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domingo, 9 de febrero de 2020

CAPACES



         Los avances económicos no solo traen beneficios, también nos hacen más frágiles a base de medidas de protección que nos terminan mostrando un mundo entre algodones que no tiene mucha relación con la realidad, Con los pequeños esta tendencia a la superprotección alcanza niveles de esperpento y lejos de aumentar la autonomía de comportamiento lo que produce es personas cada día más frágiles que terminan por ser incapaces de valerse por sí mismos. Cualquiera que haya estado en contacto con pequeños ha experimentado cómo, en un momento dado, un pequeño tropieza, cae al suelo y lo primero que hace no es llorar sino mirar a ver si alguien lo está mirando. Si no encuentra a nadie puede hacer algún puchero pero termina levantándose y sigue su vida como si nada. En el caso de que encuentre a alguien que habitualmente lo intente mantener entre algodones se pondrá a llorar como un energúmeno y no parará hasta que vayan a levantarlo y se sienta satisfecho de la escena que ha montado.

         No se interprete que lo que tenemos que hacer con los pequeños es abandonarlos a su suerte y que aprendan a resolver sus percances por ellos solos. Eso se ha llamado abandono toda la vida y a lo único que ha contribuido ha sido a que los pequeños se desesperen y terminen por no confiar en nadie. No. Lo que afirmo con fuerza es que entre el abandono y el exceso de protección hay muchos planos intermedios y es ahí donde tiene que moverse nuestra participación. Los pequeños son capaces de resolver muchas de las dificultades que la vida les plantea, sea en el terreno de los percances imprevistos o en la solución de las dificultades que el crecimiento habitual nos depara a cada uno. Nuestra labor es fundamental para los pequeños, pero no para convertirnos en los que resuelven los problemas que la vida les plantea. Casi siempre ellos mismo son capaces de superar sus retos si les permitimos que lo hagan.

         Nuestra labor es la de estar presentes en sus vidas, que puedan dirigirse a nosotros cada vez que lo necesiten y nos encuentren a su lado y de su parte. No importa tanto las dificultades que nosotros les resolvamos cuando la fuerza que para ellos significa  que giren su cabeza y nos sientan cerca y sepan que estamos disponibles para ellos. El protagonismo en la educación debe ser de cada uno en particular aunque todos necesitemos ayudas de los adultos que nos rodean. De los adultos nos debe llegar la seguridad de saberlos cerca pero no tanto su intervención directa en los percances de cada día. Siempre que los pequeños puedan reponerse de cualquier percance por ellos mismos, la eficacia de la lección que aprenden es mucho más sólida y los hace más fuertes porque significa que están aprendiendo a confiar en ellos mismos. Debemos hacer valer aquel refrán en el que se dice que no me des pescado para comer, mejor enséñame a pescar.

         Probablemente el mayor demonio con el que nos tropezamos para poner en práctica lo que aquí hablamos se llama tiempo y está bien que lo sepamos para actuar en consecuencia. En los desayunos de nuestra escuela, por ejemplo, los pequeños se encuentran un plato de trozos de fruta,  pan con aceite y un buen vaso de leche. Lo que falta es disponer del tiempo y de la paz necesaria para que los pequeños aprendan a saborear la exquisitez de lo que tienen delante. Pues algo parecido es lo que sucede con la solución de sus problemas. En general ellos van a ser capaces de resolverlos y si necesitan algo de ayuda se la vamos a prestar porque para eso estamos a su lado. Sucede que muchas veces la prisa nos come y nos falta el ritmo adecuado para que la educación se pueda producir a su humor. Con frecuencia en esos casos tiramos por la calle de en medio y nos dedicamos a encontrar soluciones en las que los pequeños no intervengan o, en el caso del desayuno, con unas galletas en el bolsillo salimos del paso. Y puede ser que salgamos un día, pero si esa actitud se repite demasiado lo que hacemos es meter a los pequeños en un laberinto sin fin de dependencias en el que se verán atrapados de por vida. 


1 comentario:

  1. Bueno, Antonio, hoy me despido de tu blog.

    Empiezo mi última semana de trabajo en la escuela y ya no puedo ofrecer el contraste o la confirmación de tus recuerdos con la realidad escolar.

    Han sido cuarenta y seis años dedicados a la educación y celebro haberte tenido como uno de mis maestros y uno de mis compañeros.

    Un abrazo

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