Recuerdo
los dramas de las familias, cómo se manifestaban a ojos vistas cada mañana,
cuando tenían que dejar a su persona más querida en manos extrañas. Y mira que
antes de que se produjera la primera separación real ya nos habíamos
entrevistado varias veces para conocernos un poco y para intimar y hacernos
cómplices porque íbamos a compartir un objetivo muy querido. Por este tiempo,
una vez terminada la dificilísima selección hacíamos venir a algún miembro de
la familia para rebajar en lo posible la angustia del abandono, presente en
todos los miembros, si bien de manera distinta. Aunque la culpa era percibida
de distintas formas, el desgarro que manifestaba la madre era incomparable y
muy superior al del resto de los miembros. Tenía que ver sin duda con el hecho
físico de haberlo parido, pero al mismo tiempo con el hecho cultural de que los
otros miembros entendían que era la madre la principal afectada por la
separación.
En
este país las cosas han cambiado mucho. Nos queda mucho camino por andar pero
la posibilidad que se va abriendo camino de que los primeros meses de la vida
de una persona, una vez reservado el primer mes para la madre por problemas de
recomposición física del acontecimiento del parto, significan una revolución
copernicana en la concepción de las responsabilidades. Creo que se va
imponiendo este criterio muy lentamente y a base de una lucha casi
contracorriente. La idea de que los primeros cuidados corran a cargo de alguien
que no sea la madre parece que hay que meterla con calzador, incluso cuando la
propia realidad nos indica que no es exactamente así. Los pequeños es cierto
que desde el momento de ver la luz necesitan una serie de cuidados y atenciones
sin los que no serían capaces de sobrevivir pero no tiene por qué ser la madre
física quien se los aporte.
Los
pequeños no van pidiéndole el carnet a quien les atiende. Quien les cuide es su
madre, sea quien sea y tenga la cara o las manos que tenga. Tanto la literatura
como nuestra experiencia más cercana nos habla de diversas maneras de cuidado
en los primeros tiempos y tenemos ejemplos para todos los gustos, desde los que
nos hablan de abandonos sonados hasta los que hacen que los pequeños se sientan
en su casa y queridos, tenga las arrugas que tenga la piel que los roza.
Tendremos que decirlo claramente una y mil veces hasta que terminemos de
entenderlo. A las personas nos paren nuestras madres porque así lo tiene
establecido la naturaleza pero la crianza no tiene por qué ser de sus madres
sino de toda la sociedad y nadie está legitimado para echar el culo fuera a la
hora de aportar su parte de esfuerzo. Otra cosa muy distinta es que cuando
todos abandonan los cuidados, es la madre la que termina por quedarse la última
en cargar con un mochuelo que es de todos.
Y
también es verdad que son las madres las que más claramente manifiestan su
sentido de culpa a la hora de dejar en manos ajenas a sus pequeños en los
primeros meses porque no es fácil asumir por ninguno de los actores afectados
que el problema de la crianza no es de nadie en concreto y es de todos al mismo
tiempo. En la escuela hemos vivido sentimientos de culpa muy diversos y a veces
angustiosos. O celos cuando la inseguridad de la familia ha sido muy grande. No
es fácil, por ejemplo, ver cómo nuestro retoño llega a no echarnos las manos
cuando vamos a buscarlo al terminar la jornada o se desprende de nosotros con
alegría por las mañanas y busca otros brazos que no son los nuestros y nos deja
compungidos y sintiéndonos culpables. No hay solución. Tenemos que entender que
la responsabilidad es compartida y la culpa no resuelve sino que entorpece el
desarrollo armónico de la educación.
Nos sigue costando y mucho, cambiar el grado de culpabilidad a las madres por el abandono, y a los demás colaborar y asumir que todos somos corresponsables.
ResponderEliminarMuy cierto lo que afirmas: los niños no discriminan las arrugas ni a los "feos", sólo perciben el cariño.
En uno de los cortos periodos en que me tocó sustituir a alguna de las directoras de una de mis escuelas, recibí a una madre a la que por una afortunada carambola le habíamos admitido a sus niños de 4 años y 4 meses a la primera.
ResponderEliminarVino a confirmar la plaza de la mayor; pero traía serias dudas sobre si matricular al pequeño. Yo le pregunté con quién estaría el niño si no viniera a la escuela y me respondió que con la muchacha de servicio que lo cuidaría mientras limpiaba y hacía la comida.Yo le dije que si tuviera una persona dedicada a su hijo (ella, el padre, abuelos, tíos o una niñera) yo tendría claro que donde mejor iba a estar era en casa; pero si iba a estar a cargo de una persona que tenía tantas obligaciones domésticas, estaría mejor en la escuela, donde la única obligación de la tutora del grupo era atender a los cinco niños que entonces teníamos en ese grupo de 0-1. Le pedí que lo decidiera pronto porque sería una gran noticia para el siguiente de la lista de espera que ella renunciaba a la plaza.
Al final se convenció de que le había tocado la lotería y el niño entró en la escuela.
Otra casualidad hizo que fuera maestro de ambos niños en los grupos de 4-6 y la madre me agradeció en diferentes ocasiones mi consejo.
Me reconforta que nos cuentes hechos recientes a los que, inevitablemente, yo no accedo por la jubilación y porr la nueva ocupación voluntaria a la discapacidad intelectual que, como sabes, me ocupa el tiempo disponible, parte de la lectura que es mi pasión desde siempre. También me alegro que tus secuencias tengan esa derrama de tiempo, que permite que la madre que en su momento dudó cuando tuvo que decidir que el bebé entrara en la Escuela, haya podido sacar sus conclusiones a la vuelta de los años. Una vez más, agradecido. Un abrazo
EliminarMuy interesante ... genial Bach !
ResponderEliminarSaludos
Mark de Zabaleta
G.G., único e irrepetible!
ResponderEliminar"Tenemos que entender que la responsabilidad es compartida y la culpa no resuelve sino que entorpece el desarrollo armónico de la educación".
ResponderEliminarQue bien lo has explicado, a veces nos sentimos culpables de esta situación de "abandono" pero como tú lo dices es inevitable porque el niño es parte de una sociedad, de una cultura también y de ella tiene que aprender y con ella conectarse.
Abrazos.