Los avances
económicos no solo traen beneficios, también nos hacen más frágiles a base de
medidas de protección que nos terminan mostrando un mundo entre algodones que
no tiene mucha relación con la realidad, Con los pequeños esta tendencia a la superprotección
alcanza niveles de esperpento y lejos de aumentar la autonomía de
comportamiento lo que produce es personas cada día más frágiles que terminan
por ser incapaces de valerse por sí mismos. Cualquiera que haya estado en
contacto con pequeños ha experimentado cómo, en un momento dado, un pequeño
tropieza, cae al suelo y lo primero que hace no es llorar sino mirar a ver si
alguien lo está mirando. Si no encuentra a nadie puede hacer algún puchero pero
termina levantándose y sigue su vida como si nada. En el caso de que encuentre
a alguien que habitualmente lo intente mantener entre algodones se pondrá a
llorar como un energúmeno y no parará hasta que vayan a levantarlo y se sienta
satisfecho de la escena que ha montado.
No se
interprete que lo que tenemos que hacer con los pequeños es abandonarlos a su
suerte y que aprendan a resolver sus percances por ellos solos. Eso se ha
llamado abandono toda la vida y a lo único que ha contribuido ha sido a que los
pequeños se desesperen y terminen por no confiar en nadie. No. Lo que afirmo
con fuerza es que entre el abandono y el exceso de protección hay muchos planos
intermedios y es ahí donde tiene que moverse nuestra participación. Los
pequeños son capaces de resolver muchas de las dificultades que la vida les
plantea, sea en el terreno de los percances imprevistos o en la solución de las
dificultades que el crecimiento habitual nos depara a cada uno. Nuestra labor
es fundamental para los pequeños, pero no para convertirnos en los que resuelven
los problemas que la vida les plantea. Casi siempre ellos mismo son capaces de
superar sus retos si les permitimos que lo hagan.
Nuestra
labor es la de estar presentes en sus vidas, que puedan dirigirse a nosotros
cada vez que lo necesiten y nos encuentren a su lado y de su parte. No importa
tanto las dificultades que nosotros les resolvamos cuando la fuerza que para
ellos significa que giren su cabeza y
nos sientan cerca y sepan que estamos disponibles para ellos. El protagonismo
en la educación debe ser de cada uno en particular aunque todos necesitemos
ayudas de los adultos que nos rodean. De los adultos nos debe llegar la
seguridad de saberlos cerca pero no tanto su intervención directa en los
percances de cada día. Siempre que los pequeños puedan reponerse de cualquier
percance por ellos mismos, la eficacia de la lección que aprenden es mucho más
sólida y los hace más fuertes porque significa que están aprendiendo a confiar
en ellos mismos. Debemos hacer valer aquel refrán en el que se dice que no me des
pescado para comer, mejor enséñame a pescar.
Probablemente
el mayor demonio con el que nos tropezamos para poner en práctica lo que aquí
hablamos se llama tiempo y está bien que lo sepamos para actuar en
consecuencia. En los desayunos de nuestra escuela, por ejemplo, los pequeños se
encuentran un plato de trozos de fruta, pan con aceite y un buen vaso de leche. Lo que
falta es disponer del tiempo y de la paz necesaria para que los pequeños
aprendan a saborear la exquisitez de lo que tienen delante. Pues algo parecido
es lo que sucede con la solución de sus problemas. En general ellos van a ser
capaces de resolverlos y si necesitan algo de ayuda se la vamos a prestar
porque para eso estamos a su lado. Sucede que muchas veces la prisa nos come y
nos falta el ritmo adecuado para que la educación se pueda producir a su humor.
Con frecuencia en esos casos tiramos por la calle de en medio y nos dedicamos a
encontrar soluciones en las que los pequeños no intervengan o, en el caso del
desayuno, con unas galletas en el bolsillo salimos del paso. Y puede ser que
salgamos un día, pero si esa actitud se repite demasiado lo que hacemos es
meter a los pequeños en un laberinto sin fin de dependencias en el que se verán
atrapados de por vida.
Bueno, Antonio, hoy me despido de tu blog.
ResponderEliminarEmpiezo mi última semana de trabajo en la escuela y ya no puedo ofrecer el contraste o la confirmación de tus recuerdos con la realidad escolar.
Han sido cuarenta y seis años dedicados a la educación y celebro haberte tenido como uno de mis maestros y uno de mis compañeros.
Un abrazo