorado mucho ante la grandeza del drama.
Un grupo de jóvenes conocidos, me cuenta, la han ayudado con su vivienda, que
se ha inundado como casi todas las de la zona. No sé mucho más porque tengo
dificultades para comunicarme con ella. No sé qué decirle y me siento ridículo
porque lo único que se me ocurre es
mandarle un abrazo y sé que son palabras huecas a 500 kilómetros de distancia.
Encima, en su comentario de ayer me dice que no me preocupe. Hay cosas en la
vida que…, no sé. Me siento mal si le escribo y si no, peor. Yo abarco a Inma
porque es mi amiga, pero sé que la zona afectada alberga unas 200000 inmas a
las que no conozco de nada pero que me tienen el corazón encogido porque no sé
qué hacer para que ese mar de barro, de ramas, de coches y de desesperación,
tarde algo menos de sabe dios cuánto en resolverse, a pesar de que los poderes
públicos ya han entrado de lleno y de ahora en adelante empieza la reconstrucción.
Antes de terminar quiero hacer referencia al entorno de 1996 en el que un Presidente de Gobierno, de cuyo nombre no quiero acordarme, dejó una ley en el BOE que decía que se podía construir en todos aquellos espacios en los que no estuviera expresamente prohibido. Según los datos que se han publicado, tenemos en España hasta 3 millones de personas que viven en espacios de riesgo que, un día como el de esta dana, unido al desastre que origina el agua, ya de por sí, tenemos que sumar la inadecuada construcción de una serie de viviendas en espacios inadecuados que dificultarán las salidas naturales del agua en situaciones extremas, aumentando los desastres, dramáticos en cualquier caso.