Seguidores

domingo, 5 de febrero de 2017

INTERIOR


         Esta mañana me he despertado sobre las siete, completamente de noche, después de unas horas ininterrumpidas de sueño reparador, libre por fin de la incómoda tos de días atrás. Llovía generosamente. Me preparaba para asistir a mi primera cita matinal a las nueve y media. En pleno desayuno me he dado cuenta de que no era lunes como había pensado. Un domingo de regalo. No es la primera vez. Los calendarios tienen menos sentido en la jubilación y se mezclan con facilidad churras con merinas. La lluvia me ha dado pie para pensar en los pequeños en un día de lluvia y la reflexión que abarque el ayer y el hoy. Empiezo a escribir y ya no llueve pero mi pensamiento está prendido en ese contenido y voy a seguir por ahí.
            
         Recuerdo con fuerza la reclamación para los pequeños un espacio propio,  un poco de intimidad. Un pequeño era poco menos que un juguete y su vida estaba ligada a la imitación y poco más.  Con el paso de los años se impuso hasta donde fue posible la habitación del niño o de los niños y también el fiasco consiguiente de que los pequeños dejaban con gusto su habitación para jugar allí donde se estaba repartiendo el bacalao de la casa, o sea, en el salón, que es donde solían estar los padres. Recientemente  se ha convertido en el antro reservado de los reyes de la casa donde campan a sus anchas en su república independiente y con el mundo de internet a su completa disposición para hacer y deshacer a su antojo. No vale la frustración. Lo que se buscaba en origen creo que era bueno para ellos y los nuevos problemas necesitan nuevas respuestas.

         Seguramente otra frustración de calado, sobre todo en días en los que la lluvia nos mantiene recluidos entre las cuatro pareces es la de ver que las nuevas condiciones de vida nos han traído juguetes para los pequeños que les permiten poner en vigor los imprescindibles procesos de elaboración pero que eso no quita que los pequeños nos sigan reclamando  porque en el fondo lo que quieren los niños no son cosas si las cosas han de significar que no nos van a tener a nosotros. Un día de lluvia es el perfecto baremo para comprobar que verdaderamente los niños no reclaman sino que nos reclaman. Con nosotros dentro del lote,  cualquier objeto es factible y se puede acabar el tiempo sabiendo que se van a sobrepasar los objetivos de desarrollo que se quieran, pero del mismo modo podemos comprobar la inutilidad de las cosas por sí mismas. En cualquier momento comprobamos que el aburrimiento existe con juguetes o sin ellos porque la capacidad de relación no está en las cosas ni lo ha estado nunca. Los pequeños necesitan el roce de los mayores para aprender y para crecer y las cosas contribuyen en alguna medida, pero siempre que sus apegos no se pierdan de vista.

         Estas don ideas sobre los espacios de intimidad y sobre la importancia de la relación por encima de las cosas creo que fueron fundamentales en su momento y significaron conciencia colectiva sobre unos seres que andaban por allí y que no concentraban la atención de las familias más allá de otro juguete cualquiera y sobre todo, con derecho propio. Había que poner a los pequeños en el discurso familiar como elementos a tener en cuenta, tanto en la distribución de la vivienda como en el reparto del tiempo. Es verdad que la modificación de las condiciones de vida hicieron que se alcanzaran algunas cotas de abundancia que nos hicieron caer en la trampa de confundir cantidad con calidad porque las carencias de los pequeños no eran cuantitativas sino mucho más profundas. Está claro que tenemos que seguir aprendiendo.   

