En
cualquier orden de la vida es imprescindible una preparación objetiva y
solvente. La educación de los primeros años de la vida no es una excepción. Hoy
me parece que a nadie le cabe duda pero la verdad es que hasta el siglo XX, el
siglo del niño por excelencia, esto no estaba nada claro. Estamos hartos de ver
hatos de ropa con niños dentro que viven la vida de sus madres que los llevan a
cuestas y no los sueltan en todo el día.
Hasta que no se produce el destete voluntario parece que el pequeño es un
apéndice de la madre. Sin darnos cuenta nos ponemos en los tres años y para
entonces, aunque dé miedo decirlo, la capacidad de desarrollo de un pequeño ha
cubierto ya el 50% de sus posibilidades. En cualquier cultura han sido las
madres las que, sólo por el hecho de haberlos parido, cargan con la
responsabilidad de su educación y mantienen a sus hijos junto a ellas con la
excusa de la lactancia. Ha habido algunas épocas, los años 70 del siglo pasado sin
ir más lejos, en que la lactancia no apretó tanto en la cultura, pero la
crianza de los niños para sus madres se mantuvo vigente.
Hoy la
ciencia nos ha dicho ya muchas cosas sobre las posibilidades y necesidades de
un recién nacido y sobre qué persona adulta es la más idónea para cubrirlas.
Esto de asumir que debía ser la madre nos ha venido muy bien a los hombres
porque nos ha exonerado de responsabilidades de crianza en los años más
decisivos pero al mismo tiempo, en la vida no hay nada inocuo, nos ha excluido
de la educación y nos ha hecho aparecer hacia los 3 años, cuando la mitad del
desarrollo ya se había producido y no nos hemos enterado siquiera. El tema de
la lactancia es un hecho objetivo en el que los machos quedamos excluidos por
razones obvias pero el día es muy largo y se compone de muchos ámbitos que
pueden ser tan trascendentes para la vida como la propia lactancia y los machos
necesitamos introducirnos en la crianza de los pequeños desde el mismo momento
en que nacen. Yo he tenido tres hijos, he querido estar presente en los tres
partos y la autoridad médica de cada momento ha considerado que era mejor que
no.
Estoy
seguro que no han faltado razones de peso para alcanzar las desviaciones que
hemos tenido que vivir y que en gran medida seguimos viviendo para discriminar
los papeles del padre y de la madre pero estoy seguro que nosotros y nuestros
hijos ha vivido separaciones vitales en su educación, sencillamente por la
comodidad de unos protocolos que se han ido imponiendo y que conseguían unos
logros de comodidad o de higiene para beneficio de la clase médica, por
ejemplo, pero que al mismo tiempo hacían que los padres se fueran convirtiendo
en los grandes ignorados de las relaciones esenciales con los bebés. Hoy no es
posible calibrar los déficits afectivos que han supuesto el hecho de que los
padres no hayan vivido apenas momentos de piel con piel con sus hijos recién
nacidos y viceversa. El mismo hecho de un parto con los dos miembros presentes
aporta un mensaje de vida radicalmente
distinto al del padre que llega de visita a ver a su recién nacido una vez que
ya ha pasado todo.
felicitaciones maravillosa entrada
ResponderEliminarUn abrazo grande desde Miami