10 comentarios:

  1. En aquellos años de la euforia pedagógica en que florecían jornadas, cursos o conferencias por todas las esquinas, tú fuiste uno de los más viajeros. Recuerdo que pronto descubriste que tu Alba celebraba tus llegadas porque venían acompañadas de un regalo y rectificaste la situación contestando a su repetida pregunta de "¿qué me has traído?" con "un Antonio".
    Hace unos años, el maestro Forges puso en circulación a dos niños hablando de lo que iban a pedir a los reyes y uno de ellos decía "yo les he pedido una tarde con mis padres".
    Efectivamente el mejor juguete no puede suplir las relaciones personales y estamos viviendo un autismo electrónico en el que niños de pocos años más que los de nuestras escuelas se creen que tienen muchos amigos porque a su solitaria habitación llegan los mensajes de Internet que le mandan desde otras habitaciones solitarias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es verdad que el paso del tiempo ofrece una perspectiva sobre los resultados de las cuestiones que nos hablan de lo previsto y también de sus contrarios según como llevemos los procesos oi sobre qué ángulos incidamos más. A la vez parece también que nos limpian las ideas finales de hojarasca y nos dejan los tuétanos más limpios y más desnudos. El final es que no terminamos de aprender, afortunadamente. Un abrazo

      Eliminar
  2. Es una evidencia, ¡y constatable!, que el paso de los años no permite sino redistribuir espacios, gustos, modos y modas y tiempos a su antojo.
    Es constatable, además, que no acertaremos nunca, defendamos, promovamos o denostemos lo que el imperio de la general costumbre impone.
    Yo hace tiempo me rendí. Observo, miro, y, al final, concluyo en el clásico
    'laissez-faire'
    No hay otra

    Bss

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Básicamente estoy de acuerdo con la conclusión final que tú propones. Más de una vez he llegado a pensar, incluso, que nuestra aportación de adultos era innecesaria pero hay momentos en que nos damos cuenta de que nuestra presencia es imprescindible aunque tenemos que saber desaparecer del mapa para no estorbar. Un beso

      Eliminar
  3. Su tiempo, su espacio, su intimidad, conceptos que creo que nos sirvieron cuando no olvidamos la diferencia entre su cuarto y el lugar donde se le aparca...
    En fin como siempre el término medio ¿no?
    Un saludo

    ResponderEliminar
  4. Excelente reflexión...
    Un "Claro de luna" magnífico...

    Saludos

    ResponderEliminar
  5. Muy cierto Antonio, es bueno si se puede que tengan su propio espacio a la hora de dormir, estudiar, etc. pero la vida familiar debe estar en el lugar donde se reúnen todos, muy importante. Un saludo.

    ResponderEliminar
  6. Un día de estos pensaba yo en esto desde mi atalaya benidorense mientras el temporal molestaba fuera, con lluvia y viento.
    Me acordaba de mi viaje escandinavo donde me dijeron que los crios tienen recreo, a base de llevar la ropa apropiada e independientemente de las inclemencias climáticas.
    Me acorde de cuando los crios jugabamos en las calles esquivando algún coche de uvas a peras.
    Vi, sobretodo inmensos espacios vacios y tristes entre tores de hormigon sin una sola persona que los ocupara en ....cualquier cosa.
    Y me imaginé todos los crios que están enchufados a pantallas en sus casas en completa soledad.
    Algo no funciona amigo. Esto no es vida. Así no vamos bién y ellos son niños claro, pero nosotros ¿que somos?¡Proveedores de Internet?

    ResponderEliminar
  7. Claro de Luna que acompaña tus letras
    En algun lado Antonio se quedo "el tiempo para dedicar a los niños" que todo padre debe poseer
    (Por suerte no es el problema de mis hijos, pero seria largo de explicar)
    Tal vez porque es una generacion que nacio con muchos adelantos tecnologicos
    Y.... no saben jugar
    Cariños

    ResponderEliminar
  8. Hola Antonio.
    La nueva cultura y yo lo veo por mi nieta, es pensar que cuanto más tienen más felices son.Yo te doy a ti la razón, a veces la atención de los padres o simplemente con cualquier cosa se entretienen, me gusta aquel anuncio del niño que juega con un palo y dice¡Un palo, un palo!, como una cosa maravillosa.
    Es verdad que no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita.
    Me alegro que estés mejor del catarro.
    Un abrazo desde Valencia, donde hoy el viento no deja de soplar

    ResponderEliminar